Las lujurias infernales
La historia oficial, sostiene el autor de este art¨ªculo, suele manipular los hechos. En el ¨¢mbito de las relaciones sociales, Am¨¦rica mostraba un talante bastante m¨¢s liberal que el de sus "descubridores". El matrimonio no era indisoluble en ning¨²n lugar de Am¨¦rica, y la virginidad no ten¨ªa valor. En las costas del mar Caribe, y en otras comarcas, la homosexualidad era libre, los indios ten¨ªan la malsana costumbre de ba?arse todos los d¨ªas y, para colmo, cre¨ªan en los sue?os.
En general, nuestros pa¨ªses, que se ignoran a s¨ª mismos, ignoran su propia historia. El estatuto neocolonial vac¨ªa al esclavo de historia para que el esclavo se mire a s¨ª mismo con los ojos del amo. Se nos ense?a la historia como se muestra una momia, fechas y datos desprendidos del tiempo, irremediablemente ajenos a la realidad que conocemos y amamos y padecemos; y se nos ofrece una versi¨®n del pasado desfigurada por el elitismo y el racismo. Para que ignoremos lo que podemos ser se nos oculta y se nos miente lo que fuimos.La historia oficial de la conquista de Am¨¦rica ha sido contada desde el punto de vista del mercantilismo capitalista en expansi¨®n. Ese punto de vista tiene a Europa por centro y al cristianismo por verdad ¨²nica. ?sta es la misma historia oficial, al fin y al cabo, que nos cuenta la reconquista de Espa?a por los cristianos contra los invasores moros, tramposa manera de descalificar a los espa?oles de cultura musulmana que llevaban siete siglos viviendo en la Pen¨ªnsula cuando fueron expulsados. La expulsi¨®n de estos presuntos moros, que de moros no ten¨ªan un pelo, junto a los espa?oles de religi¨®n jud¨ªa, se?al¨® la victoria de la intolerancia y del latifundio y sell¨® la ruina hist¨®rica de aquella Espa?a que descubri¨® y conquist¨® Am¨¦rica. Algunos a?os antes de que fray Diego de Landa, en Yucat¨¢n, arrojara a las Ramas los libros de los mayas, el arzobispo Cisneros hab¨ªa quemado los libros isl¨¢micos en Granada en una gran hoguera purificadora que ardi¨® varios d¨ªas.
Mal que le pese, la historia oficial revela una realidad que la contradice. Esa realidad, quemada, prohibida, mentida, asoma, sin embargo, en el estupor y el horror, el esc¨¢ndalo y tambi¨¦n la admiraci¨®n de los cronistas de Indias ante esos seres jam¨¢s vistos que Europa, aquella Europa de la Inquisici¨®n, estaba descubriendo.
Los derechos del indio
La Iglesia admiti¨®, en 1537, que los indios eran personas, dotadas de alma y raz¨®n, pero bendijo el crimen y el saqueo: al fin y al cabo, los indios eran personas, pero personas pose¨ªdas por el demonio y, por tanto, no ten¨ªan derechos. Los conquistadores actuaban en nombre de Dios para extirpar la idolatr¨ªa, y los indios daban continuadas pruebas de irremediable perdici¨®n y motivos indudables de condenaci¨®n. Los indios no conoc¨ªan la propiedad privada. No usaban el oro ni la plata como moneda, sino para adornar sus cuerpos o rendir homenaje a sus dioses. Esos dioses, falsos, estaban a favor del pecado. Los indios andaban desnudos: el espect¨¢culo de la desnudez, dec¨ªa el arzobispo Pedro Cort¨¦s Larraz, provoca .mucha lesi¨®n en el cerebro". El matrimonio no era indisoluble en ning¨²n lugar de Am¨¦rica y la virginidad no ten¨ªa valor. En las costas del mar Caribe, y en otras comarcas, la homosexualidad era libre y ofend¨ªa a Dios tanto o m¨¢s que el canibalismo en la selva amaz¨®nica. Los indios ten¨ªan la malsana costumbre de ba?arse todos los d¨ªas y, para colmo, cre¨ªan en los sue?os. Los jesuitas comprobaron, as¨ª, la influencia de Sat¨¢n sobre los indios del Canad¨¢: esos indios eran tan diab¨®licos que ten¨ªan int¨¦rpretes para traducir el lenguaje simb¨®lico de los sue?os, porque ellos cre¨ªan que el alma habla mientras el cuerpo duerme y que los sue?os expresan deseos no realizados.
Los iroqueses, los guaran¨ªes y otros indios de las Am¨¦ricas eleg¨ªan a sus jefes en asambleas, donde las mujeres participaban a la par de los hombres, y los destitu¨ªan si se volv¨ªan mandones. Pose¨ªdo sin duda por el demonio, el cacique Nicaragua pregunt¨® qui¨¦n hab¨ªa elegido al rey de Espa?a.
"El buen pescado aburre, a la larga, pero el sexo siempre es divertido", dec¨ªan, dicen, los indios mehinaku, en Brasil. La libertad sexual echaba un insoportable olor a azufre. Las cr¨®nicas de Indias abundan en el esc¨¢ndalo de estas lujurias infernales, que acechaban en cualquier rinc¨®n de Am¨¦rica m¨¢s o menos alejado de los valles de M¨¦xico y el Cuzco, que eran santuarios puritanos. La historia oficial reduce la realidad precolombina, en gran medida, a los centros de las dos civilizaciones de m¨¢s alto nivel de organizaci¨®n social y desarrollo material. Incas y aztecas estaban en plena expansi¨®n imperial cuando fueron derribados por los invasores europeos, que se aliaron con los pueblos por ellos sometidos.
En aquellas sociedades, verticalmente dominadas por reyes, sacerdotes y guerreros, reg¨ªan r¨ªgidos c¨®digos de costumbres, cuyos tab¨²es y prohibiciones dejaban poco o ning¨²n espacio a la libertad. Pero aun en esos centros, que eran los m¨¢s represivos de Am¨¦rica, peor fue lo que vino despu¨¦s.
Los aztecas, por ejemplo, castigaban el adulterio con la muerte, pero admit¨ªan el divorcio por sola voluntad del hombre o de la mujer. Otro ejemplo: los aztecas ten¨ªan esclavos, pero los hijos de los esclavos no nac¨ªan esclavos. La boda eterna y la esclavitud hereditaria fueron productos europeos que Am¨¦rica import¨® en el siglo XVI.
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