Barroco
Praga no es una ciudad barroca, repiten sus gu¨ªas; es una ciudad barroquizada. Levantada sobre un sustrato g¨®tico, que en parte, y a su vez, lo es sobre otro rom¨¢nico, la primera impresi¨®n visual -emparentada con las postales y las panor¨¢micas- es la de una ciudad g¨®tica, dominada por las agujas de la catedral de San Vito Ias torres de San Jorge y Daliborka, del Ayuntamiento Viejo y de la P¨®lvora, las puertas y la l¨ªnea del puente Carlos. Pero dentro de esa oscura silueta trazada con ¨¢ngulos agudos, ojivas y l¨ªneas verticales, aparece no tanto en segundo plano como en segunda observaci¨®n, como en esas ilustraciones jerogl¨ªficas en las que debajo de una mariposa surge la cara de Baudelaire, las formas redondeadas y curvas de las dos iglesias de San Nicol¨¢s, el imafronte de San Jacobo, los encrespados cornisamentos, la inquieta estatuaria de la Edad Moderna, el delicado rococ¨® del palacio Hinski y el neocl¨¢sico, un tanto estrecho de hombros, del teatro Tyl, cubierto por los andamios y tan famoso por haber estrenado all¨ª Mozart su Don Giovanni el 29 de octure de 1787. Y, por ¨²ltimo, el fastuoso modernismo del barrio de Jose?ov, en el sector circular que forman el r¨ªo y las calles Parizsk¨¢ y Kaprova. Por no hablar de los mastodontes negros y lisos de los grandes almacenes Kotva, en N¨¢mesti Republiky, o la necia simplicidad caribe del hotel Intercontinental, que quieren demostrar que tambi¨¦n Praga est¨¢ ¨¤ la page. Demostraci¨®n que de manera mucho me nos ostensible y m¨¢s contundente consigue el metro, con una concepci¨®n (tipo turbo) y un funcionamiento verdaderamente ejemplares. El barrio de Josefov atrae a los visitantes por el viejo cementerio jud¨ªo y sus seis sinagogas, de las cuales la m¨¢s notable es, sin duda, la Staronov¨¢ (Vieja y Nueva), levantada en el siglo XIV de acuerdo con una traza cisterciense. Casi todas ellas se han reacondicionado como museos del pueblo y arte jud¨ªos, con un sostenido ¨¦nfasis sobre los horrores sufridos en la ¨²ltima guerra. El reloj de la torre del peque?o ayuntamiento se?ala las horas en caracteres hebraicos, lo que no impedir¨ªa saber la hora si estuviera en marcha. En el cementerio, un rom¨¢ntico amontonamiento de l¨¢pidas cuya raz¨®n de ser nada tiene de rom¨¢ntico, no est¨¢ la tumba de Kafka, pero s¨ª las de Gauss, Delmedigo y la muy visitada del rabino L?w, donde las se?oritas depositan unos papelotes escritos con sus m¨¢s ¨ªntimos deseos, que, por lo general, se cumplen por su propia simplicidad. Jehuda Ben Bezabel, el rabino L?w, fue erudito, pedagogo, fundador de una escuela talm¨²dica, astr¨®nomo y consejero de Rodolfo II. Fue el creador del G¨®lem (v¨¦ase la novela de Scholem Asch), un gigante de barro al que dio vida colocando bajo su lengua un pergamino con una leyenda m¨¢gica. Pero, a juzgar por su estatua, erigida en un esquinazo del nuevo Ayuntamiento en N¨¢mesti Prim¨¢tora Dr. Vacka, el rabino L?w no es otro que el conocido actor brit¨¢nico, que estuvo afincado en Hollywood, C. Aubrey Smith, en una de sus m¨¢s logradas caracterizaciones. El edificio del Ayuntamiento, a pesar de datar de 1911, se halla tambi¨¦n en r¨¦gimen de restauraci¨®n; muy previsoramente, los arquitectos encargados de la obra han dejado dos balcones de la planta noble sin balaustrada, sin duda con vistas a facilitar la pr¨®xima defenestraci¨®n.El barrio de Josefov, antes definido, tan s¨®lo es visitado por el cementerio jud¨ªo y las sinagogas; sin embargo, para un estudioso de los estilos art¨ªsticos contiene m¨¢s inter¨¦s que el que se desprende de tales motivos. El barrio, hasta finales del XIX era un aut¨¦ntico gueto formado por un d¨¦dalo de callejas e impasses, con inmuebles de a lo sumo tres plantas, insalubre y dilapidado. En 1895 comenz¨® el derribo del viejo barrio y el trazado del nuevo, completado hacia 1911 con amplias calles y edificaciones lujosas de 8 y 10 plantas, y all¨ª surgi¨® un conjunto modernista y ecl¨¦ctico, que no tiene parang¨®n en Europa, tal vez s¨®lo en Par¨ªs o Barcelona. No conozco en Europa una calle como la Parizsk¨¢, un muestrario tan completo del estilo Liberty, que all¨ª llaman con una palabra checa que, seg¨²n creo, quiero decir disidente o diferente. Ese estilo, o conjunto de estilos, no en balde se le conoce como ecl¨¦ctico, exig¨ªa la colaboraci¨®n art¨ªstica -no merarnente industrial- de una serie de oficios (estucadores, ceramistas, forjadores, vidrieros, ebanistas), que trabajar¨ªan de consuno para no dejar un solo elemento del edificio sin la impronta del nuevo estilo. Ni las portillas de las carboneras en los semis¨®tanos. S¨®lo ese peque?o barrio de Josefov da para un d¨ªa de visita y varios carretes de fotograf¨ªas para quien sepa hacerlas.
Estilo modernista
El estilo modernista se impuso, naturalmente, en otros puntos de la ciudad, como en la Casa Municipal, en N¨¢mesti Republiky, de un car¨¢cter m¨¢s festivo (m¨¢s del tipo T¨ªvol¨ª o Palacio del Retiro), en cuya kavarna el visitante no deber¨¢ dejar de saborear un caf¨¦ turco y una copa de slivovice, entre j¨®venes sesudos, que para m¨ª tengo, hablan mucho de exposiciones. Incluso lleg¨® a la catedral de San Vito, en uno de cuyos ventanales de la nave del Evangelio Mucha levant¨® un vitral (verde, azulado y fr¨ªo en la orla, se va encendiendo de colores hacia el centro que quita la respiraci¨®n). Pero, sin lugar a dudas, el edificio modernista m¨¢s sorprendente de Praga, aunque no el m¨¢s bello, es el convento de la Beata Agnes, en la calle Krizovnick¨¢, completamente civil y apto para locales comerciales de lujo en sus bajos, que se dir¨ªa la sede de una gran compa?¨ªa de seguros a no ser por el B. Agnes ora pro nobis que se lee encima de la comisa. Enfrente est¨¢ el Klementinum, el edificio de mayor planta de Praga, el gran colegio de los jesuitas, con la torre para observaciones meteorol¨®gicas, levantada en 1723. Praga es ciudad de astr¨®nomos, all¨ª residi¨® Tycho Brahe y all¨ª vivi¨® y trabaj¨® Kepler, en una deliciosa casa de la calle Karlova, desde cuya torre, entre 1607 y 1612, descubri¨® las trayectorias el¨ªpticas de los planetas. Una cara, con su perilla y sus bigotes afilados, igual a la de Cervantes.
Resulta algo dificil hacerse cargo de c¨®mo puede ser la calle de Praga en un d¨ªa normal sin turistas. Como dec¨ªa, a una manzana de la calle m¨¢s concurrida, la Na Prikop¨¦, o la Vaclavsk¨¦ N¨¢mesti, se puede entrar en un barrio desierto y desportillado, habitado por clases pasivas con un subsidio de menos de 1.000 kopecs al mes. Se ven algunas colas, sobre todo ante el puesto de helados, que tiene una palabra imposible, zrmzlina; indicativa del aburrimiento general puede ser la inmensa cola, toda de gente seria y madura, ante la caseta de espejos deformantes en el parquete Petrin. Nunca queda una entrada para el concierto. En alguna vinarna se puede tomar una copa de vino tinto y agrio como no hay barras para beber derveza, hay que sentarse, cosa no f¨¢cil en las horas altas. Gracias a la solicitud de nuestro acompa?ante pudimos degustar una excelente pilsen en una cervecer¨ªa comunal, poco menos que exclusiva de los vecinos le la manzana, donde los turistas apenas tienen entrada porque nunca hay una vacante. Del cine, no faltar¨ªa m¨¢s, y del teatro, un famoso teatro mudo, no me ocup¨¦ lo m¨¢s m¨ªnimo.
La imagen sonriente, abierta y veraniega de Praga contrasta con la fugaz visi¨®n de Pizen, Pilsen, a la ca¨ªda de la tarde, a la vuelta de una excursi¨®n a Karlovy Vary y Marianske Lazne, KarIsbad y Marienbad para los no versados. A no ser por una excavadora, una zanja y una tuber¨ªa de conducci¨®n subterr¨¢nea, la llegada a la segunda ciudad termal a punto estuvo de transportarnos a la estomagante ¨¦poca de Francisco Jos¨¦. No se ve¨ªa un alma, y del blanco pabell¨®n abierto llegaban los acordes de una fanfarria. Pero nuestra llegada fue la se?al para la conclusi¨®n del concierto, se desvanecieron los m¨²sicos y los archiduques, los h¨²sares y los galonados tenientes, las pamelas, las sombrillas y los miri?aques, y en su lugar, un tropel de ag¨¹istas corri¨® al mostrador a depositar la numerada salvilla en el casillero. La salvilla es como una peque?a tetera y es preciso beber el agua a trav¨¦s del pitorro. Un agua repugnante que puede cortar el apetito y dejar en el paladar, durante tres d¨ªas, el antiguamente llamado gusto a Bilbao. As¨ª que, de vuelta a Praga, decidimos detenemos en la capital de la cerveza a degustar no menos del litro necesario para olvidar aquella peste. No paramos en Pilsen, no hab¨ªa d¨®nde. Sus chimeneas se vislumbran a 15 kil¨®metros y la primera inmensa factor¨ªa, de color ocre oscuro, que imprudentemente atribuimos a Urquell, result¨® ser la Skoda. No hab¨ªa un alma ni vimos un local. A ambos lados de la calle principal en que desemboc¨® nuestra carretera se abr¨ªan infinitas transversales desiertas, "de imposible redenci¨®n", ni siquiera pautadas por portales; s¨®lo se ven bloques y tapias; de la vivienda deben salir directamente a la f¨¢brica, sin atravesar la tapia. El socialismo fabril, en toda su tapiada magnificencia; la nueva sociedad, a un paso del desierto; el nomadismo, en viviendas prefabricadas. No llegues a Praga, viajero, despu¨¦s de haber visitado Viena o Budapest. P¨¢sate antes por Pilsen y comprender¨¢s lo que es Praga, lo que ha sido y lo que puede ser.
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