De repente, el mismo verano
Durante el mes de agosto, la historia se toma vacaciones. Por acuerdo general se impone una tregua para los grandes asuntos pol¨ªticos, tanto a escala casera como planetaria, mientras los peque?os envites cotidianos son colocados bajo una jurisdicci¨®n placentera. Los acontecimientos se desvanecen, los servicios se evaporan, y los conflictos, p¨²blicos y privados, quedan en suspenso, como si una mano milagrera pudiera colocarlos entre par¨¦ntesis o hubieran sido concebidos desde un principio para vivir, en un momento de su desarrollo, una interrupci¨®n pac¨ªfica. El sol entra en el hogar, la carnicer¨ªa, el ministerio o la mesa de negociaciones, e impone un obligado armisticio para el bronceado de los contendientes. Y como por arte de birlibirloque, las cosas complicadas se vuelven ligeras, el hombre p¨²blico se hace privado, el atareado cae en la indolencia, y el diet¨¦tico se permite el lujo de ingerir barriles de cerveza.Obligados durante meses al pronunciamiento acelerado, se vive la posibilidad anual de la abstenci¨®n ralentizada. Y dado que el tiempo parece abusar de nuestras capacidades, se permite decretar un instante indefinido y sin sustancia, rehabilitarlo con f¨®rmulas placenteras -ba?o, siesta, chapoteo con los ni?os, ligue tropical o turismo ex¨®tico- y vivirlo con sospechosa desenvoltura. Un espacio de tiempo aparentemente liberado en el que el mundo parece haber perdido sus secretos -la mirada tur¨ªstica renuncia a desentra?arlos-, la actividad de? esp¨ªritu ha quedado suspendida o atrapada entre postales, y hasta la curiosidad se ha disuelto en su grado cero brillantemente desparramada en el cuerpo bronceado.
Con los asuntos p¨²blicos puestos en almoneda, se liberan tambi¨¦n los teletipos. Y una atomizaci¨®n programada invade los medios de comunicaci¨®n, preocupados en vendernos el verano al precio que sea. Los espect¨¢culos proclaman el relajamiento del esp¨ªritu y la refrigeraci¨®n del cuerpo, lo que no excluye que, demasiado a menudo, salgamos de ellos con el esp¨ªritu cabreado y un catarro nasal; la televisi¨®n emite deportes estivales -el windsurf playero frente al baloncesto invernal-, series veraniegas con detectives de polvo f¨¢cil y programas enlatados a los que, decididamente, les ha locado el sol pero no la gracia; los peri¨®dicos y revistas, aminorados en p¨¢ginas, ya que no en precio, condimentan su men¨² con las necrolog¨ªas -¨²nicas noticias de sociedad que resultan imprevisibles y no se pueden posponer a septiembre; la cosecha de muertes, sea de artistas de Hollywood, de turistas en autocar o de peregrinos iran¨ªes, suele ser buena fuente noticiera-, combinadas con los relatos ligeros para sostener el aceitado solar, y un variad¨ªsimo programa de rutas tur¨ªsticas hacia la lujuria.Pero una sociedad como la nuestra, tan refractaria al anonimato, no puede conformarse con hacer del far niente veraniego objeto de narraci¨®n. A medida que ¨¦ste va perdiendo su valor de espect¨¢culo, trufado por las leyes del exceso -de calor, de inexistencia de servicios generales, de postales a¨¦reas o de muertos en carretera-, la informaci¨®n se personaliza. Y entre la tropa que durante agosto ha soltado amarras y, tras cuidada programaci¨®n militar, ha conseguido acordonar toda la geograf¨ªa peninsular, aparecen los nuevos dioses del otium veraniego, los tribunos con gracia estival frente a la invasi¨®n plebeya, las estrellas que el verano -s¨®lo ¨¦ste, la rotaci¨®n de los famosos cambia cada solsticio- ha convertico en or¨¢culos. Familias divergentes durante el resto del a?o cohabitan en agosto un espacio comprimido en busca de soledades y sosiego. Y venden tanto sus haza?as caniculares -andar en Vespino, pasear a la luz de un farol, podar los ¨¢rboles del cortijo- cuanto sus goces churrasqueros y reflexiones filos¨®ficas. Todo ello con no pocas dosis de contrici¨®n, no en. vano el abatimiento es la punici¨®n del famoso, sea ministro, cantante mel¨®dico, jeque marbell¨ª o presidente de Gobierno auton¨®mico; la soledad de la piscina o el chal¨¦ y la lectura de un libro anual, su obligada expiaci¨®n. De modo que gracias a las vacaciones estivales conocemos la agudeza y el ingenio de los actores con proyectos mil y los cantantes con gala incorporada, el derroche mozartiano de Narc¨ªs Serra, las tetillas de la jet-set y la facultad de Felipe Gonz¨¢lez para terminar Bella del Se?or y empezar La insoportable levedad del ser antes de reincorporarse al extranjero y jugar al parch¨ªs con el sindicato.
Con esa misa mel¨®dica, sin fulguraci¨®n ni intemperies, participamos en el teatro arenoso y luminocin¨¦tico del verano. Y colocados bajo esta normativa, donde nada funciona como es debido, se termina pagando como tributo el aburrimiento protocolario. Busco en el desplazamiento viajero una transgresi¨®n a la rutina cotidiana, pero esa huida aparentemente benefactora me procura un bienestar fr¨¢gil, repleto de m¨²ltiples incomodidades. Como toda errancia tiene su lado pat¨¦tico: permite abjurar del espacio real en beneficio de un simulado espacio ex¨®tico, cambiar la priniavera de El Corte Ingl¨¦s por el verano del supermercado, alterar la verticalidad del ascensor por la horizontalidad de la carretera, salir del aparcamiento subterr¨¢neo para entrar en el hacinamiento del aeropuerto.
Me instalo en un refugio familiar en busca de reposo para descubrir, 30 d¨ªas despu¨¦s, que tampoco en este cubil ajardinado -a medio camino entre la trinchera colectiva y el pante¨®n familiar- se han operado las necesarias metamorfosis. Busco liberar mi deseo -cuerpo y mirada que durante 11 meses han retenido la fatiga- a costa de sujetarlo a una producci¨®n de valor, a una dramaturgia ritual, a una excentricidad liberadora consistente en vivir la banalidad con bermudas y polos Lacoste en lugar de pantalones Cortefiel.
Y cuando, extenuado, col¨¦rico o f¨²nebre, observo el calendario, me doy cuenta de que la so?ada liberaci¨®n nominal s¨®lo se ha traducido en un deseo de muchedumbre. Aquellos rostros y aquellas haza?as libertinas se han borrado de la memoria, las curiosidades ex¨®ticas que me deslumbraron no han conocido la persistencia retiniana y, en definitiva, no he encontrado otra l¨ªnea para franquear que la del peaje de autopista. Para liberar las restricciones y entrar en la bonanza he donista habr¨¢ que esperar otros 11 meses.
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