Silbidos, abucheos y rechiflas en el pase para la Prensa del filme de Zeffirelli sobre Toscanini
ENVIADO ESPECIAL Extra?a coincidencia: la llegada de Martin Scorsese al Lido veneciano se produjo ayer a las mismas horas en que se proyectaba oficialmente el filme de su inquisidor Franco Zeffirelli. El joven Toscanini se hab¨ªa exhibido con anterioridad para la Prensa, el domingo por la noche, en una tormentosa sesi¨®n en la que se destap¨®, apoyada en la mediocridad del filme, toda la antipat¨ªa acumulada contra la conducta inquisitorial del cineasta italiano respecto de su colega neoyorquino a prop¨®sito de su filme La ¨²ltima tentaci¨®n de Cristo. Se oyeron en la sala durante dos horas silbidos, abucheos y todo tipo de chacotas sarc¨¢sticas, desde la aparici¨®n en los t¨ªtulos de cr¨¦dito del nombre de Zeffirelli.
La refinada, y a veces feroz, imaginaci¨®n latina para la corrosi¨®n mediante el ¨¢cido del humor cruel y para deducir goce propio del rid¨ªculo ajeno alcanz¨® all¨ª alturas, que para otros son bajezas, memorables. Fue una terrible sesi¨®n de castigo, fustigada por los est¨ªmulos de la indisimulable ridiculez de la pel¨ªcula, cuya pat¨¦tica debilidad no pudo acallar la energ¨ªa de la ira burlona de tan agitado y vengativo -auditorio.
El despiadado mazazo ¨¦tico fue involuntarlamente radiografiado por la admirable ShIrley MacLaine cuando, preguntada por el caso Scorsese en su conferencia de prensa, dijo que "respetar las ideas ajenas, aunque no nos gusten, es el precio, y el precio justo, de la libertad de expresi¨®n y por consiguiente de la democracia". A Franco Zeffirelli la democracia le pas¨® ayer la cuenta de su llamada a encender una hoguera en la que quemar el filme de Scorsese, una elevada cuenta que disminuir¨¢ su ya de por s¨ª escaso cr¨¦dito est¨¦tico.
Artillero toscano
Abri¨® el fuego un artillero toscano que, al aparecer el nombre de Zeffirelli en los t¨ªtulos de cr¨¦dito de El joven Toscanini, se arrodill¨® ante la pantalla en piadosa posici¨®n crucificada y, entre la m¨²sica de los pitos y los alaridos, exclam¨® en rezo: "Santo beato Viscontito, ruega por nosotros". La botella gaseosa de las carcajadas dispar¨® su corcho precisamente ah¨ª. Luego, incontenible, lleg¨® el rosario negro del sarcasmo."?Oh, qu¨¦ sublime estupidez!" fue el comentario al tonante discurso de Toscanini a sus examinadores de la Scala milanesa. Luego alguien dibuj¨® en el aire oscuro y viciado de la sala una media ver¨®nica de la mejor estirpe sevillana: un "?Ol¨¦, Franco!" que no pod¨ªa disimular su procedencia, en solfa italiana, del tonillo de los "contumaces contubernios judeo-mas¨®nicos" propios del vocabulario de nuestro extinto. El pretexto era una cursi imagen de Toscanini dirigiendo con su batuta al Atl¨¢ntico encrespado en olas de surfing californiano.
Y m¨¢s tarde, cuando Zeffirelli se pone comprometido y socializante, una profesoral correcci¨®n son¨® detr¨¢s de las espaldas de este cronista: "Franco, querido, una cosa es el socialismo y otra el Domund", laceraci¨®n que alcanz¨® su Everest particular cuando, en la escena en la que la joven misionera agarra el gran crucifijo y lo tiende al m¨²sico, un sard¨®nico indignado, atacado de ira santa, se encar¨® a la pantalla y exclam¨®: "?Blasfemia.' ?Blasfemial ?Vilipendio a la religi¨®n! ?La monja agarra a Cristo por la entrepierna! ?Que la procesen!".
La cruel fiesta termin¨® en la salva de carcajadas que provoc¨® la, eso s¨ª, totalmente irrisoria escena en que Liz Taylor, vestida de Aida de lujo, pronuncia un aria-mitin desde el escenario del teatro de la ¨®pera de R¨ªo de Janeiro y, con limosna de un diamante de 250 quilates incluida, solicita y consigue del emperador Pedro que acabe con la esclavitud en Brasil. Se trata de una de las escenas de m¨¢s irresistible comicidad que se han visto ¨²ltimamente en una pantalla, una comicidad por supuesto involuntaria que resume esta pobre, casi penosa pel¨ªcula, cuyos preciosos colorines no resisten un an¨¢lisis, una mirada no dormida.
Flanquearon a El joven Toscanini dos pel¨ªculas en concurso: una canadiense, A cuerpo perdido, de la excelente Lea Pol, que esta vez se pas¨® de rosca con exceso de trucos ¨®pticos, aunque la canadiense conserva en algunas secuencias el vigor de su buen estilo; y otra italiana, de argumento apasionante y muy comprometido: Los invisibles, de Pasquale Squiteri, que cuenta la terrible batalla de uno de los grupos armados segregados por la extrema izquierda italiana tras la convulsi¨®n causada en ellos por el secuestro y asesinato de Aldo Moro.
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