La siesta el Ebro
En realidad aqu¨ª el verano es muy largo. El verano sestea y ha perdido la cuenta de las horas a iguales. Quiz¨¢ tamb?¨¦n de los d¨ªas sucesivos. Aqu¨ª perdura y probablemente perdurar¨¢ una cultura de las cuatro estaciones, establecida sobre un costumario marinero y agr¨ªcola que no puede cambiar, que no ,puede ser removido por la ficci¨®n del progreso ni. destituido por ning¨²n tipo de colonizaci¨®n estival de urbanitas nacionales o extranjeros o por las nerviosas v¨ªctimas de la soledad industrial. Vendr¨¢n aqu¨ª cada vez en mayor n¨²mero y ser¨¢n bien acoagodos, pero tendr¨¢n que adaptarse a las liturgias bien establecidas del verano inmortal, del Verano con may¨²sculas que no sabe de meses y quincenas y, que aqu¨ª sestea tras una comilona de marisco, eso s¨ª, coronado de espigas. Aestes antigua y excesiva. Antes, hace mucho tiempo, a estas playas de Alcanar, que desde el mar parecen al pie mismo del hosco Montsi¨¢ y a las rocas de la desembocadura del Senia, bajo los oteros de Sol de Riu, bajaban en los d¨ªas altos de la can¨ªcula y de las zizig¨ªas del verano, es decir, por consejo de la. luna, caravanas de carros y tartanas de las masoner¨ªas del interior y del monte, payeses ricos con criados y perros y animales para sacrificar, y tambi¨¦n vecinos del llano menos opulentos con viandas para un par de d¨ªas. Se prove¨ªan de abundant¨ªsimo marisco y acampaban a la sombra, al borde de las playas o a la orilla de las fincas, que por supuesto a¨²n no estaban cercadas hasta el l¨ªmite mismo del dominio. Las tartanas de labrados arreos y rica tapicer¨ªa encarnaban la misma figura que sus contempor¨¢neos Hispano Suiza de las fotograf¨ªas en sepia, varados en las playas del Maresme junto a un chiringuito de refrescos, pero representaban otra civilizaci¨®n, sobre todo del verano. Las se?oras se ba?aban con las mismas batas a topos, tras una digesti¨®n peligrosa, y los caballeros o los payeses caminaban arriba y abajo con las mismas camisetas imperio y distintos tocados, pero no ten¨ªan ning¨²n parecido. Aqu¨ª, como en las playas de Sant Carles y de l'Ampolla, esas costumbres balnearias relacionadas con la comilona y las formas completas, de bienestar han persistido, porque ha persistido tambi¨¦n la ocupaci¨®n vecinal. De jornadas o de meses, porque en este mundo da igual y el verano sigue siendo continuo y desbordado por los dos cabos, seg¨²n capricho de la luna. La comilona, el tiberi -ese nombre que perpet¨²a una tradici¨®n hedon¨ªstica bimilenaria- es obligaci¨®n cotidiana m¨¢s importante que cualquier otra forma de culto a los cuerpos y a sus posibilidades felicitarias. Porque el aprovechamiento del pa¨ªs y de su clima, la ocupaci¨®n del verano, se sigue rigiendo por legalidades agr¨ªcolas y de parentesco y vecindad. Desde cerca o desde m¨¢s lejos todas estas comarcas pasan el verano asomadas a sus playas calientes y aventadas. El viajero sol¨ªa llegar por la mar a Les Cases d'Alcanar, que entonces no ten¨ªa puerto y donde le recib¨ªan como a un vecino unos pescadores antiguos, en la m¨¢s pura tradici¨®n de la mariner¨ªa catalana precisamente, quiz¨¢, porque eran de la frontera. Y se sent¨ªa uno m¨¢s all¨ª, mientras duraba la escala. Com¨ªa y beb¨ªa con ellos y se incorporaba a la cadencia morosa y empe?ada de sus vidas. Ahora hay puerto, holgado y bien defendido, y hemos atracado en ¨¦l. Hay muchos pescadores con lonja boyante, muchos bares y refinados restaurantes en la playa, algunos hoteles y quiz¨¢ unos miles de forasteros. Pero la cordialidad y la amabilidad es la misma, las leyes de la hospitalidad que parecen practicar todos, no s¨®lo los viejos que seguramente nos recuerdan. Los forasteros parecen, como por toda esta parte, vecinos no muy lejanos, gentes de la regi¨®n y del valle del Ebro, que seguramente honran c¨®digos de costumbre muy parecidos y se adaptan con tanta facilidad, que puede dar la impresi¨®n de que el verano s¨®lo multiplica la poblaci¨®n nativa y de que sestea en la buena compa?¨ªa de todos.Todo enorme
En Sant Carles de la R¨¢pita las cosas no son muy diferentes. Pero en Sant Carles todo parece muy grande, incluso enorme: el golfo de Los Alfaques, el puerto, el tama?o de las barcas amarradas y, sobre todo, los cascos a punto de calafatear en las anguilas de los astilleros. Tambi¨¦n la ciudad, neocl¨¢sica y carolina, con un trazado no casualmente amplio. Y las raciones de marisco de los restaurantes y el contenido de los peroles y hasta la profundidad de las botellas. Todo y abundante, como las mismas playas y la llanura f¨¦rtil del traspa¨ªs del delta que hasta La Cava es jard¨ªn rapitense, sobre todo desde que est¨¢ protegido como parque natural. Todo parece enorme y en peligro de ser invadido, pero la cultura del verano lo proteger¨¢. El verano aqu¨ª, como antes, como siempre, obliga al respeto de las cuatro estaciones, que es lo que quieren los astros y los dioses verdaderos. Empieza a haber una importante colonia estival, pero uno tiene la impresi¨®n que de gente no muy forastera, sino muy ligada a la regi¨®n y a sus costumbres. Por la calle, o en el aparthotel en el que el viajero ha recalado, se tropiezan muchos extranjeros, sobre todo italianos, pero se dir¨ªa que, como los franceses de la Cala de l'Ametlla, no son muy diferentes a la gente del pa¨ªs, y qui¨¦n sabe si han escogido estas costas por simpat¨ªa de culturas. Los italianos podr¨ªan ser ribere?os del bajo Adri¨¢tico. La marina, los pescadores, no son s¨®lo el motor m¨¢s importante de las econom¨ªas e industrias rapitenses, son tambi¨¦n los que hacen la costumbre y la ley, y sin duda La R¨¢pita es, ya que no el puerto de Arag¨®n, como quiso Carlos III, la primera o segunda capital pesquera de los catalanes. Todo el delta es una capital pesquera y desde hace poco del marisqueo y los cultivos marinos. Sant Carles, L'Ampolla y las orillas del r¨ªo hasta la isla de La Cava, as¨ª como las lagunas del parque natural, son en muchos aspectos el mismo puerto, pese a las rivalidades parroquiales que aqu¨ª son muy activas e importantes. Son un puerto enfrentado por la tradici¨®n y la geograf¨ªa al de la Cala de l'Ametlla, y en este puerto la poblaci¨®n pescadora de La R¨¢pita es la m¨¢s importante. Sin embargo, en la mar a los marineros de esta parte no se les llama rapitenses, sino caveros, incluso a los de Tortosa y Amposta. Quiz¨¢ porque los caveros fueron siempre diferentes y famosos, hasta hace poco con claras singularidades ¨¦tnicas, y tienen. cr¨¦dito de violentos y arrechados aqu¨ª y en los siete mares.
Dos cosas tendr¨¢ que hacer e viajero, todos los viajeros que aqu¨ª recalen por mucho o por poco tiempo: cruzar el delta y asomarse a todas y cada una de las largu¨ªsimas playas que cierran por fuera y por dentro los golfos de Los Alfaques y del Fangar sujetos a la tierra firme como por una cuerda de ballesta.
Programa de vacaciones
Cruzar el delta no es la costumbre del viajero. Suele entrar en el Ebro por la Gola de Mitjorn, remontar el r¨ªo y amarrar en las orillas de la Cava o en cualquier punto del camino de sirga de la ribera derecha del r¨ªo. Pero eso es todo un programa de vacaciones. Se puede recorrer el delta en unas horas por los caminillos que cruzan las dos v¨ªas transversales. Bordear las lagunas, acercarse a las zonas reservadas de nidificaci¨®n o de cr¨ªa, practicar la observaci¨®n ornitol¨®gica o del entrenamiento de perros de caza y almorzar espl¨¦ndidamente en cualquiera de los restaurantes de Els Montells o de las mismas riberas con arroces de pescado, chapadillo de anguila, angulas o exquisiteces estrictamente locales. Se puede, a condici¨®n de ir preguntando en cada encrucijada de senderos al campesino m¨¢s pr¨®ximo que os orientar¨¢ d¨¢ndoos se?as por el color de las ventanas o de los techos de las barracas, tan parecidas entre s¨ª. Por aqu¨ª no pasan turistas, salvo de playa a playa y por las v¨ªas conocidas. Desde hace muy poco hacen como el viajero peque?os grupos de verdes y ecologistas que se encaraman a las torres de observaci¨®n zool¨®gica armados de c¨¢mara japonesa o de prism¨¢ticos alemanes. Pero los adri¨¢ticos y los provenzales no vienen por aqu¨ª. Es mejor que sea as¨ª, pero esta visita del delta pisando su tela de ara?a es verdaderamente imprescindible. Habr¨¢ que pasar el coche en barca y arrancarlo del fango en cada decisi¨®n equivocada.
Las largu¨ªsimas playas, las de la Banya y el Trabucador; de los Eucaliptus y el Serrallo, al sur del r¨ªo; del Galatxo, la Marquesa y el Fangar, al norte; o la del Arenal, en el continente, son tambi¨¦n en verano solitarias, como siempre, y guardan los precios de embarcaciones embarrancadas o abandonadas. S¨®lo los alrededores de una urbanizaci¨®n mar¨ªtimo-fluvial concentran alguna gente y unas cuantas instalaciones. Pero gentes y cosas parecen perdidas en el desierto. En algunos puntos se sit¨²an acampadas completamente improvisadas y salvajes, y se tropieza con gente instalada que camina desde la orilla del mar a las de las casi albuferas, portando baldes e instrumentos de supervivencia. En las orillas marinas, grupos de muchachos y muchachas desnudos posan para una imposible tela de Sorolla, y unas se?oras grandes y desfondadas tejen bajo los paraguas. De pronto, pasa alguien que parece poeta, meditabundo, y detr¨¢s una figura que me es extra?amente familiar. Es un personaje que anda lentamente y muestra la cara desdibujada de alguien que ha perdido el pasado y a quien el porvenir importa poco. Podr¨ªa parecerse a Alfred Hitchcok, pero no es la suya esa expresi¨®n est¨®lida. Y lo conozco. De pronto crece ante m¨ª, y se oscurece, y se vuelve de bronce, y parece que a sus pies, en la arena, se lea la firma de Pablo Serrano. He visto esa estatua por ¨²ltima vez en Alca?iz. He visto ese esp¨ªritu m¨¢s que sexagenario hace un a?o en Alca?iz y no me sorprende nada que haya llegado andando hasta aqu¨ª. Era su destino natural, geogr¨¢fico e hist¨®rico.
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