'Memacracia'
Un programa estival de la tele me ha inoculado dos frases memas. Una del joven novelista prim¨ªparo Daniel M¨²gica (En los hilos del t¨ªtere, de Plaza y Jan¨¦s); otra de Luis Eduardo Aute, avezado artista (a falta de palabra m¨¢s ancha que abarque todas sus actividades).Daniel M¨²gica dijo (aproximadamente): "Tengo un producto [un libro] en el mercado, por eso estoy aqu¨ª [en la tele]".
Luis Eduardo Aute dijo (aproximamente): "Si el marketing tuviera cuerpo, si se manifestara en una persona, con mucho gusto lo asesinar¨ªa, y no me importar¨ªa que me condenasen a un mont¨®n de a?os de c¨¢rcel".
Daniel M¨²gica no ha cumplido los 22.
Luis Eduardo Aute tiene muy recumplidos los 40.
Daniel podr¨ªa ser hijo de Luis Eduardo, o m¨ªo, como de quien es su padre (ministro ahora, sesentero en sus a?os mozos). No vamos, sin embargo, a rastrear trifulcas generacionales. Aqu¨ª, las dos oraciones rinden honor a id¨¦ntico mito de los tiempos presentes. O quiz¨¢ mito no sea palabra, sino mema.
Vocablo flexible al chiste, en su traslaci¨®n castellana. Hallazgo del bi¨®logo Richard Dawkins en su libro The seffish gene [El gene ego¨ªsta], mema viene a ser, en el ¨¢mbito abstracto de las ideas, lo mismo que gene en la biosfera. "As¨ª como los genes", escribe Dawkins, "se propagan en el estanque gen¨¦tico saltando de cuerpo en cuerpo, por medio de los espermas o de los ¨®vulos, los memas se propagan en el mismo estanque saltando de cerebro en cerebro, siguiendo un proceso que, en general, podr¨ªamos denominar imitaci¨®n..., los memas podr¨ªan considerarse estructuras vivas, pero no en sentido met¨¢forico, sino t¨¦cnico. Cuando alguien me implanta un mema f¨¦rtil en la cabeza, lo que est¨¢ haciendo, literalmente, es parasitarme el cerebro, troc¨¢ndolo en veh¨ªculo para la propagaci¨®n del mema, igual que un virus parasita el mecanismo humano de la c¨¦lula que lo acoge".
Tremendo. El mema, por a?adidura, tiende a modificar su entorno cerebral, para hac¨¦rselo m¨¢s habitable y garantizarse el crecimiento. Es decir: devora todas las ideas que le son contrarias, u hostiles, o inc¨®modas, y, con las neuronas de derribo, levanta todo un sistema autorreferencial que lo sostiene, lo nutre y lo agiganta. Una vez implantado en una mente que no lo rechace, el mema es irreductible. As¨ª, el mema Dios, que casi todos adquirimos poco despu¨¦s del nacimiento, puede erradicarse por fuerte voluntad atea o agn¨®stica; pero ser¨¢ dificil que no deje submemas incluso en las mentes m¨¢s concienzudas. Por ejemplo: la propensi¨®n a sacralizar cualquier otra idea -raz¨®n, hombre, destino- Extirpar un mema es m¨¢s diricil que reducir una met¨¢stasis cancerosa.
El mema que parasita a Daniel M¨²gica, a Luis Eduardo Aute, y a otros muchos millones de hombres, se enuncia por el postulado siguiente: "Nuestro sistema de vida [la democracia occidental] no es perfecto, pero s¨ª el mejor que existe". Dir¨¢n ustedes que esto mismo se viene afirmando desde los tiempos de Pericles. S¨ª. Pero en tiempos de la democracia ateniense, incluso de su primera copia fiel -la democracia que Tocqueville observ¨® en los Estados Unidos iniciales-, el enemigo era otro mema truculento, el que proclamaba: "No hay poder que no venga de Dios", y su consecuencia inevitable: la monarqu¨ªa absoluta, el tirano elegido por la divinidad. Ese rival hoy est¨¢ hibernado (en el frigor¨ªfico de monse?or Lefebvre). Ahora, el mema de Occidente se debate con un contramema mucho m¨¢s familiar: "Nuestro sistema de vida [la democracia socialista] no es perfecto, pero s¨ª el mejor que existe". Oposici¨®n de adjetivos.
Gran voltereta. La democracia no ha de enfrentarse ya con la teocracia. Su noci¨®n fundamental (el poder viene del pueblo) est¨¢ aceptada. En Occidente -y en buena parte de los Orientes- hasta los dictadores se chapuzan en la fuente lustral del voto. En el sector socialista (?o lo llamamos comunista, para no liar?), tampoco se discute que el poder venga del pueblo. La ¨²nica (peque?a) diferencia estriba en que, para ellos, pueblo es s¨®lo una de las clases sociales, la trabajadora o proletaria.
Pero esta confrontaci¨®n de memas especulares -cuya verdad depend¨ªa de d¨®nde se enunciasen: en qu¨¦ pa¨ªs, a qu¨¦ grado de desarrollo, con qu¨¦ riqueza b¨¢sica- se ha trastrocado recientemente. Tras unos a?os de confusi¨®n, en los medios setenta, cuando parec¨ªa que el mundo occidental iba a asfixiarse bajo las facturas del petr¨®leo, hemos desembocado en una aut¨¦ntica pulverizaci¨®n del mema socialista. Primero, gran haza?a, controlamos a los ¨¢rabes. Luego, los sovi¨¦ticos se van reblandeciendo, hasta arrellanarse en la perestroika. Y, en Occidente, perestroika significa reconocimiento de fracaso. Eso es todo. No alcanzamos a leer los matices de Gorbachov. Se han hundido. Quieren ser como nosotros. Cautivo y derrotado, ret¨ªrase el mema enemigo a las estepas de la utop¨ªa, de donde nunca debi¨® salir. Pax augusta.
Y triunfalismo, claro. Un triunfalismo que nos invita a hinchar un poco el mema. No mucho. Basta con dos o tres retoques adverbiales, trocando preoposici¨®n por conjunci¨®n. Y tenemos: "Nuestro sistema de vida [la democracia occidental] es casi perfecto, y el mejor que existe". Viva nosotros.
La cuasi perfecci¨®n equivale a cuasi santidad. Y (?bah!, dejemos el cuasi, a qui¨¦n le importan los matices), santo el sistema milagreras sus partes. Por ejemplo... Por ejemplo, el mercado libre, la competencia abierta y sin constre?imientos estatales. Si le rezamos (ora et labora, por supuesto) con suficiente devoci¨®n, no nos limitaremos a sobrevivir. ?Oh, no! Triunfaremos. Lo cual, dentro del gigantesco organismo mem¨¢tico en que transcurre nuestra existencia, no constituye capricho, sino necesidad de tipo religioso: s¨®lo mediante el triunfo ofrendamos aut¨¦ntica adoraci¨®n al mema central.
Pero ?c¨®mo se triunfa dentro de nuestra democracia? Si v¨ªvimos en, por el mejor sistema, tendremos que ser mejores. Para demostrar que somos mejores, tendremos que imponernos a los dem¨¢s. Bravo sofisma. Pero, ojo: el poder es del pueblo. No cabe el sometimiento forzoso, ni siquiera la apelaci¨®n al fuero de clase superior. Hay que persuadir, tienen que elegirnos. Y ?c¨®mo se demuestra que nos eligen? Porque nos compran, sin que nadie los obligue. Nos compran los que les vendemos, producto o imagen... Los pol¨ªticos, por ejemplo, venden imagen casi pura. Los artistas, producto entreverado de imagen. Es decir: producto que se ofrece al comprador por medio de una t¨¦cnica que resalta (o a veces fantasea) sus atractivos. Y a¨²n falta la segunda parte, la que da lugar a que el sistema sea perfecto, por autorreferente -sustentado en su l¨®gica interna- ?Qu¨¦ imagen vende? La del triunfador. O sea: triunfador viene a ser quien vende sus productos porque los ha producido un triunfador. Abracadabra.
Por eso, Daniel M¨²gica, como tant¨ªsimos otros escritores j¨®venes y no tan mozos, coloca productos en el mercado, no libros. Sin dudas expresadas, sin vacilaciones bohemias propias de anta?onas ¨¦pocas, cuando el creador perfilaba su imagen no ya lejos de los c¨ªrculos mercantiles, sino en actitud de desprecio hacia los tales: producto que reclama promoci¨®n de s¨ª mismo y de su autor (porque -y ¨¦sta es otra- el hecho de que te promocionen significa que te han elegido para triunfador). ?Literatura? ?Vocaci¨®n? S¨ª, ciertamente, pero tapadas como las verg¨¹enzas, no exhibidas al p¨²blico. Ante el p¨²blico, personalidad vendedora, agresiva, segura... Lo malo es que los alardes infringen la norma fundamental del marketing.que no noten las artima?as. Tendr¨ªa que haber cursos para ejecutivos de letras.
Por eso, para Luis Eduardo Aute -hombre honrado a la antigua, que, sumido en el ¨¦xito, no logra identificarse con los santos inocentes de los ochenta, ni convencerse de que tiene las manos limpias-, Satan¨¢s es el marketing. Vade retro.
Pero se cree en Dios creyendo en el diablo. Y el mema vence por negaci¨®n tanto como por afirmaci¨®n: devorando la ingenuidad ante el trabajo, convirtiendo buena parte del impulso creativo del artista en impulso vendedor. Nos ocurre a todos, en grande o en peque?a medida.
El resultado -cu¨¢ntas veces- es una obra d¨¦bil, con una robusta campa?a de publicidad.
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