Dar palabra
Ya que el premio que hoy nos re¨²ne aqu¨ª lleva el nombre del Pr¨ªncipe de Asturias y aprovechando la coyuntura de que ¨¦l en persona nos acompa?a, me parece natural elegirle como interlocutor de estas palabras: hablarle directamente a ¨¦l, teniendo en cuenta que ¨¦sta de la dedicatoria es una cuesti¨®n fundamental para marcar el tono y el contenido de lo que se va a decir.Pero en este caso las cosas se complican, porque no estoy hablando s¨®lo en mi nombre. Mi primera perplejidad cuando me comunicaron que era yo la encargada de hilvanar este discurso naci¨® al darme cuenta de que tal encargo choca un tanto con los estilos que presidieron mi educaci¨®n de chica de provincias y que llevo todav¨ªa bastante arraigados porque no los he vivido como un lastre. Dado que el Premio Pr¨ªncipe de Asturias de las Letras lo comparto, y muy a gusto, con un escritor de mi generaci¨®n, crecido como yo en los a?os de posguerra, lo que ser¨ªa de esperar es que hablara el chico, y la chica quedara en un discreto segundo plano, sorbiendo un gin-fizz y mir¨¢ndole de reojo, de acuerdo con los esquemas educativos a que me refiero y de los que trata mi libro Usos amorosos de la posguerra espa?ola. Yo, desde luego, a Jos¨¦ ?ngel Valente, si nos hubi¨¦ramos conocido en alguna de aquellas romer¨ªas de la provincia de Orense que, seg¨²n supimos despu¨¦s, frecuent¨¢bamos por los mismos a?os, jam¨¢s me habr¨ªa atrevido a sacarlo a bailar. Hoy lo hago, aunque un poco cohibida, obedeciendo a instancias superiores, y s¨®lo le pido que se deje llevar por mi ritmo. A estas alturas, espero que no haya ning¨²n pisot¨®n.
Mi segunda perplejidad surgi¨® al imaginar una situaci¨®n como la presente, que se vuelve ins¨®lita -ya lo he dicho- por la condici¨®n ins¨®lita del receptor de mis palabras; o sea, que estoy dirigi¨¦ndome a un pr¨ªncipe.
Cuentos de hadas
Me di cuenta de que, entre los modelos literarios que podr¨ªan servirme de gu¨ªa, el que me resultaba m¨¢s amable y menos encorsetado era el proporcionado por algunos cuentos de hadas -que Felipe de Borb¨®n habr¨¢ le¨ªdo en su infancia, como yo los le¨ª en la m¨ªa- donde el pr¨ªncipe es un ser humano corno los dem¨¢s de la f¨¢bula, con sus contradicciones, miedos y esperanzas, ansioso de ver y aprender cosas nuevas, y que en muchos tramos del relato siente como un disfraz inc¨®modo el manto de terciopelo con que el destino le carga.
En los cuentos de hadas, donde las situaciones prodigiosas est¨¢n tratadas como si fueran la cosa m¨¢s natural del mundo, un pr¨ªncipe se admite que pueda dialogar de igual a igual con buhoneros, le?adores, ermita?os, hechiceras, animales dotados de palabra sentenciosa y caminantes desharrapados que se lanzaron al mundo en busca de aventura y que no llevan en el zurr¨®n m¨¢s que un mendrugo de pan y un cuenco para el agua. Esta l¨®gica de lo maravilloso ayuda al ni?o a tejer sue?os capaces de sacarlo de un mundo que a veces se le hace duro de habitar y dif¨ªcil de entender, ya sea por la falta de perspectivas a que le ha reducido la miseria, ya por el aislamiento a que le condena vivir en un jard¨ªn encantado, donde dif¨ªcilmente llegan los zarpazos de la realidad m¨¢s abrupta. En su libro Psicoan¨¢lisis de los cuentos de hadas, Bruno Bettelheim trata de demostrar que la asidua lectura de estos cuentos no solamente proporciona placer al ni?o, sino que le ense?a a hacerse preguntas sobre su lenta y vacilante conversi¨®n en adulto.
Para la ocasi¨®n presente, que -como tantas otras de cariz inesperado- no me ofrece m¨¢s puerto de abrigo que el retorno a los mitos de mi infancia, me ha tentado m¨¢s esta idea de convertir en llano lo maravilloso que la de atenerme a los vacuos ditirambos que sugiere un acto oficial. As¨ª que descarto la ret¨®rica del laureado que se deshace en consideraciones sobre los inmerecidos laureles que el Pr¨ªncipe le otorga y prefiero dirigirme a Felipe de Borb¨®n, si ¨¦l me lo permite, de una forma m¨¢s serena, llana y tambi¨¦n nost¨¢lgica, como hablar¨ªa con cualquier joven de su edad. Entre otras cosas, porque creo que le resultar¨¢ m¨¢s entretenido.
Para m¨ª es un ni?o espa?ol al que he ido viendo crecer, convertirse en adolescente y entrar en la Universidad mientras se produc¨ªan todos los cambios pol¨ªticos, diplom¨¢ticos y econ¨®micos que han ido transformando la sociedad espa?ola a lo largo de 13 a?os, desde que su padre subiera al trono. Durante este tiempo yo, sin dejar de ser espectadora fiel de esas mudanzas y v¨ªctima de las que afectan a mi propia vida, he seguido aferrada tercamente, como ¨²nica aguja de navegar, a la pluma estilogr¨¢fica que hered¨¦ de mi padre, llenando cuadernos con mi mejor letra y procurando que no me tiemble el pulso, como en mis tiempos de escolar aplicada.
Esta fidelidad a una vocaci¨®n -aunque el t¨¦rmino vocaci¨®n est¨¦ m¨¢s desprestigiado cada d¨ªa- es el mayor privilegio que conservo con tantos como la vida me ha arrebatado: la fe en la palabra y en el pensamiento. Y desde ese reducto -una especie de atalaya precaria y vulnerable- me atrevo a hablar al joven Felipe de Borb¨®n, como si le lanzara un hilo de seda muy fr¨¢gil, el ¨²nico de que dispongo, para que lo recoja si lo tiene a bien.
?l se va a enfrentar con una sociedad supertecnol¨®gica, dominada por las m¨¢quinas y los me dios de comunicaci¨®n de masas, por la prisa y la violencia, por el af¨¢n desmedido de prosperidad material; una sociedad en el seno de cuyas aceleradas mutaciones se infiltra de forma cada vez m¨¢s alarmante y descarada la convicci¨®n de que todo es negociable y de que no obedecer m¨¢s que al logos, como nos ense?¨® Plat¨®n, es una conducta pasada de moda y que, desde luego, no trae cuenta. Y sin embargo, yo solamente puedo aceptar el honor que hoy se me concede -y en esto creo que aqu¨ª mi compa?ero de baile me seguir¨¢ a gusto- si se considera como un premio a la perseverancia en esa conducta, por denostada que est¨¦, la que se rige por la obediencia al logos, o sea, a la palabra. Y no me estoy refiriendo solamente a la palabra dada, sino tambi¨¦n a la recibida.
Quien tiene pasi¨®n por la palabra y est¨¢ abierto a ella recibe tanto de los libros que lee como de las conversaciones que escucha, un continuo acicate que le tienta a participar en esa fiesta del lenguaje, una especie de savia que le entra por todos los poros y le induce a buscar siempre una ex presi¨®n inteligible. Que los dem¨¢s entiendan de verdad lo que uno dice, lo que quiere decir -si quiere decir algo-; no perderle la cara a la palabra, cuidarla como un tesoro, no dilapidarla, no pros tituirla, no hablar por hablar. Y en este sentido, aunque no pueda decirse de forma di¨¢fana c¨®mo se aprende a escribir, s¨ª sabemos que ese misterioso aprendizaje, que se inicia en la infancia, siempre se ha visto m¨¢s fomentado por los textos o discursos que nos proponen preguntas que por aqueflos que nos suministran in falibles respuestas.
Justificaciones
?Para qu¨¦ se escribe? Nos lo pre guntan mucho. No creo que ninguna actividad humana se vea tan continuamente obligada a justificarse a s¨ª misma como la del escritor. Se escribe para lanzar al aire nuevas preguntas, para interrumpir los asertos ajenos, para tratar de entender mejor lo que no est¨¢ tan claro como dicen. Para poner en tela de juicio incluso lo que uno mismo cree saber. Para distanciarse, mirar la realidad como un espectador y con vencerse de que nada es lo que parece. Poca cosa, y al mismo tiempo ?cu¨¢nta.? Un escritor, aunque haya vislumbrado la inconsistencia de su aportaci¨®n personal e incluso la contribuci¨®n al desorden que ¨¦sta puede suponer, es cribe a pesar de todo. ?Por qu¨¦? Porque cree que lo que ¨¦l va a decir no lo ha dicho nadie todav¨ªa desde ese punto de vista. Puede tomarse como una arrogancia, como un vicio o como una defen sa, que de todo tendr¨¢. Pero en cualquier caso, de acuerdo con la frase de Unamuno "creer es crear", me parece que la escritura es fundamentalmente algo relacionado con la fe, no con el medro ni con el negocio.
Y precisamente de ah¨ª derivan las contradicciones de su aprendizaje. Porque si bien es cierto que cuando nos iniciamos en este ejercicio tenemos mucha menos destreza en el oficio, la fe suele se mucho mayor en la primera edad cuando se acomete la aventura. A medida que van pasando los a?os y el escritor consigue un mayor o menor reconocimiento por parte del p¨²blico, a veces se ve obligado a confesarse que la fe de los comienzos se le ha venido abajo y que s¨®lo escribe para renovarla. Si no lo consigue, corre el peligro de estarse metiendo por unos ra¨ªles demasiado c¨®modos, que le van a amortiguar cualquier sobre salto. Y en el fondo de su ser no es eso lo que busca ni lo que quiere
El de la escritura es un apren dizaje que nunca se cierra, que se est¨¢ poniendo' en cuesti¨®n cada vez que nos vemos ante un papel en blanco. Un carpintero que ha construido una mesa s¨®lida puede est¨¢r razonablemente seguro de que ya ha aprendido a hacer me sas, pero a un escritor nadie le ga rantiza que, porque haya escrito un libro, el pr¨®ximo tiene que ser mejor, ni siquiera tan bueno como aqu¨¦l. Si lo da por sentado, puede que haya consumado su oficio, pero habr¨¢ dejado de enviciarse con ¨¦l. Y lo pagar¨¢ en aburrimiento (el suyo y el que suministra a sus lectores).
Es verdad que, una vez cubierta cierta etapa de su carrera, al escritor pueden servirle de ¨¢nimo, ?c¨®mo no!, las opiniones de los dem¨¢s sobre el resultado de su obra, y tambi¨¦n, claro est¨¢, los premios recibidos. Pero no debe caer en el halag¨¹e?o espejismo de justificar y dar por bueno, en nombre de lo que hizo, todo lo que haga en adelante: tiene que estar renovando perpetuamente aquella fe.
Quienes consideran la escritura como un camino donde las flores crecen por generaci¨®n espont¨¢nea suelen encarecer la suerte de desempe?ar un trabajo donde no tenemos por encima a nadie que nos mande (al menos por ahora). Y eso es verdad: si no escribimos no pasa nada grave, ni nadie nos ri?e, ni nos van a echar de la oficina.
Pero tambi¨¦n es verdad que no siempre el ejercicio de la libertad resulta f¨¢cil: tiene que ser uno su propio domador. Y sobre todo hay que tener en cuenta que no se trata de un negocio espectacular, sino de una inversi¨®n lenta, que bien podr¨ªa llevar por lema aquella m¨¢xima del Eclesiast¨¦s: "Echa tu pan a las aguas, que despu¨¦s de mucho tiempo lo hallar¨¢s".
Tarea solitaria
La tarea del escritor es una aventura solitaria y conlleva todos los titubeos, riesgos y sorpresas propios de cualquier aventura. Pero en un mundo donde se huye cada vez m¨¢s de la soledad y de la aventura, el escritor es mirado con recelo: desconcierta como un nadador contra corriente. Y de todas partes surgen voces que le piden explicaciones y brazos que le quieren anexionar a un determinado grupo y hacerle tributario de sus normas, cuando el escritor s¨®lo puede sobrevivir como tal inventando las suyas propias cada d¨ªa: partiendo de cero.
Nadie lo ha dicho de forma m¨¢s emocionante que Teresa de Jes¨²s, cuya festividad se celebra tambi¨¦n hoy; y ¨¦ste es un prodigio que no figuraba en el cuento. Ella s¨ª que parti¨® de cero, ella s¨ª que invent¨® sus propias normas, porque aprendi¨® a escribir para hacerse entender por monjas ?letradas. Su escritura ejemplifica ese camino cuya exploraci¨®n pone en juego la propia vida. Para acometer esa tarea de buscar el lenguaje apropiado, que a ella se le planteaba como un combate, es menester, seg¨²n sus propias palabras:
"Una grande y determinada determinaci¨®n de no parar hasta llegar, venga lo que viniere, suceda lo que sucediere, trabaje lo que trabajare, murmure quien murmurare, siquiera me muera en el camino, siquiera se hunda el mundo".
Ning¨²n mensaje resumir¨ªa mejor que ¨¦ste de la escritora abulense lo que yo le deseo al Pr¨ªncipe -como la hechicera de los cuentos- en los urribrales de un mundo donde hay tantas libertades como servidumbres y tantas leyes como trampas: que no pierda la fe en la palabra, ni en la dada ni en la recibida, y que santa Teresa le conceda una grande y determinada determinaci¨®n.
Muchas gracias.
Tu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo
?Quieres a?adir otro usuario a tu suscripci¨®n?
Si contin¨²as leyendo en este dispositivo, no se podr¨¢ leer en el otro.
FlechaTu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PA?S desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripci¨®n a la modalidad Premium, as¨ª podr¨¢s a?adir otro usuario. Cada uno acceder¨¢ con su propia cuenta de email, lo que os permitir¨¢ personalizar vuestra experiencia en EL PA?S.
En el caso de no saber qui¨¦n est¨¢ usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contrase?a aqu¨ª.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrar¨¢ en tu dispositivo y en el de la otra persona que est¨¢ usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aqu¨ª los t¨¦rminos y condiciones de la suscripci¨®n digital.
Archivado En
- Actos oficiales
- Princesa Asturias Letras
- Felipe de Borb¨®n y Grecia
- Carmen Mart¨ªn Gaite
- Actos p¨²blicos
- Monarqu¨ªa
- Premios Princesa de Asturias
- Premios literarios
- Novela
- Casa Real
- Narrativa
- Premios
- Literatura
- Gobierno
- Eventos
- Administraci¨®n Estado
- Administraci¨®n p¨²blica
- Pol¨ªtica
- Cultura
- Fundaciones
- Sociedad
- Fundaci¨®n Princesa de Asturias