Despu¨¦s de Nueva Orleans
QUERIENDO SORPRENDER con un golpe de audacia que desmienta su etiqueta de pusil¨¢nime, el candidato republicano a la presidencia estadounidense, George Bush, ha elegido al senador Dan Quayle, de 41 a?os, ultraconservador en materias de defensa, como acompa?ante de candidatura. Se trataba de aplacar al ala m¨¢s derechista del partido, conseguir el voto de la poblaci¨®n nacida tras la guerra, los baby boomers, 75 millones de electores, y de las mujeres, mayoritariamente inclinadas de entrada hacia Dukakis. Y el 8 de noviembre acudir¨¢n a las urnas 10 millones m¨¢s de mujeres que de hombres. Quayle es un pol¨ªtico muy teleg¨¦nico: se le compara con Robert Redford.Pero Quayle, para desgracia de Bush, parece que ten¨ªa en su pasado algo m¨¢s que una cara bonita. En contraste con su mensaje de arrebatado patriotismo y entusiasmo por las virtudes castrenses, ha saltado a la luz que utiliz¨® la influencia de su millonaria familia para no ir a combatir a Vietnam. Y cuando ha estallado el esc¨¢ndalo lo ha explicado muy mal. Nadie est¨¢ diciendo que Quayle fuera un cobarde. Miles de americanos hicieron todo lo posible por evitar morir en el sureste asi¨¢tico. Pero utiliz¨® el favoritismo y adem¨¢s ha mentido negando en principio los hechos. Ello pone en duda toda su historia y confirma las dudas sobre su ligereza personal y pol¨ªtica, que se une a la certeza sobre su mediocridad intelectual. En conjunto, produce la imagen de un joven sin nada especialmente apreciable en su biograf¨ªa. y poco preparado para estar a "un latido de coraz¨®n 1 del cargo m¨¢s poderoso del mundo. Por todo ello, Bush, para quien Nueva Orleans era una especie de rev¨¢lida, sale de la Convenci¨®n teniendo que dar explicaciones sobre su compa?ero de cartel, lo que ha ensombrecido el buen efecto de su discurso de aceptaci¨®n.
Las l¨ªneas de la batalla por suceder al irrepetible Ronald Reagan ya est¨¢n definidas. Bush, hasta ahora un p¨¢lido pol¨ªtico a la sombra del antiguo actor, enarbola la mejor situaci¨®n internacional desde el fin de la II Guerra Mundial y un crecimiento econ¨®mico ininterrumpido desde hace m¨¢s de cinco a?os como avales en favor del continuismo..Dukakis ofrece "un golpe de tim¨®n sin riesgo". Cuenta a su favor con el cansancio que ha producido la era de Reagan -ocho a?os son una eternidad en un pa¨ªs como Estados Unidos- y la incertidumbre que provoca en la ciudadan¨ªa el futuro inmediato de una econom¨ªa recalentada y lastrada por un enorme d¨¦ficit presupuestario y un fuerte desequilibrio de la balanza comercial. Pero el hasta ahora gobernador de Massachusetts trata sobre todo de presentarse como un gestor probadamente eficaz y honesto frente a la imagen de esc¨¢ndalo y descontrol que se ha desprendido de la Casa Blanca desde hace un par de a?os.
Los republicanos han dicho adi¨®s en Nueva Orleans a su h¨¦roe Reagan, que ha cambiado los t¨¦rminos del debate pol¨ªtico y econ¨®mico en Estados Unidos. El leal Bush, que no ha expresado una sola idea propia en ocho a?os de vicepresidente, ha cogido el relevo. Y lo ha hecho con dignidad y con m¨¢s energ¨ªa y convicci¨®n de lo esperado. "No se trata s¨®lo de hacer que los trenes lleguen a tiempo, sino de que sepamos ad¨®nde van", dijo en Nueva Orleans, dando a entender que el tecn¨®crata Dukakis no lo sabe. Para el republicano medio reforzado en su conservadurismo por la revoluci¨®n reaganista, Dukakis es un ultraliberal que esconde sus cartas, un McGovern o, en el mejor de los casos, un Carter. Se trata de "dos visiones de Am¨¦rica, dos ideas diferentes del futuro", ha advertido Bush en la Convenci¨®n. A?adiendo que, en el fondo, Dukakis considera inevitable el declive americano. Su oferta alternativa es la del optimismo patri¨®tico: Am¨¦rica es una naci¨®n en ascenso, y el siglo XXI seguir¨¢ teniendo el color de la bandera de las barras y estrellas. Un mensaje que sigue hallando terreno abonado en amplios sectores de la sociedad estadounidense y que probablemente har¨¢ la pugna m¨¢s igualada de lo que hasta hace poco auguraban las encuestas.
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