L¨ªneas telef¨®nicas
Imagino que esta carta tiene poco de original, aunque, a tenor de las declaraciones oficiales, debe serlo. Me refiero, naturalmente, a los tel¨¦fonos.Mire usted, constituimos una peque?a rep¨²blica de adosados dentro de una urbanizaci¨®n en Galapagar -Nido del ?guila (!)- Somos los incomunicados los que recurrimos a Ferm¨ªn o a Maribel para que nos pasen los recados. Veinticuatro vecinos con sus respectivos perros, canarios, gatos o faunas levemente m¨¢s ex¨®ticas. A lo largo de a?o y medio o dos a?os (seg¨²n la particular singladura) hemos recurrido al cu?ado de Rogelio, a la prima hermana de Marisa -una chica encantadora y muy competente- y, f¨ªjese bien, hasta a un amigo que fue parvulito con Solana. Ni flores.
Cuando ahora coincidimos cuatro o cinco en una charla de caf¨¦ ya no hablamos del asunto. Hemos llegado a una ins¨®lita deducci¨®n: en Madrid, cerca Ya de 1992, se puede vivir sin tel¨¦fono. Como en Burundi.
Despu¨¦s de tanto tiempo se han sucedido las ¨²lternativas; a saber: solicitarnos en su momento del gran padre blanco el hilo que canta. "No hay l¨ªneas", nos dijeron. Y llegaron las lluvias: ?Atenci¨®n, ya hay l¨ªneas! Pero hay que esperar a que Telef¨®nica nos llame para contratar (escalofr¨ªos). Astutamente -sin duda para quebrar nuestro esp¨ªritu de casta- llaman s¨®lo a dos o tres y contratan. Confortados con la posibilidad de recoger las migajas, los dem¨¢s aguardamos. Llega el operario: ?Oh, no hay postes!, "me los pongan o no instalo". Gestionamos: el Ayuntamiento padece una s¨²bita preocupaci¨®n est¨¦tica y no quiere postes; en la ant¨ªpoda, Telef¨®nica entiende que hacer una inversi¨®n en abrir zanjas es demasiado.
Circula un rumor; toda espera tiene su premio: idear¨¢n una salida inmediata y acorde con los tiempos. Nos instalar¨¢n unos sofisticados aparatos inal¨¢mbricos v¨ªa sat¨¦lite en no m¨¢s de cinco meses. ?No?- Juan A. Cabrera.
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