Pol¨ªtica de calidad
Un cuadro de Claude Monet nos recuerda en algunas vallas callejeras que estamos en pleno A?o Europeo del Medio Ambiente. Pero, a pesar de ello, no parece que por estos lares la gente se ocupe mucho del tema. Ante el problema del paro, el tanto por ciento de inflaci¨®n y el aumento del producto interior bruto, la cosa verde parece un problema de pa¨ªses de gente rica o una excusa para lucubraciones te¨®ricas.La falta de sensibilidad p¨²blica y privada sobre el tema resulta estremecedora. Contin¨²a muy extendida la convicci¨®n de que la intervenci¨®n humana sobre la naturaleza apenas si deja huellas, y en las epis¨®dicas estancias de todo urbanita en mares y monta?as a¨²n es posible, en determinadas condiciones, reconocer aquel instinto at¨¢vico por el cual el ser humano se siente amenazado en su peque?ez por la enormidad natural. Pero inmediatamente uno se da cuenta de que algo est¨¢ oliendo a podrido muy cerca, y los m¨¢s variopintos residuos demuestran que hoy la amenaza se est¨¢ invirtiendo.
En estos ¨²ltimos 500 a?os, la capacidad de producir por parte del hombre ha cambiado radicalmente. Hemos multiplicado en progresi¨®n geom¨¦trica las posibilidades de transformar elementos no ¨²tiles al hombre en cosas ¨²tiles mediante nuestro trabajo, el uso de herramientas t¨¦cnicas y la explotaci¨®n de los recursos que nos ofrece la naturaleza. Pero todo ello tiene un corolario: hemos multiplicado tambi¨¦n enormemente nuestra capacidad de generar residuos o desechos y de agotar recursos naturales. Normalmente nos hemos ocupado s¨®lo del primer aspecto de la ecuaci¨®n, tendiendo a olvidar o marginar el segundo. En estos momentos, el tema se plantea ya de manera muy distinta. ?Es posible que el coste de lo que continuamente destruimos, en t¨¦rminos termodin¨¢micos, sea mayor que la utilidad de nuestra producci¨®n econ¨®mica? Cuando una tal cuesti¨®n queda as¨ª planteada, el tema requiere inmediatamente hablar de control. Ya no resulta relevante continuar pregunt¨¢ndose hasta cu¨¢ndo podr¨¢ el hombre continuar saqueando el planeta; s¨®lo conviene ser consciente de que destruimos m¨¢s r¨¢pidamente de lo que biol¨®gicamente parece posible regenerar. Y en ese contexto nuestra capacidad de c¨¢lculo resulta especialmente inadecuada. Cuando se nos dice lo que vale un producto se nos da s¨®lo su precio relativo, se nos est¨¢ ocultando cuanto de verdad (en t¨¦rminos globales) vale. Es decir, en cu¨¢nto ha afectado al volumen total de recursos naturales y c¨®mo ha repercutido en el proceso polucionador. La soluci¨®n, dicen, podr¨ªa consistir en gravar de manera especial productos o consumidores particularmente polucionantes, aunque esa medida puede conducir tan s¨®lo a utilizar otros productos igualmente da?inos o a desplazar el gravamen hacia el interior de la sociedad. Parece, por tanto, dif¨ªcil controlar ese proceso de deterioro global desde un punto de vista meramente econ¨®mico.
Si los mecanismos de mercado no son capaces de medir estos costes, la ¨²nica posible mediaci¨®n, el ¨²nico posible control en esa especial pugna entre naturaleza y sociedad, debe pasar por la esfera pol¨ªtica. Porque, por otro lado, los costes ecol¨®gicos del crecimiento no son ¨²nicamente econ¨®micos. Un lago o un bosque de abetos del Pirineo no son s¨®lo una reserva acu¨ªfera o un conjunto de toneladas m¨¦tricas de madera, sino que tienen tambi¨¦n un valor ambiental evidente. Si desde un punto de vista de quien defiende la constante posibilidad desustituir unos recursos por otros, y por tanto se muestra incr¨¦dulo ante las profec¨ªas del desastre ecologista, el agua o la madera siempre ser¨¢n reemplazables por otros sustitutivos, no ser¨¢ as¨ª para quien disfruta de su visi¨®n y contacto en verano o en invierno. Y ¨¦stos son valores que a medida que crece el nivel cultura? van pesando m¨¢s y m¨¢s. De tal manera que se empieza a dar m¨¢s importancia a los efectos destructivos del h¨¢bitat que tiene el crecimiento econ¨®mico incontrolado que a sus efectos polucionantes a largo plazo o al posible peligro de agotamiento de recursos.
La valoraci¨®n que deber¨ªa hacerse de esos extremos ser¨¢, pues, esencialmente pol¨ªtica y cultural, y no puede limitarse a consideraciones meramente t¨¦cnicas ni a la valoraci¨®n que desde mercados reales o ficticios pueda realizarse. Si los recursos naturales y su conservaci¨®n se consideran socialmente bienes al mismo nivel que la salud, la educaci¨®n o la seguridad, entonces su preservaci¨®n corresponder¨¢ a los centros de decisi¨®n pol¨ªtica. Y es aqu¨ª cuando la labor de Gobiernos, partidos y medios de comunicaci¨®n resulta clave. En ciertos pa¨ªses, como en Alemania Occidental, el tema ecol¨®gico est¨¢ situado en el centro del debate pol¨ªtico, y muchos sostienen que en los pr¨®ximos decenios, si contin¨²a atemper¨¢ndose el peligro de conflicto armado generalizado, ¨¦se puede ser el factor dominante de debate cultural. No resulta casual, ni tampoco puede calificarse como coyuntural, que el Partido Socialdem¨®crata Alem¨¢n (SPD) haya hecho girar sus recientes congresos de Bonn y Nuremberg sobre la cuesti¨®n ecol¨®gica y medioambiental, superando las tesis de Bad Godesberg centradas en el puro crecimiento econ¨®mico. Tradicionalmente, la izquierda hab¨ªa venido ligando crecimiento industrial con civilizaci¨®n y progreso, pero ahora, con la expresi¨®n crecimiento cualitativo, los socialistas alemanes pretenden ir m¨¢s all¨¢ de lo que se ha denominado compromiso entre izquierda e industrialismo keynesiano. Y desde esa perspectiva se pretende conseguir que la reivindicaci¨®n ecologista, la defensa del medio ambiente, forme parte de una nueva cultura de gobierno.
El valor del giro program¨¢tico del SPD no puede s¨®lo interpretarse en clave electoralista. Es evidente que todo partido con mentalidad y voluntad de gobierno y que se encuentre en la oposici¨®n debe tratar de ofrecer un mensaje m¨¢s atractivo a los electores para tratar de recuperar un poder que le permita lleva a la pr¨¢ctica sus ideas. Pero la novedad del mensaje socialista en Alemania Federal (coincidente, por otra parte, con propuestas similares de austriacos o escandinavos) es que esa alternativa se pretende construir m¨¢s sobre componentes ideol¨®gicos globales, sobre respuestas a los retos del futuro, que sobre aspectos concretos, como, por ejemplo, los de una posible devaluaci¨®n del marco o el aumento de los tipos de inter¨¦s. En ese ¨¢mbito, la interrelaci¨®n econ¨®mica occidental permite pocas alegr¨ªas. Lo que pretenden decir Lafontaine y sus colegas es que s¨®lo con un mensaje global de respuesta solidaria e innovadora se puede hacer frente a los retos de la (nueva) derecha, representada por el eje Reagan-Thatcher-Kohl-Nakasone, que defiende con ¨¦xito las ideas del mercado como valor absoluto, el antagonismo social y la ley del m¨¢s fuerte como pautas de las relaciones humanas.
El mensaje que nos llega desde el otro lado del Rin es que no se puede s¨®lo hablar de cifras del PIB, de volumen de inversiones o de pol¨ªticas de crecimiento si no se acompa?an las cifras con consideraciones de calidad. No se puede liquidar el tema ecol¨®gico con algunas t¨ªmidas alusiones en programas electorales, con poco innovadoras referencias en textos congresuales o con excusas de niveles de desarrollo distinto. Precisamente en materia de conservaci¨®n del medio ambiente siempre es m¨¢s caro reparar que prever. Se debe trabajar en este tema con agresividad e imaginaci¨®n, demostrando que la pol¨¦mica entre los progresistas de la conservaci¨®n y los conservadores del crecimiento no tiene por qu¨¦ llevar a situaciones de par¨¢lisis. En algunos pa¨ªses europeos se constata que tambi¨¦n se pueden crear puestos de trabajo en la denominada industria del medio ambiente (conservaci¨®n de bosques, recuperaci¨®n de monumentos y centros hist¨®ricos ... ), y queda a¨²n mucho campo para el desarrollo de nuevas tecnolog¨ªas menos contaminantes, m¨¢s respetuosas del h¨¢bitat del hombre y que exploten recursos energ¨¦ticos de car¨¢cter renovable.
Esperemos que el eco de las novedades program¨¢ticas de los socialistas alemanes permita que en nuestro pa¨ªs el discurso ecol¨®gico no sea s¨®lo sin¨®nimo de minor¨ªas o de planteamientos excesivamente unilaterales, y que tambi¨¦n los grandes partidos sepan superar meras referencias puntuales y t¨¢cticas para integrar ese mensaje en un discurso m¨¢s global que combine esos nuevos valores con los ya consolidados de democracia pol¨ªtica, plena ocupaci¨®n, o los de la cultura de la programaci¨®n econ¨®mica. Deber¨ªamos, en fin, empezar a practicar una pol¨ªtica de calidad, distinguiendo entre crecimiento y desarrollo, superando viejas concepciones que nos hablan de necesidades ilimitadas. Quiz¨¢ ha llegado el momento, tambi¨¦n aqu¨ª, de romper con la fuerza de la inercia productivista, estableciendo una nueva alianza con la naturaleza, conscientes de que su destrucci¨®n implica la destrucci¨®n de nuestro futuro.
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