A la mezquita, en carro blindado
Obeliscos y tumbas de piedra recuerdan por el paisaje afgano los cad¨¢veres de la guerra
PILAR BONET ENVIADA ESPECIAL, Camino de Shindad a Herat, distantes 120 kil¨®metros, en el oeste afgano, cerca de la frontera con la URSS, poco a poco, un paisaje en principio mon¨®tono y ¨¢rido se va diversificando. El marr¨®n de las rocas alterna con el gris de las pizarras, que provocan reflejos met¨¢licos en las monta?as. La mezquita de Herat, lugar de oraci¨®n desde los tiempos de Zoroastro, es considerada una de las m¨¢s bellas del mundo. Los periodistas sovi¨¦ticos han venido a visitarla en carros blindados. Uno de los miembros de su tripulaci¨®n, kalashnikov en mano, tiene que protegernos del revoloteo de los chiquillos que pellizcan los traseros de las periodistas occidentales, las ¨²nicas mujeres sin velo que circulan en Herat.
Dejamos atr¨¢s riachuelos, acequias, aguas estancadas y algunos oasis de ca?as verdes. A intervalos regulares se suceden los blick, fortificaciones por lo general de adobe, donde est¨¢n apostadas ametralladoras, y junto a las cuales se encuentran carros de combate y ca?ones. Desde las crestas de las monta?as vecinas, carros blindados sovi¨¦ticos cubren la retirada del convoy.Entre los espinos y los arbustos requemados se suceden los cad¨¢veres de objetos y personas. Los objetos son las vainas de obuses, las cadenas de tanques y los neum¨¢ticos, las carrocer¨ªas oxidadas y retorcidas de camiones que dan testimonio de la guerra. Las personas cayeron en emboscadas o en combate a lo largo de la carretera. Obeliscos peque?os con estrellas rojas marcan el lugar donde perecieron soldados, como Mijail, de 19 a?os, y montones de piedras coronados por unos trapos de colores que ondean al viento marcan las tumbas de los afganos.
No todo el tr¨¢fico va en direcci¨®n a la frontera. De cuando en cuando nos cruzamos con un autob¨²s de l¨ªnea que va a Kandahar, o una camioneta atiborrada de melones, dentro de la cual se sientan dos hombres con turbante y una mujer cubierta con un chador. Un cami¨®n transporta unos lujosos coches con matr¨ªcula de la RFA, y en otro, descubierto, viajan varios hombres con las metralletas en la mano.
Herat, el Beirut afgano
Al entrar en Herat, la tensi¨®n se hace evidente de forma inmediata. Barricadas construidas con sacos de arena, ventanas protegidas por muros de ladrillos, ametralladoras apostadas en los tejados y la actitud de la gente producen una sensaci¨®n de inseguridad en quienes viajamos en el convoy. Un joven lisiado, que camina apoy¨¢ndose en muletas, dirige una mirada indiferente a la columna y contin¨²a su camino. Una ni?a, casi una adolescente, cruza una mirada con el soldado cuyo pelo requemado tiene el mismo color de la paja aventada en los campos de Afganist¨¢n. Un enjambre de ni?os nos rodea pidiendo pakshisk (regalos). Una piedra golpea la carrocer¨ªa del tanque. Otras piedras han volado sobre el convoy. No parece tener m¨¢s importancia. Pasamos junto al consulado de Ir¨¢n, en cuya entrada luce una foto del ayatol¨¢ Jomeini.
Herat es una ciudad controlada por dos bandas rivales. Una de ellas se ha pasado recientemente al lado del r¨¦gimen de Kabul y espera as¨ª tener apoyo suficiente para liquidar a la otra. Ambas mantiene una tregua hasta que se vayan los sovi¨¦ticos.
En el centro de Herat encontramos a los chicos de la banda leal. Van armados hasta los dientes con lanzagranadas, metralletas y fusiles. Llevan unos uniformes variopintos e improvisados y gritan "zarandoi, zarandoi" (el nombre de la polic¨ªa dependiente del Ministerio del Interior). VoIon Nabi, uno de estos j¨®venes, de ojos extraviados y fan¨¢ticos, hace voltear su ametralladora con estremecedora ligereza. M¨¢s tarde, esos mismos j¨®venes obligar¨¢n a punta de metralleta a un par de corresponsales a meterse en el jeep "por su propia seguridad".
Los periodistas se aventuraban por lo visto fuera de la zona controlada por la "banda leal", a la que tendr¨¢ acceso un par de periodistas sovi¨¦ticos, agasajados con whisky y vodka. "Las relaciones personales cuentan mucho aqu¨ª", nos dice un funcionario sovi¨¦tico que no oculta su admiraci¨®n por Ahmed Sha Masud, el Le¨®n de Panjshir, un jefe de guerrilla que controla buena parte del noroeste del pa¨ªs.
Sha Masud se ha ganado una buena reputaci¨®n, incluso entre los sovi¨¦ticos, por haber construido escuelas y hospitales en su territorio. ?ste incluye el paso de Salang, un importante punto estrat¨¦gico en la ruta de Kabul hacia el Norte. Corren rumores de que, por deseo de Gorbachov, los sovi¨¦ticos han pagado una importante suma a Ahmad Sha Masud para que ¨¦ste no ataque a los convoyes en retirada. Los militares sovi¨¦ticos, se?alan los mismos rumores, habr¨ªan preferido la utilizaci¨®n de m¨¦todos de disuasi¨®n b¨¦licos. Ahmad Sha Masud no acepta a Najibul¨¢ ni la pol¨ªtica de reconciliaci¨®n nacional del PDPA.
En la mezquita de Herat, donde reina un profundo silencio, est¨¢ el mulah (religioso) Abdula Hadji, orgullo de uno de sus cuatro hijos, que lo acompa?an vestido con el uniforme marr¨®n de los zarandoi. Antes de las siete de la noche hemos regresado al hotel, donde el agua y la electricidad aparecen y desaparecen caprichosamente. Un toque de queda reina, obviamente, sobre la ciudad con la ca¨ªda del sol.
Jueves, 11 de agosto (Herat, Turugunde, Kushka). Abandonamos Herat en la madrugada de nuevo a bordo de carros blindados. Dejamos atr¨¢s los puestos de melones del bazar y los campesinos que pedalean sobre sus bicicletas. Vuelve a salirnos al encuentro el paisaje afgano. Anatoli, con el kalashnikov en posici¨®n de combate, es nuestro guardi¨¢n. Llegamos a una pista de aterrizaje de helic¨®pteros fabricada con planchas met¨¢licas. Aqu¨ª nos esperan unos descontextualizados autobuses, en cuyo interior un letrero invita a los pasajeros a comprar billetes "s¨®lo en las paradas" y en kopeks. A bordo de estos autobuses cruzamos la frontera, y a medida que nos acercamos a Kushka se apodera de nosotros la sensaci¨®n de volver a la civilizaci¨®n. El tendido el¨¦ctrico, el ferrocarril, las viviendas estandarizadas, fomentan la impresi¨®n del control humano sobre la naturaleza.
Tel¨¦fonos de campa?a
En Kushka, en la Rep¨²blica Sov¨ª¨¦tica de Turkinenist¨¢n, se han instalado tel¨¦fonos de campa?a. El general Serebrov escucha atentamente lo que transmiten los sovi¨¦ticos. Hay fotos de los miembros del Politbur¨®, bellas muchachas turkmenas en traje regional y agua mineral calentada por el sol. Los periodistas regresamos a la guerra. Casi tres horas esperaremos en el aeropuerto met¨¢lico de los helic¨®pteros para volar despu¨¦s a Herat y desde all¨ª a Mazare-Sharif, la capital de la provincia de Balj, desde donde volveremos a la frontera en Termez.
En este aeropuerto viven como robinsones varios oficiales sovi¨¦ticos, que tienen su dormitorio decorado con fotos de Sylvester Stallone (Rambo) y matan su tiempo oyendo la misma casete de rock occidental. Ser¨¦brov vuelve a ponerse nervioso cuando la escolta de Haidar Abdel Masud es incapaz de decir "exactamente cu¨¢ntos son".
Viernes 12 de agosto (Mazare-Sharif, Termez, Kabul). "Se cosen abrigos de piel a medida", reza, en ruso, un letrero comercial de Mazare-Sharif, en el pasado un importante centro de venta de alfombras y lanas de KarakuI.
Hay en Mazare-Sharif una mezquita considerada la segunda del mundo isl¨¢mico despu¨¦s de la Meca. Aqu¨ª se guarda el sepulcro de Hazarate Al¨ª, el yerno del profeta Mohamed. Cuenta la leyenda que los restos del asesinado Hazarate Al¨ª llegaron a este lugar conducidos por un camello hembra que cay¨® exhausta aqu¨ª.
En la mezquita, en otro tiempo foco de peregrinaciones, pueden orar conjuntamente 5.000 fieles. Una multitud de varios miles se dedicaba a sus plegarias cuando nosotros la hemos visitado sobre la una de la tarde. Somos escoltados por un guardia afgano, de uniforme, con botas y arma en ristre. Los acompa?antes sovi¨¦ticos temen que la presencia de una mujer despierte una explosi¨®n de "fanatismo isl¨¢mico".
Entre quienes rezan hay soldados de uniforme con el gorro puesto al rev¨¦s y la visera dirigida hacia la nuca. Son los mismos que acarician las escrituras sagradas labradas en una l¨¢mina de plata y luego, devotamente, se pasan las manos por el rostro.
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