'El arte de la novela'
Como sabe todo el mundo, o al menos ese peque?o fragmento de ¨¦l que se toma en serio la, novela, Milan Kundera es un novelista checo que est¨¢ exiliado en Par¨ªs. No me atrevo a entusiasmarme tanto como, por ejemplo, Salman Rushdie, porque no le leo en el original y Kundera no ha tenido buena fortuna con sus traducciones al ingl¨¦s. Como profesional de una dificil forma art¨ªstica, est¨¢ cualificado para teorizar al respecto, pero el coraz¨®n se inquieta al ver lo que denota el t¨ªtulo de este libro [El arte de la novela, publicado en Espa?a por Tusquets]. Sin embargo, sus pocas p¨¢ginas diluyen el miedo de algo demasiado amplio y quiz¨¢ dogm¨¢tico, y Kundera deja clara la modestia de sus intenciones en un pr¨®logo. ?sta, dice, es tan s¨®lo la confesi¨®n de un profesional: el libro se compone de un ensayo sobre Cervantes, dos conversaciones acerca de su propia praxis novel¨ªstica, algunos pensamientos sobre Kafka, notas inspiradas por The Sleepwalkers (una obra maestra europea no muy le¨ªda quiz¨¢, excepto por George Steiner, en el Reino Unido), un glosarlo de 63 palabras clave importantes en el pensamiento de Kundera y un discurso pronunciado cuando recibi¨® el Premio Jerusal¨¦n de Literatura. No es, pues, algo tan temible, y el conjunto resulta de lectura amena, estimulante y, para el mencionado peque?o fragmento que incluye a los novelistas en activo, un texto de considerable fuerza inspiradora.Kundera, naturalmente, no se encuentra feliz con su propia situaci¨®n, es decir, la de todos los artistas liberales que rechazan un sistema totalitario sin tiempo para el pensamiento o la creaci¨®n libres y han sido rechazados por ¨¦l. La novela es en esencia una forma desarrollada en una Europa libre. Tiene que ver con el Lebenswelt, el mundo de la vida. Lo que en tiempos fuera aquello que Descartes llam¨® el due?o y se?or de la naturaleza, el hombre, se ha convertido en "tan s¨®lo una cosa ante esas fuerzas (tecnolog¨ªa, pol¨ªtica, historia) que le subestiman, le pasan por alto y le poseen". Cuatro siglos de ficci¨®n europea han investigado el Lebenswelt -a menudo, con un candor que excitaba el desagrado de la moralidad oficial-, pero en nuestro siglo se hizo posible que la novela se convirtiese en un veh¨ªculo de la filosof¨ªa del Estado todopoderoso y enajenara su misma esencia. Esto ocurri¨® con la ficci¨®n a granel de ?a Alemanla nazi, ya desaparecida, y con las destructivas topadoras sovi¨¦ticas (publicadas en ediciones inmensas por las editoriales del Estado) que desplazaron las relaciones humanas mediante el santo amor por el sistema sovi¨¦tico.
Porque, y as¨ª lo creemos Kundera y nosotros, la novela trata de la relatividad y de la ambig¨¹edad. En Cervantes "no hay una sola verdad absoluta, sino un tumulto de verdades contradictorias" encarnadas en esos yos imaginarios llamados personajes. ?Don Quijote es un tonto idealista o un h¨¦roe? Los lectores que encuentran a uno u otro, pero no a los dos, se equivocan. La novela, y no exclusivamente la de Cervantes, ha de ser una investigaci¨®n de las posiciones morales y no una afirmaci¨®n de ellas. Hemos de entender antes de juzgar. Los lectores de novelas que no saben de qu¨¦ trata la novela, y esto por encima de todo incluye a los censores oficiales, ya sean los de Mosc¨², Valetta o Arkansas; ya vean al K. de Kafka como un hombre inocente anlastado por un proceso judicial injusto o como un hombre culpable castigado por la justicia divina (o secular). No quieren ver que la verdad es pendular.
Como novelista centroeuropeo, Kundera encuentra en el vien¨¦s Musil y sus compatriotas bohemios Kafka y Hasel el gran tema de nuestro tiempo: el colapso europeo a trav¨¦s del colapso de Europa Central. Con Joyce y Proust era posible situar una estabilidad social en la que, no reprimidos por el Estado y no oprimidos por una agresi¨®n externa, los personajes pudieran llevar a cabo la b¨²squeda de su ser. Musil preanuncia el colapso del imperio austroh¨²ngaro; Kafka y Hasel, con sus formas opuestas, se enfrentan con la nueva estupidez de la norma burocr¨¢tica: con el buen soldado Schweik hay que re¨ªr ante ella; con K. no se pueden hacei bromas. Schweik sobrevive a trav¨¦s de la bufoner¨ªa y la adaptaci¨®n, el racionalista K. ha de hallar una raz¨®n para su castigo, eligiendo la culpabilidad. Ahora es dif¨ªcil que la novela no sea pol¨ªtica, ya que lla pol¨ªtica proporciona no la subestructura de la creencia o de la moralidad, sino el enemigo obstructor que lucha contra la vida privada. La novela en lengua inglesa siempre ha sido no pol¨ªtica -Kundera no halla ninguna virtud de novelista en Orwell- y por ello la ignora (como tambi¨¦n lo hace Solyenitsin), exceptuando a Richardson, quien descubri¨® el yo ¨ªntimo, y a Sterne, que invent¨® la novela del juego. De Hermann Broch, al que los brit¨¢nicos ignoran, Kundera tiene un alto juicio. En The Sleepwalkers, la desintegraci¨®n de los valores europeos -esos que se transmiten desde la Edad Media- est¨¢ dibujada de un modo ejemplar, lo que implica prolijidad en los detalles.
No me gusta demasiado leer novelistas que teorizan acerca de sus propias novelas, pero resulta grato leer la entrevista concedida a Paris Review, en la que Kundera se ocupa de la t¨¦cnica antes que de generalizar acerca de ideas y valores. Yo, que he sido algo as¨ª como m¨²sico antes de ser novelista (y tambi¨¦n lo ha sido Kundera), me inclino a pensar que este escritor est¨¢ en lo cierto cuando encuentra elementos de forma musical en la novela y al establecer, como lo hace, paralelos entre la estructura de un cuarteto de Beethoven y una de sus propias obras. La exactitud de los temas musicales, que no puede ser parafraseada, tambi¨¦n encuentra un paralelo en la exactitud del l¨¦xico. Los traductores de Kundera, preocupados por sus invariables palabras de indicaci¨®n de di¨¢logo, llevan consigo lo que piensan que es un estilo y cambian dice por replic¨® o murmur¨®. Kundera se queja de eso. Cuando ¨¦l ha escrito en mi bemol no quer¨ªa hacerlo en fa natural; cuando usa una palabra no quiere decir una transposici¨®n no autorizada. Esto le ha llevado a compilar un diccionario personal. "Re¨²na sus palabras clave, sus palabras problema, las que usted ama", le aconsej¨® Pierre Nora, editor de D¨¦bat. Y as¨ª lo ha hecho Kundera.
Dar¨¦ s¨®lo dos ejemplos. Diversi¨®n: Kundera piensa que est¨¢ bien ser, pero que es menos interesante hacerse el divertido. El traductor franc¨¦s de El juego no gustaba que las chicas estuviesen desnudas: las prefiri¨® vestidas de Eva. Un traductor americano ha hecho que un armonio emitiese ruidos esiomacales en lugar de sonidos. El editor de Kundera, al leer las pruebas, le llam¨®: "Estoy eliminando todos los pasajes divertidos". Kitsch: "En Praga vemos el kitsch como el enemigo primordial del arte. En Francia, no. Para el franc¨¦s, lo opuesto al arte verdadero es el entretenimiento". Kundera detesta a Chaikovski, Rachmaninoff y Horowitz al plano. Odia las grandes pel¨ªculas de Hollywood, como Kramer contra Kramer (?cita un ejemplo adecuado?, ?grande?) y Doctor Zhivago. Le gusta la risa, pero es terriblemente serio. Tiene raz¨®n en ponerse serio ante la novela y deplorar la existencia de esos cr¨ªticos casuales que declaran que la novela est¨¢ muerta. La novela morir¨¢ pasando por encima del cad¨¢ver de Kundera. Y tambi¨¦n del m¨ªo, si vamos al caso.
Traducci¨®n: Ana Poljak.
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