Los ba?os
En el imperio austro- h¨²ngaro los caballos tuvieron gran importancia. Tanta importancia ten¨ªan que bien se puede afirmar que la suerte del imperio depend¨ªa no tanto de la caballer¨ªa cuanto de los caballos. Las otras grandes potencias europeas —el zar de Rusia, la corte de St. James, la rep¨²blica francesa (muy de a pie), los pr¨ªncipes alemanes— fiaron menos en los caballos, y qui¨¦n sabe si gracias a eso han subsistido con mayor apariencia de poder¨ªo. Pero las patrias de la Europa Central se forjaron a caballo y a caballo ten¨ªan que jugar su suerte; en sus reinos y provincias los pr¨ªncipes y altos dignatarios estaban siempre a caballo, a juzgar por los testimonios que nos han llegado, un caballo siempre almohazado y enjaezado, a pocos pasos de la cama. El motor de combusti¨®n interna fue fatal para el imperio, nunca se recuper¨® de tal golpe y por ah¨ª le vinieron casi todos sus males. De haber prevalecido el caballo, incluso s¨®lo el caballo de tiro, otra hubiera sido su suerte. En esos pa¨ªses, ya que sus h¨¦roes y guerreros deben estar siempre a caballo, la posici¨®n pedestre se reserva a sabios, astr¨®nomos y predicadores; la sentada a poetas civiles y pedagogos, pintores y hombres de letras, como ese admirable Anonimus, cronista del rey Bela III, que, encapuchado y recostado sobre el respaldo de su banco, deja caer indolente la mano que sostiene la p¨¦ndola.
No es de extra?ar, por consiguiente, que en Budapest haya tal proliferaci¨®n de estatuas ecuestres —por lo general muy tard¨ªas, contempor¨¢neas del despertar nacionalista que por primera vez reconoce sin ambages cu¨¢nto la patria magiar debe a sus caballos—,altorrelieves y monumentos conmemorativos —al Segundo Regimiento de h¨²sares de Transilvania, por ejemplo— de entre los cuales quiero destacar el del elegante h¨²sar (una de las pocas palabras magiares incorporada a todas las lenguas) que de una galopada recobr¨® Berl¨ªn para el cetro de Mar¨ªa Teresa, o la gallarda del pr¨ªncipe Eugenio de Saboya, el m¨¢s grande estratega de la Edad Moderna, seg¨²n la mayor¨ªa de los historiadores b¨¦licos, conquistador de Budapest y que, al decir de Montesquieu, abandon¨® la carrera de las armas cuando supo la muerte de Villars, su rival a lo largo de 20 a?os de campa?as y ¨²nico capit¨¢n que pod¨ªa medirse con ¨¦l.
En todo el barrio de la Ciudadela se siente la ausencia del caballo, y cuando a la ca¨ªda del sol queda desierto y del fondo invisible de una calle curva llega el ruido de unos cascos, de pronto se tiene la impresi¨®n —muy acorde con los sentimientos del se?or Rezeda— de que a la retirada de los turistas, los perennes moradores del barrio regresan a ¨¦l para la cena, tras su diurno desalojo obligado por el equilibrio de la balanza comercial. Pero no: es el ¨²ltimo de los coches de punto —con postill¨®n tocado con bomb¨ªn— que con paso cansino arrastra su ¨²ltima ronda en busca de un mejor equilibrio de la balanza comercial. (Nadie debe extra?arse de que el gran sal¨®n Vladislav, en el castillo de Praga —el sal¨®n medieval m¨¢s espacioso al norte de los Alpes—, donde ten¨ªan lugar famosas ceremonias, justas y fiestas, cuente con una rampa para el acceso a caballo.)
Si los caballos ten¨ªan tanta importancia, no le deb¨ªan ir a la zaga los ba?os p¨²blicos y los balnearios, otra de las herencias del turco. Sobre todo en su per¨ªodo ag¨®nico, los hombres del imperio, cuando no estaban a caballo, se met¨ªan en el ba?o, envueltos en vapor. A la vista tengo una fotograf¨ªa que cuanto m¨¢s la contemplo, menos me la creo. El emperador Francisco Jos¨¦, viudo y setent¨®n, se dirige al ba?o desnudo y a pie; el tronco de su cuerpo semeja la cabeza de un mast¨ªn, sus fl¨¢ccidos antebrazos son las orejas, las tetillas los ojos y su tripa prominente el hocico cuya boca oculta p¨²dicamente con algo parecido a. un plumero. Pero Francisco Jos¨¦ ni siquiera en el ba?o puede desprenderse de sus atributos imperiales, por lo que su desnudez se adorna con un casco wilhemino con morri¨®n de plumas de medio metro de altura, al pecho una condecoraci¨®n y un crucifijo, mientras, m¨¢s sorprendente todav¨ªa, con su mano izquierda sostiene el sable, que cuelga de un cinto de raso. En su camino al ba?o es saludado militarmente por un edec¨¢n igualmente desnudo, pero tocado con casco, sable y botas.
Sin duda, de todos los ba?os de Budapest, el m¨¢s famoso y concurrido es el Gellert, en el edificio del gran hotel del mismo nombre, una joya de la belle epoque maltratada por la modernizaci¨®n. En los ba?os del Gellert no es f¨¢cil entrar y poco menos que imposible ba?arse, a menos de conseguir el inevitable pase extendido por las autoridades sanitarias (tampoco es sencillo conseguir un billete de tranv¨ªa, pero nada m¨¢s f¨¢cil que viajar en ¨¦l. No vi a lo largo de dos trayectos que viajero alguno depositara su billete en el cajet¨ªn, pero me consta que todos viajaban con su correspondiente abono). Todos los h¨²ngaros se ba?an con gorro, por lo general de pl¨¢stico transparente, como los de las duchas de los hoteles, sin duda a causa de una norma de obligado cumplimiento cursada por las autoridades sanitarias, que, con el pretexto de la salud p¨²blica, han decidido perseverar en las costumbres de su antiguo emperador y conceder al ciudadano, en el rebajado orden socialista, los mismos gustos que ¨¦l se dispensaba; de la misma manera que ha abierto para su uso dominical los parques y jardines de sus antiguos dominios privados.
Mat¨ªas Hor¨¢nyi, el director del departamento de castellano de la universidad de Budapest, es un hombre notable; no s¨®lo por haber fundado la primera c¨¢tedra de hispanismo de Hungr¨ªa, no s¨®lo por ser uno de los especialistas m¨¢s prestigiosos de Europa, no s¨®lo por ser una de las mayores autoridades en Antonio Machado y el Modernismo (a tanto le lleva su pasi¨®n que en su casa veranea este a?o el modernito). "Un alba?il del Este", dice de s¨ª mismo. Mat¨ªas Hor¨¢nyi se ha construido ¨¦l solo su casa, en Tordas, un pueblo a unos 30 kil¨®metros de Budapest en la-direcci¨®n del Balat¨®n, por cierto, un lago somero, de unos tres metros de profundidad media, que cumple all¨ª funci¨®n parecida a la del pantano de San Juan en Madrid. No s¨®lo ha levantado su segunda casa de dos plantas, sino tambi¨¦n una cripta subterr¨¢nea, revestida de siller¨ªa caliza —cuyos sillares ha colocado uno a uno con sus manos— que en su d¨ªa piensa forrar con botellas de ese borgo?a magiar que all¨ª tanto gusta. Por unos pocos miles de forints, una excavadora le hizo las zanjas, la fosa y el posterior relleno; por otro tanto, un cami¨®n le verti¨® en un d¨ªa el hormig¨®n de los cimientos; los marcos de puertas y ventanas los adquiri¨® de segunda mano en un derribo; la tabla de pino machihembrado para los pisos, en una serrer¨ªa vecina; la mano de obra la puso ¨¦l (con ayuda de su mujer y su hijo de ocho a?os, que le sirven de auxiliares) a lo largo de seis meses; tan s¨®lo faltan la escalera y la estufa; y la luz el¨¦ctrica, que espera tener la pr¨®xima d¨¦cada. Tambi¨¦n ha plantado el huerto, los frutales y las vides, en los 7.000 metros cuadrados de tierra que el Gobierno concede a todo ciudadano por un precio simb¨®lico.
Le pregunt¨¦ a Mat¨ªas si aquello era la puszta, si no hab¨ªa por all¨ª grandes manadas de caballos. Buena parte de la crianza de caballos ha desaparecido de Hungr¨ªa y solamente en el noroeste del pa¨ªs, en el valle alto del Tisza, al sur de los C¨¢rpatos, se pueden todav¨ªa con templar grandes manadas de caballos destinados en su mayor¨ªa a la industria de la carne. Consecuencias del motor de explosi¨®n. Aquello era la puszta, una puszta t¨ªmida, poco a poco puesta al servicio de la metr¨®polis; para mi sorpresa, supe tambi¨¦n que el basin de Budapest goza de un clima seco, con una precipitaci¨®n anual media que no sobrepasa los 700 mil¨ªmetros, algo m¨¢s que Madrid, un dato que abona la afici¨®n del turco al lugar.
No lejos de Tordas se encuentra Martonvasar, "en aquel paisaje h¨²ngaro todo encantado de m¨²sica y velado de la malinconia". All¨ª ten¨ªan una importante hacienda los condes Brunswick de Korompa, devastada por los turcos en su pen¨²ltima incursi¨®n. En el palacio residi¨® varias veces Beethoven entre 1804 y 1806, como preceptor musical de las hijas del conde; se sabe que all¨ª termin¨® la Appasionata, y estimulado por la idea de contraer matrimonio con Teresa vivi¨® uno de los per¨ªodos m¨¢s f¨¦rtiles de su vida, su akm¨¦, seg¨²n Herriot, cuando concibi¨® entre otras piezas el Concierto para viol¨ªn y orquesta y los tres Cuartetos de cuerda, opus 59, que luego dedic¨® al pr¨ªncipe Razumowski. En sus memorias cuenta Teresa que los condes ten¨ªan por costumbre titular los tilos de un soto cercano al palacio con los nombres de los amigos que lo visitaban, y Beethoven tuvo su ¨¢rbol, en cuya corteza estuvo grabado su nombre, hasta que fue talado en 1919 para convertirlo en le?a durante la revoluci¨®n bolchevique de Bela Kuhn. Nada supo o quiso decirme Mat¨ªas sobre el estado actual del palacio; quiz¨¢ haya sido restaurado y tenga un aspecto m¨¢s hermoso y hasta m¨¢s antiguo que antes de la guerra; quiz¨¢ haya un tilo, cuidadosamente envejecido, con el nombre de Beethoven grabado en su corteza. El culto a los viejos tiempos a la larga se impone a las ¨ªnfulas revolucionarias. El famoso restaurante Hungaria, en Pest, cuyo edificio, antiguo casino, se halla en proceso de restauraci¨®n, se acompa?a ya (con caracteres menores y un preservativo par¨¦ntesis) de su antiguo nombre: New York. Todo parece indicar que dentro de poco recuperar¨¢ su antigua titularidad, con un evocativo par¨¦ntesis, para llamarse: New York (Hungaria).
Tu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo
?Quieres a?adir otro usuario a tu suscripci¨®n?
Si contin¨²as leyendo en este dispositivo, no se podr¨¢ leer en el otro.
FlechaTu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PA?S desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripci¨®n a la modalidad Premium, as¨ª podr¨¢s a?adir otro usuario. Cada uno acceder¨¢ con su propia cuenta de email, lo que os permitir¨¢ personalizar vuestra experiencia en EL PA?S.
En el caso de no saber qui¨¦n est¨¢ usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contrase?a aqu¨ª.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrar¨¢ en tu dispositivo y en el de la otra persona que est¨¢ usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aqu¨ª los t¨¦rminos y condiciones de la suscripci¨®n digital.