En el lado de all¨¢ de la libertad
La historia no tuvo escen¨®grafos m¨¢s que a posteriori: los pintores que la retocaron entonaron sus colores, formaron a sus modelos en grupos heroicos o pat¨¦ticos. Cuando la historia se traslada a la televisi¨®n, la ilusi¨®n de sus creadores por la pintura del g¨¦nero molesta un poco. No hace falta mucha imaginaci¨®n para ver detr¨¢s de cada secuencia a un escen¨®grafo o un ambientador que pliega la bandera o la falda de la dama por los dobleces requeridos, a un fot¨®grafo que quiere sacar destellos de esquinas ruinosas, a un director que manda barrer las callejuelas de N¨¢poles, tender s¨¢banas nuevas en ellas o frotar con su propia manga un buen jarr¨®n para que coja bien la luz. Esto pasa con Garibaldi; cuando este da?o afecta al cine italiano o al espa?ol -que tiene tras de s¨ª un importante legado de historia repintada- se exagera hasta el m¨¢ximo. No hay nada peor en cualquier intento de obra de arte que ver su esqueleto, su trama, su deliberaci¨®n.Garibaldi, el "aventurero de los ojos azules" -y aqu¨ª est¨¢ Franco Nero con su mirada de mar Tirreno-, es una leyenda que todav¨ªa mantienen los viejos republicanos que tosen en los bancos p¨²blicos, los hijos marginados de los antiguos ¨¢cratas: los que a¨²n fueron acunados con canciones garibaldinas traducidas al espa?ol -"Chita, callando, que pasa la ronda; / chica, callando, que vuelve a pasar. / ?Que viva Garibaldi y la Santa Libertad!"-, y sus camisas rojas deslucidas por los soles de la guerrilla y la batalla abierta a¨²n relumbran en las patrias, perdidas para siempre, de la nostalgia.
A¨²n este director, Luigi Magni, declara que su vocaci¨®n garibaldina le naci¨® durante la ocupaci¨®n alemana de Italia: hab¨ªa aceptado el emblema nacional, la ecuaci¨®n Garibaldi-libertad. Y rechaza que se diga algo malo de su h¨¦roe: "deber¨ªa evitarlo la inteligencia de quien dice algo malo". ?ste es el tono de su pel¨ªcula. Habr¨¢ que olvidar -o no ser inteligente- que el republicano se hizo mon¨¢rquico para la casa de Saboya y que ¨¦l mismo fue un dictador al que algunos historiadores consideran precisamente como el antecesor de los dictadores europeos del siglo XX.
Libertad
Aunque todo est¨¦ contrapesado por su falta de ambiciones, por su catecismo laico y libertario" por su compromiso en empresas ajenas en busca de la libertad -de Latinoam¨¦rica, donde hab¨ªa sido pirata contra el imperio de Brasil y guerrillero uruguayo contra Argentina, se trajo un poncho y una mujer, la legendaria Anita, que aqu¨ª va a ser ?ngela Molina-; por su largo retiro agr¨ªcola en Caprera.Magni no ha tenido escr¨²pulos -al menos durante el primer cap¨ªtulo, donde cumple la ley de las presentaciones espectaculares y enf¨¢ticas- en su intenci¨®n de hacer de Garibaldi un h¨¦roe perfectamente simp¨¢tico, de forma que una vez m¨¢s esa simpat¨ªa hacia el guerrillero de talento militar propio se traslade hacia la idea de libertad en general.
Quiere decirse que se ha quedado en el lado de all¨¢ de la libertad: en el h¨¦roe rom¨¢ntico, en su mirada franca y sus actos y sus proverbios (se habla mucho aqu¨ª en frases hist¨®ricas) de car¨¢cter humanitario y noble, en los emblemas desplegados, en el pueblo que necesita un conductor. Y en los grupos heroicos, los trajes regionales impecables y entonados de las mujeres en las limpias calles de N¨¢poles y en las camisas rutilantes.
Quiz¨¢ sea mejor esa noci¨®n de la libertad encarnada en un ser primitivo e intuitivo que la del lado de ac¨¢ de la historia, la que debaten con sutilezas los nuevos fil¨®sofos o las que se conforman con pelear por pactos y convenios. Hoy no quedan Garibaldis m¨¢s que en el Tercer Mundo, y de tal forma que se los asesina o se consigue que nunca se hable de ellos.
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