Infracarreteras
LA FAT?DICA estad¨ªstica anual sobre las v¨ªctimas de la carretera en el inicio de las vacaciones ha venido a coincidir este a?o con el anuncio por parte del secretario de Estado de Hacienda, Jos¨¦ Borrell, de la necesidad de poner el acento, entre las prioridades presupuestarias, en las dirigidas a colmar el d¨¦ficit de nuestro pa¨ªs en materia de infraestructuras. La operaci¨®n salida se ha saldado este a?o, seg¨²n los datos facilitados ayer por la Direcci¨®n General de Tr¨¢fico, con un total de 62 accidentes que costaron la vida a 77 personas y causaron heridas de gravedad a otras 60. La cifra es ligeramente inferior a la del a?o pasado, si bien conviene no olvidar que en 1987 se registr¨® un incremento r¨¦cord del 60% respecto a la operaci¨®n salida de 1986. Ello significa que seguimos padeciendo una sangr¨ªa catastr¨®fica, por m¨¢s que la repetici¨®n del hecho haya embotado la sensibilidad de muchas personas que tienden a considerar la siniestralidad de la ruta como un mal inevitable.Es cierto que se trata de un mal universal, relacionado con pautas de comportamiento muy arraigadas en la sociedad contempor¨¢nea. En Europa occidental no menos de 50.000 personas hallan la muerte en la carretera cada a?o. Pero el hecho de que en pa¨ªses como Francia se haya conseguido a lo largo de 1987 reducir la siniestralidad de las carreteras a niveles inferiores a los registrados a comienzos de los a?os sesenta demuestra que es posible actuar contra la fatafidad. En Espa?a, la siniestralidad es, en proporci¨®n a su parque automovil¨ªstico, de las m¨¢s elevadas del mundo. Durante bastantes a?os se ha venido insistiendo, desde la Administraci¨®n, en culpar unilateralmente a los malos h¨¢bitos de los conductores espa?oles de esos resultados catastr¨®ficos. S¨®lo recientemente se ha admitido la parte de responsabilidad que corresponde al mal estado de la red terrestre de comunicaciones, si bien de ello se deduc¨ªa un argumento que ven¨ªa a reforzar el reproche a los conductores: que ¨¦stos eran unos irresponsables por no tener en cuenta el mal estado de las carreteras a la hora de coger el volante.
El retraso acumulado en la pol¨ªtica de obras p¨²blicas viene de lejos, pero, tras seis a?os en el Gobierno, los socialistas no pueden seguir ampar¨¢ndose en ¨¦l parajustificar el creciente desnivel entre el n¨²mero de veh¨ªculos en circulaci¨®n y la red viaria disponible. El parque automovil¨ªstico espa?ol est¨¢ creciendo en los ¨²ltimos a?os a un ritmo del 3%, al que hay que a?adir el derivado del aumento del n¨²mero de turistas extranjeros que recorren nuestras carreteras. Gobernar es elegir, pero tambi¨¦n prever. La catastr¨®fica situaci¨®n de las comunicaciones telef¨®nicas, efecto al parecer de que a nadie se le ocurri¨® pronosticar el incremento de la demanda social de este servicio p¨²blico producido en los a?os ochenta, ilustra, en negativo, los efectos de una desacertada pol¨ªtica de previsi¨®n en materia de infraestructuras. Por ello, tanto el actual plan de reforma de la red viaria como las declaraciones de Borrell deben interpretarse como una sutil autocr¨ªtica por parte de los gobernantes, a los que durante los ¨²ltimos a?os han irritado, m¨¢s que preocupado, las cr¨ªticas de los medios de comunicaci¨®n sobre esa materia.
Borrell ha venido a decir que, tras el saneamiento del aparato productivo, la prioridad corresponde ahora a la supresi¨®n de los cuellos de botella, que, por d¨¦ficit de infraestructuras, dificultan un desarrollo arm¨®nico de las posibilidades de la econom¨ªa espa?ola. Que esos estrangulamientos existen es una evidencia, y no haberlo previsto a tiempo revela falta de perspectiva de nuestros tecn¨®cratas. Es cierto que mientras luzca el sol las divisas del turismo parecen aseguradas. Pero es revelador que en una encuesta realizada en 1987 los dos aspectos que nuestros visitantes consideraban m¨¢s negativamente fueran el exceso de ruido y el deficiente estado de las carreteras.
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