Respuesta equ¨ªvoca
EL GOBIERNO de Navarra ha invitado a los partidos de esa comunidad a concertar un programa orientado a "aislar pol¨ªtica y socialmente a quienes, defendiendo o justificando los cr¨ªmenes terroristas, pretenden legitimar la violencia. como instrumento de acci¨®n pol¨ªtica". El presidente de ese Gobierno, Gabriel Urralburu, hab¨ªa lanzado d¨ªas antes la consigna de acosar a los miembros de Herri Batasuna (HB), sin renunciar a "insultarlos e increparlos si fuera necesario". Los partidos nacionalistas vascos con presencia institucional en Navarra se han mostrado entre reticentes y abiertamente contrarios a la iniciativa, mientras que los partidos no nacionalistas se han pronunciado a favor. La portavoz del Gobierno, Rosa Conde, ha manifestado que el Ejecutivo no estaba por propiciar el aislamiento social de HB, mientras que el vicelehendakari, Ram¨®n J¨¢uregui, ha considerado que el acoso social puede ser, aplicado con inteligencia, una medida ¨²til contra el terrorismo. Por su parte, el presidente del Partido Nacionalista Vasco (PNV) ha insinuado que tal vez a quien habr¨ªa que aislar en primer lugar ser¨ªa a Urralburu.A juzgar por los resultados, la iniciativa del presidente navarro no ha resultado muy brillante. Por una parte, ha dividido a las fuerzas democr¨¢ticas, desorientando grandemente a la poblaci¨®n. Por otra, los destinatarios te¨®ricos de esos "insultos e increpaciones", maestros consumados en el arte de la simulaci¨®n, han podido presentarse como v¨ªctimas de una conspiraci¨®n exterior, neutralizando parcialmente el efecto producido por su negativa a condenar los ¨²ltimos atentados criminales producidos en Navarra. Pero si la iniciativa ha sido torpe -o al menos torpemente planteada-, ello no significa que no exista un problema espec¨ªfico en relaci¨®n a la necesidad de hacer frente a ese ventajismo de los que tratan de imponerse por la fuerza. Porque una cosa son las divergencias pol¨ªticas que puedan existir entre dos fuerzas pol¨ªticas cualesquiera y otra es la consideraci¨®n moral que merecen quienes, por ejemplo, trataron de impedir la instalaci¨®n, primero, y de incendiar, despu¨¦s, la barraca de las Juventudes Socialistas en las fiestas de Pamplona. Pretender que, en aras de la convivencia, los agredidos hayan de conformarse con la voluntad de los incendiarios, acept¨¢ndola con una sonrisa en los labios, es m¨¢s de lo que se puede pedir. Y resulta adem¨¢s suicida para el r¨¦gimen de libertades.
Y ello porque, para los violentos, la creaci¨®n de un clima de escisi¨®n social, de incomunicaci¨®n entre comunidades o grupos sociales, incluso de abierto enfrentamiento civil, es, antes que un riesgo, una hip¨®tesis de trabajo, integrable sin dificultad en su estrategia. Para los dem¨®cratas, por el contrario, la primera prioridad consiste en evitar que tal hip¨®tesis llegue a plasmarse en la pr¨¢ctica. En el caso de ETA, la creaci¨®n de un clima de amedrentamiento social, de temor difuso, ocupa un lugar central en su estrategia. Crear un remedo de zonas liberadas -es decir, de poblaciones en las que "el movimiento de liberaci¨®n controla de hecho la calle"- es un objetivo permanente de los violentos. La existencia del terrorismo directo, como horizonte siempre amenazante, es imprescindible para la plasmaci¨®n de esa estrategia; pero ella se realiza a trav¨¦s no de los activistas armados, sino de los grupos civiles de acoso que imponen su ley, la ley del silencio y de la fuerza, en las fiestas o en la calle.
Quienes de esa forma tratan de imponerse no pueden ser simplemente considerados como unos adversarios pol¨ªticos m¨¢s, unos nobles rivales ideol¨®gicos, entre otros. Y hay que hac¨¦rselo saber. Desde la unidad de las fuerzas opuestas a esos m¨¦todos y con la contundencia que sea precisa, pero sin pretender institucionalizar un aislamiento que no es conveniente y que adem¨¢s resulta imposible. Porque de lo que se trata es, justamente, de aislar a los terroristas de la base civil que les da cobertura, y no a ¨¦sta del conjunto de la sociedad.
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