P¨²blico, privado, ¨ªntimo
Toda persona tiene tres tipos de actuaciones: p¨²blicas, privadas e ¨ªntimas. La distinci¨®n entre unas y otras no siempre es f¨¢cil, y por tal motivo con frecuencia se traspasan, por parte de los dem¨¢s, de buena o de mala fe, los l¨ªmites que separan cada una de ellas entre s¨ª. Se puede afirmar que lo ¨²nico que de cada cual pertenece a los dem¨¢s son nuestras actuaciones p¨²blicas, porque son hechas en p¨²blico y para el, p¨²blico: son, pues, tanto nuestras como de ¨¦l, ya que ¨¦l es el objeto de la relaci¨®n. Las actuaciones privadas e ¨ªntimas nos pertenecen; quienquiera que se arrogue penetrar en ellas sin permiso allana nuestra morada, atropella y, si estamos en un estado de derecho, incluso puede que delinca.Es usual la distinci¨®n entre p¨²blico y privado. Frecuente el que no se diferencien privado e ¨ªntimo. Me parece que esta identificaci¨®n estorba la dilucidaci¨®n de algunos problemas.
En cualquier caso, a mi modo de ver se trata de tres ¨¢mbitos perfectamente diferenciables. Conviene advertir que lo que realmente existe son los espacios que, a modo de escenarios, el hombre usa en la representaci¨®n que constituyen sus actuaciones. Las actuaciones, pues, son p¨²blicas, privadas o ¨ªntimas no en s¨ª mismas, sino seg¨²n el espacio en que se desenvuelven. Hay actuaciones que, al parecer, son necesariamente p¨²blicas-dar una conferencia, por ejemplo-, pero eso es el segmento ¨²ltimo de un proceso que ha de incluir tambi¨¦n la preparaci¨®n, e incluso hasta quiz¨¢ un ensayo con un p¨²blico imaginario, que son actuaciones privadas. A la inversa, odiar es una actuaci¨®n ¨ªntima siempre y cuando se mantenga en el espacio ¨ªntimo en el que se act¨²a sintiendo, fantaseando, etc¨¦tera, pero no si se prosigue en el es pacio p¨²blico en el que se puede hablar del odio experimentado o se puede actuar contra el sujeto odiado. De lo que se trata, pues, es de la opci¨®n del espacio para la actuaci¨®n. S¨ª un espacio no nos gusta para una actuaci¨®n o elegimos otro o ninguno y en este caso no actuamos.
Es importante saber cu¨¢les son los l¨ªmites de estos tres ¨¢mbitos y, si esto es hacedero, siempre resulta f¨¢cil determinar cu¨¢ndo ha habido transgresi¨®n por parte de los dem¨¢s al situar en un espacio la referencia a una actuaci¨®n que se ha representado en otro. Por eso conviene advertir que la transgresi¨®n, que supone la publicidad de lo privado o lo ¨ªntimo, no siempre necesariamente proviene de alguien de fuera del sujeto, sino tambi¨¦n del propio sujeto. Lo privado y lo ¨ªntimo pueden ser preservados, y hay que preservarlos para que de hecho pueda hablarse de allanamiento ulterior all¨ª donde no han sido respetados. Lo que se denomina indiscreci¨®n es el uso p¨²blico que en ocasiones se hace de lo privado e incluso de lo ¨ªntimo, a lo cual el sujeto de la privacidad o de la intimidad tiene perfecto derecho; pero en ese caso, y en la medida en que es el protagonista de la actuaci¨®n el que de termin¨® el espacio pliblico en que hab¨ªa de representarse, ha de saber a qu¨¦ atenerse, que es sencillamente esto: que cualquiera de fuera de ¨¦l puede hacer uso de la indiscreci¨®n que ¨¦l mismo cometi¨® consigo mismo.
Los tres tipos de actuaciones a las que he hecho referencia, p¨²blicas, privadas e ¨ªntimas, se caracterizan, respectivamente, porque las primeras son necesariamente observables (visibles, audibles, etc¨¦tera); las segundas podr¨ªan serlo, a poco que se den o la falta de cautela por parte del actor o el voyeurismo del observador; las terceras, por ¨²ltimo, no pueden observarse, y s¨®lo se las puede inferir -a traves de lo que el sujeto dice o hace, incluso con su inhibici¨®n o su silencio, que son, como se sabe, formas de actuaci¨®n (porque siempre hay actuaci¨®n- "no hay no conducta" es una ley que rige para el sujeto de la conducta).
Me parece que estos criterios pueden ser suficientes para la delimitaci¨®n de los tres espacios. Todo sujeto, en efecto, en tanto entidad social, es sujeto p¨²blico, que imparte clase, da conferencias, act¨²a en el teatro, pasa consulta, mira escaparates y gente, contrae matrimonio en juzgados o iglesias, pasea por un parque, etc¨¦tera. Cualquiera de estas actuaciones puede ser objeto de cr¨®nica, y bastar¨ªa ser persona interesante para que lo fuera en realidad. Nadie que entre en una iglesia o en una casa de prostituci¨®n, incluso aquellas que se llamaban de tapadillo, puede leg¨ªtimamente impedir que se diga, se escriba o se filme.
Otra cuesti¨®n es la que concierne al espacio privado. El espacio privado lo define el propio sujeto, que debe adoptar los dispositivos que hagan inobservable cualquiera actuaci¨®n que ¨¦l pretenda contener dentro de los l¨ªmites de lo privado. Lo privado se caracteriza, pues, por su observabilldad, pero tambi¨¦n por la simult¨¢nea protecci¨®n ante la posibilidad de que lo sea. Mucho de lo que habitualmente hacemos p¨²blico Po demos hacerlo privado; para ello basta que lo dispongamos: uno puede casarse, no en la intimidad, como coloquialmente pero de manera inexacta, se cliec, sino en la privacidad, por ejemplo, en su casa, cerrando ventanas y puertas para que nadie le vea. A la inversa, buena parte de lo que se hace habitualmente en privado puede verificarse en p¨²blico: si una pareja hace el amor en la planta baja de un edificio, con las ventanas de par en par abiertas a la calle, una de dos: o no les importa que les vean o ambos protagonistas, absortos en su deliciosa tarea, no adoptaron los requisitos de la privacidad. Si el amor lo hacen en un parque: ?cabr¨ªa la posibilidad de que protestasen por verse convertidos en espect¨¢culo? Podr¨¢ ser considerada inelegante la observaci¨®n, alguno dir¨¢ que hasta pecaminosa, pero los observadores inelegantes y/o pecadores est¨¢n en su derecho de gozar de la gratuita visi¨®n que se les depara. ?Tiene esto algo que ver con el hecho de que la pareja, adoptando toda suerte de precauciones, sea observada por el ojo de la cerradura o por la grieta eventualmente existente en el ventanal? Evidentemente, no. De manera que es privado lo que cada cual hace que lo sea, y ello incluye tanto la actuaci¨®n antes ejemplarizada cuanto otras que, por su general inocuidad, podr¨ªamos tambi¨¦n hacer en p¨²blico: el mero leer un peri¨®dico o un libro, o el abrocharme un zapato.
Por tanto, las actuaciones p¨²blicas y privadas tienen una proyecci¨®n externa que las hace observables, y ambas, por tal motivo, son perfectamente diferenciables de las actuaciones ¨ªntimas: fantasear, imaginar, proyectar, suponer, idear; en suma, pensar y asimismo sentir (gustar de, admirar a, envidiar amar, odiar, etc¨¦tera) son actuaciones del sujeto meramente internas, no poseen ese segmento externo que caracteriza las p¨²blicas y privadas y, por tanto no pueden ser sabidas por nadie fuera del sujeto (lo curioso es que a veces incluso el propio sujeto no sabe de ellas, pero es, cuesti¨®n no me interesa ahora desempolvarla). Se puede afirmar que tales actuaciones pueden ser dichas y entonces sabl das, y por tanto p¨²blicas, pero eso es suponer, y se supone mal,
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que no se puede mentir. Nada acerca de lo ¨ªntimo es comprobable, ni por tanto su verdad o su mentira. La intimidad puede inferirse a trav¨¦s de lo que digo o hago, pero jam¨¢s se tiene acceso directo a ella por su intr¨ªnseca inobservabilidad. Por eso, la confidencialidad, es decir, el que el sujeto A refiera al sujeto B algo acerca de su intimidad, se basa ante todo en el principio de confianza o en el pacto de sinceridad, de que hablaron hace a?os los fil¨®sofos anal¨ªticos, que puede enunciarse as¨ª: "Creo lo que se dice porque tengo confianza en la sinceridad de quien me habla, ya que no puedo poseer prueba alguna acerca de su veracidad".
No cabe, por principio, transgresi¨®n alguna sobre las actuaciones p¨²blicas de nadie, porque son, por derecho, de todos. La transgresi¨®n de la vida privada consiste, naturalmente, en que alguien la hace p¨²blica, pese a haber dado el protagonista de la actuaci¨®n sobradas marcas de la privacidad de la misma. Parecer¨ªa que la transgresi¨®n de nuestra vida ¨ªntima -lo que pensamos y sentimos- no es factible por su propia inaccesibilidad. ?C¨®mo podemos pasar ilegalmente una frontera s¨ª ¨¦sta, como el Everest antes de que se convirtiera en pito de sereno, es inabordable?
Las transgresiones de la intimidad son, sin embargo, m¨¢s frecuentes de lo que a primera vista se piensa. Una de ellas, habitual, es la inferencia intencional -por tanto, ¨ªntima- de una actuaci¨®n p¨²blica. De que alguien apostille que no le parece buena una novela o que el presidente del Gobierno ha tenido una p¨¦sima actuaci¨®n, se infiere, respectivamente, que le hubiera gustado escribirla y se reconoce impotente o que envidia al gobernante; que alguien sea cumplidor en su trabajo, que es cobista y trepador, y as¨ª sucesivamente. Dado que toda actuaci¨®n es, como no puede ser de otra manera, intencionada, esa o cualquiera otra inferencia puede hacerse, alguna de ellas resultar ser hasta acertada. Aun as¨ª es ?leg¨ªtima su publicidad y allana la ¨ªntima morada. Puesto que la inferencia intencional es necesaria respecto de la actuaci¨®n que los dem¨¢s llevan a cabo, lo correcto es que quien la hace la deje, a su vez, en su intimidad, o la refiera acentuando el rango subjetivo de la misma. Como dec¨ªa Antonio Machado, por boca de su heter¨®nimo Juan de Mairena, "cuando un hombre algo reflexivo se mira por dentro, comprende la absoluta imposibilidad de ser juzgado con mediano acierto por quienes lo miran por fuera, que son todos los dem¨¢s, y la imposibilidad en que ¨¦l se encuentra de decir cosa de provecho cuando pretende juzgar a su vecino". Y lo terrible es que las palabras se han hecho para juzgarnos unos a otros.
Imaginar, en efecto, la intenci¨®n que antecede a un acto es imprescindible, pero certificarla al darla a la publicidad no es tolerable. Las m¨¢s de las veces, esta aseveraci¨®n intencional se acompa?a de otras que parecen conferir autoridad, como "yo lo conozco bien", "d¨ªmelo a m¨ª: si estuvimos en el colegio juntos", y cosas por el estilo. El observador de la actuaci¨®n sobre la que infiere debe atenerse, si ha de hablar de ella, s¨®lo y exclusivamente a lo observado, que es lo p¨²blico, no a la intenci¨®n de la actuaci¨®n observada, que es ¨ªntima. Cuando se habla del "mal estilo" de quien lleva a cabo juicios de intenci¨®n, se hace referencia, quiz¨¢ sin saberse, a que el que los hace penetra con botas y espuelas en la intimidad de quien sea, justamente con la pretensi¨®n de hacerla p¨²blica y, las m¨¢s de las veces, descalificarla. Este tipo de allanamiento de la intimidad no est¨¢ incluido en el C¨®digo Penal. Ni debe estarlo, porque ser¨ªa complicar m¨¢s a¨²n nuestra vida social. Pero eludirlo constituye una norma, es decir, una pauta que figura en el c¨®digo impl¨ªcito de las buenas maneras.
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