Un ajuste en la acci¨®n sindical
Es probable que este modelo de negociaci¨®n, en tanto que alejaba la complicidad de los sindicatos con la pol¨ªtica gubernamental, haya alentado el desinter¨¦s del Gobierno hacia el entendimiento con nosotros. Pero la causa profunda del fracaso hay que buscarla en que, por muy concreto que sea el asunto, ponerse de acuerdo exige alg¨²n cambio en la pol¨ªtica que viene aplic¨¢ndose.Tras esta experiencia podr¨ªamos sentar una premisa: ni centralizada ni descentralizadamente resulta posible para los sindicatos de clase alcanzar acuerdos con el Gobierno que modifiquen su pol¨ªtica econ¨®mica siquiera parcialmente.
Se abre, pues, ante nosotros, la necesidad de ajustar la acci¨®n sindical para un per¨ªodo relativamente largo. Pues no olvidemos que desde los primeros tiempos de la transici¨®n a la democracia la cultura del gran pacto socioecon¨®mico ha marcado el movimiento sindical de nuestro pa¨ªs tanto en lo reivindicativo como en lo organizativo.
De este ajuste destacar¨ªamos, en primer lugar, dos aspectos: una actitud mucho m¨¢s a la ofensiva en la acci¨®n reivindicativa y un cambio profundo en la relaci¨®n con los trabajadores.
Que podemos ser m¨¢s incisivos en la lucha reivindicativa se desprende del an¨¢lisis sobre la situaci¨®n econ¨®mica.
Que la convencionalmente llamada crisis econ¨®mica internacional est¨¢ lejos de ser superada lo admite todo el mundo. Tambi¨¦n es general la opini¨®n de que en realidad estamos asistiendo a algo de mayor entidad y duraci¨®n, ligado a la revoluci¨®n t¨¦cnica y cient¨ªfica, a la nueva divisi¨®n internacional del trabajo y a la exigencia de una acumulaci¨®n m¨¢s intensa de capital para hacer frente a tales fen¨®menos. Que en el mundo capitalista esa sobreacumulaci¨®n de capital vaya sobre todo al sector privado explica los graves efectos sociales que vivimos.
Las empresas, con todas las excepciones que quieran ponerse, han conseguido sanear su situaci¨®n financiera, han reducido al m¨ªnimo indispensable sus plantillas, han recuperado generosamente beneficios y en no pocos casos los han multiplicado. Significa que, gracias a la decisiva ayuda del Gobierno, el capitalismo en nuestro pa¨ªs tambi¨¦n est¨¢ consiguiendo una notable y acelerada acumulaci¨®n a costa de los trabajadores.
Por otra parte, es sabido que la productividad de nuestro sistema econ¨®mico no ha dejado de crecer en ning¨²n momento. Pero hasta hace un par de a?os su medida ven¨ªa determinada por la destrucci¨®n neta de empleo. En el presente, ¨¦se no es el factor fundamental, y hay razones para pensar que tampoco lo ser¨¢ en el inmediato futuro" aunque en determinados sectores el empleo seguir¨¢ reduci¨¦ndose.
En cuanto a ese futuro m¨¢s o menos inmediato, existen indicadores de que nuestra econom¨ªa, aunque con muchas incertidumbres, altibajos y sobresaltos, podr¨ªa mantener un ritmo de crecimiento algo mayor que el promedio de los pa¨ªses de la CE. M¨¢s all¨¢ del incremento de las inversiones propuestas para 1989 en los Presupuestos, es l¨®gico pensar que las imperiosas e inaplazables necesidades de infraestructura, las exigencias de los Juegos Ol¨ªmpicos y la Expo, la continuidad de la inversi¨®n privada ante los retos del Mercado Com¨²n, las inversiones procedentes del exterior, en unos casos para entrar por nuestra puerta en dicho mercado y en otros para hacerse con el nuestro... Es l¨®gico pensar, repetimos, que tal concurrencia de factores mantenga ese ritmo de crecimiento algo superior quiz¨¢ hasta 1992.
Es en base a esta perspectiva general que nuestro Gobierno transmita un temerario triunfalismo y una impresentable afirmaci¨®n sobre todo para la izquierda, de que la pol¨ªtica econ¨®mica es no s¨®lo la posible, sino la buena. Es temerario porque a nadie se le escapa la creciente dependencia de nuestra econom¨ªa, sus graves desajustes, sus problemas de competitividad -ah¨ª est¨¢n los d¨¦ficit de nuestra balanza comercial- y, en suma, las inc¨®gnitas que se abren sobre su futuro.
El coste social
Decimos tambi¨¦n que es impresentable regodearse en la bondad de la actual pol¨ªtica porque su coste social tiene todo el dramatismo que reflejan las cifras -del paro, de marginados y pobres, de proporci¨®n entre riqueza creada y gasto social p¨²blico, de reparto cada vez m¨¢s desigual de esa riqueza y, sobre todo, que las previsiones en lo social es que se mantenga m¨¢s o menos la situaci¨®n presente, sin descartar que alguno de sus rasgos puede agravarse si no conseguimos corregir el rumbo de dicha pol¨ªtica.
Que la patronal est¨¢ sustancialmente de acuerdo con la pol¨ªtica del Gobierno no necesita demasiados argumentos. De ah¨ª que hayamos de contar con que seguir¨¢ apoy¨¢ndola. En cuanto a su estrategia para aumentar el beneficio empresarial, tendr¨¢ su base, como siempre, en la reducci¨®n de costes y en el aumento de la productividad. Pero si por principio hay que partir de su inter¨¦s en limitar los salarios y presionar para que se reduzcan las cotizaciones sociales de las empresas, es claro que tras el citado ajuste de plantillas, saneamiento econ¨®mico y mejora de beneficios, la presi¨®n a la baja sobre los salarios directos se hace m¨¢s dif¨ªcil que a?os atr¨¢s. No es casual que la CEOE haya hecho p¨²blica una oferta de superar para 1988 los topes del Gobierno si negociamos un Acuerdo Interconfederal y admitimos mayor flexibilidad en las relaciones de trabajo. Este aparente desborde, que ha levantado las iras y las amenazas del se?or Solchaga, busca otro precio: la paz social. La patronal sabe, como nosotros, que los trabajadores perciben la mejor¨ªa en la situaci¨®n de las empresas. Y teme que en muchas de ellas se ampl¨ªen las reivindicaciones y la conflictividad. De ah¨ª la oferta de pactar un Al para que, por un lado, los sindicatos frenemos a los trabajadores y, por otro lado, facilitemos la aplicaci¨®n de mayor flexibilidad.
En todo caso, lo evidente es que en la estrategia patronal para aumentar la productividad hay dos ejes principales. Uno de ellos es aumentar sus. prerrogativas sobre movilidad funcional y geogr¨¢fica de los trabajadores sobre turnos y horarios de trabajo, sobre proporciones entre la parte fija y variable del salario, sobre congelaci¨®n en unos casos y desaparici¨®n en otros de los complementos salariales, sobre utilizaci¨®n de las horas extraordinarias, sobre automatismo y baratura en los despidos, etc¨¦tera. El otro eje es la renovaci¨®n de equipos, es decir, la aplicaci¨®n de las nuevas tecnolog¨ªas.
Las posibilidades de acentuar la lucha reivindicativa han quedado expuestas. La cuesti¨®n es diversificar los objetivos para que en la pr¨¢ctica no reduzcamos el esfuerzo a las elevaciones salariales. Tal simplificaci¨®n podr¨ªa conducir a que se aceptaran regresiones en las condiciones de trabajo a cambio de un poco m¨¢s de dinero.
Nuestras principales reivindicaciones deben seguir siendo m¨¢s y mejor empleo, mayor estabilidad en el mismo y mejores condiciones de trabajo, am¨¦n de un reparto m¨¢s equitativo de la riqueza creada. Por eso, reducir la jornada, conseguir nuevas contrataciones, transformar contratos precarios en estables, mejorar la seguridad e higiene en el trabajo y ampliar el poder sindical en las empresas son cuestiones tan b¨¢sicas como la mejora de los salarios, que, no obstante, debe continuar siendo uno de los aspectos importantes de la lucha reivindicativa.
Un profundo reajuste
Si hablamos de ajuste en nuestra acci¨®n sindical es porque hemos tendido, con diversas concertaciones por arriba, a obtener algo que hoy por hoy la ¨²nica posibilidad es conseguirlo por en medio -sectores de la producci¨®n- y por abajo -empresas-. Por esta raz¨®n, otro de los ajustes hemos de darlo en nuestra propia estructura organizativa, absolutamente enclenque en las federaciones de industria y sus sindicatos, en tanto nos permitimos el lujo de tener aparatos territoriales relativamente desproporcionados. Necesitamos, claro est¨¢, una doble estructura -territorial y sectorial-. Pero por el tipo de acci¨®n sindical que exige la nueva situaci¨®n es inaplazable un profundo reajuste en favor de una m¨¢s fuerte organizaci¨®n por ramas de la producci¨®n y por empresas.
Todo esto guarda relaci¨®n con la necesidad de plantearse muy en serio el problema de la insuficiente participaci¨®n de los trabajadores en la vida sindical, entendida ¨¦sta en su sentido m¨¢s amplio. Lo ocurrido en Seat es s¨®lo un ejemplo de a d¨®nde conduce la carencia de participaci¨®n real. Y c¨®mo, por su misma debilidad -en algunos casos tambi¨¦n desidia-, la relaci¨®n de las federaciones y sindicatos de rama con los afiliados en las empresas es escasa, cuando no inexistente, se propician situaciones como la mencionada, mezcla de burocratismo de los representantes sindicales y de concomitancias con la propia direcci¨®n empresarial.
Hay que decir que el marco negociador representado por los Al en un marco otorgado por la patronal y no una conquista sindical, lo que explica el atentismo y la pasividad con que los trabajadores acogen este tipo de negociaciones.
Su existencia ha desviado energ¨ªas que deber¨ªan dirigirse a conseguir otro tipo de marco negociador, genuinamente sindical, como es el de los convenios colectivos sectoriales y articulados. Es decir, convenios para todo un sector de la producci¨®n, en los que se reducen al m¨ªnimo las cuestiones cerradas por arriba; que se enriquecen en la negociaci¨®n por ¨¢mbitos intermedios y de empresa, y que, finalmente, recogen de estos ¨¢mbitos las experiencias y permiten mejores bases para el siguiente ciclo negociador. No es casual que las patronales se nieguen a este tipo de negociaci¨®n y oferten Acuerdos Interconfederales.
Pero como, por razones diversas, hoy ser¨ªa incomprendido negarse a discutir lo que nos propone la CEOE, corresponde por nuestra parte enfrentarlo empezando por invertir el proceso que en ocasiones anteriores se sigui¨® en la negociaci¨®n de los Al.
Como se recordar¨¢, dicho proceso se iniciaba con la constituci¨®n de la mesa y con la exposici¨®n por las partes de su respectiva plataforma reivindicativa. A partir de ah¨ª, los medios de comunicaci¨®n social y las organizaciones afectadas se encargaban de informar, se hac¨ªan algunas asambleas y, finalmente, se consultaba o no a los afiliados, seg¨²n el estilo de cada cual, la firma o el rechazo de los t¨¦rminos en que hab¨ªa quedado la negociaci¨®n.
Ese proceso hay que cambiarlo de ra¨ªz, en especial hasta el momento de constituir formalmente la mesa negociadora. El proyecto de plataforma reivindicativa tiene que ser discutido, enriquecido y asumido previamente por la base afiliativa, propiciando la participaci¨®n del resto de los trabajadores. Tras ello debiera constituirse la mesa negociadora cuyo ritmo de discusi¨®n ha de permitir el seguimiento y, si procede, la acci¨®n de las bases.
Digamos, para terminar, que todo apunta a la necesidad de una fuerte presi¨®n y movilizaci¨®n de los trabajadores, pues el frente Gobierno-CEOE es s¨®lido y fortificado.
Una condici¨®n imprescindible es que las buenas relaciones entre CC OO y UGT se mantengan. Porque, ante lo que tenemos por delante, una inflexi¨®n a peor en tales relaciones podr¨ªa ser una cat¨¢strofe para todos. De ah¨ª que reforzar a¨²n m¨¢s el entendimiento y la acci¨®n com¨²n sea la piedra de toque para el ¨¦xito de nuestra tarea.
es miembro del Secretariado de la C. S. de CC OO.
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