Apuntes para despu¨¦s de una lucha
Estos d¨ªas se han reunido en Madrid renombrados historiadores espa?oles e hispanistas extranjeros, donde figur¨¢bamos algunas personas en calidad de testigos a fin de arrojar alguna luz sobre la naturaleza del franquismo. Sin duda es un gesto m¨¢s de madurez el que el r¨¦gimen anterior se haya convertido en motivo de debate para eruditos que no buscan tanto claves para comprender la situaci¨®n actual, sino que se mueven por el inter¨¦s hacia aquella ¨¦poca por ella misma.El encuentro ha servido para ofrecer una oportunidad de reflexionar sobre c¨®mo fue en realidad el franquismo, una de cuyas caracter¨ªsticas consisti¨® precisamente en su opacidad y en que todos los ciudadanos tuvi¨¦ramos una visi¨®n parcial, en la medida en que apenas nos enter¨¢bamos de cuanto ocurr¨ªa a nuestro alrededor.
No resulta f¨¢cil explicar a un extranjero, o en general a alguien que no vivi¨® aquella situaci¨®n, en qu¨¦ consiste una dicta dura. Acaso tan dificil como resultaba a nuestros padres explicarnos c¨®mo era una democracia. Porque las diferencias, lejos de mantenerse en un plano estrictamente pol¨ªtico -diferentes modos de gobernar-, afectan a la vida cotidiana, a la mentalidades, a c¨®mo se vive la historia, etc¨¦tera. De manera que sus diferencias ser¨ªan quiz¨¢ m¨¢s f¨¢ciles de plantearse para un antrop¨®logo o para un especlalista en la historia de las mentalidades que para un historiador.
Los historiadores se esfuerzan en buscar acontecimientos pol¨ªticos que expresen el comportamiento o el modo de pensar de la gente en un determinado per¨ªodo de la historia de la dictadura, pero su labor resulta casi imposible porque lo que diferencia los dos sistemas es algo tan profundo que afecta a lo que la gente entiende por acontecimiento.
Desde Grecia la democracia es -o deber¨ªa ser- el reino de la isonom¨ªa: el sometimiento de todos los ciudadanos a la ley. Lo cual tiene como consecuencia indirecta la proyecci¨®n de este modelo de sociedad a la naturaleza y a la historia. La labor fundamental de la ciencia ser¨ªa, desde entonces, la b¨²squeda de leyes que rigen tanto una como otra. Los acontecimientos se ven como el resultado de acciones provocadas por grupos humanos con una intenci¨®n, los cuales provocan a su vez una respuesta m¨¢s o menos proporcionada de otros grupos humanos. La sociedad y la naturaleza comparten la misma l¨®gica y, por tanto, pueden llegar a ser comprensibles.
La dictadura, en cambio, es la ausencia de ley. Quien ostenta el poder no tiene que dar cuenta m¨¢s que a Dios, en su caso. Y las leyes son s¨®lo fruto de su soberana voluntad. El resultado es la transformaci¨®n de la sociedad en un todo opaco imposible de captar y conocer. Los propios acontecimientos dejan de verse como producto de la acci¨®n de personas o grupos humanos que act¨²an con alguna intencionalidad. Son s¨®lo hechos emblem¨¢ticos que sirven para confirmar los prejuicios de cada uno.
Puede que la acci¨®n de cientos o de miles de personas no provoque ning¨²n acontecimiento. Pero un buen d¨ªa esa misma acci¨®n, o algo llevado a cabo por cualquiera, se convierte en un hecho de importancia trascendental porque para el r¨¦gimen es un acontecimiento emblem¨¢tico que demuestra la maldad de los comunistas, lo r¨¦probo del separatismo o que no existe ninguna tercera v¨ªa entre el comunismo y el franquismo.
Otro tanto ocurre tambi¨¦n a la oposici¨®n: si las protestas estudiantiles de 1956 fueron importantes, su importancia no deriv¨® tanto de la respuesta que pudieran provocar en el franquismo o en qu¨¦ medida forzaron a abrir el r¨¦gimen (l¨®gica con la que se medir¨ªa cualquier acontecimiento en un sistema democr¨¢tico, por ejemplo las protestas estudiantiles de 1986), sino porque para algunos partidos se transform¨® en un hecho emblem¨¢tico cargado de significaci¨®n: la demostraci¨®n en la pr¨¢ctica de que era correcta la pol¨ªtica de reconciliaci¨®n nacional ya que la divisi¨®n de las clases sociales en la guerra civil hab¨ªa quedado superada.
Como consecuencia de ello se da una relaci¨®n cuasi-m¨¢gica con los acontecimientos. La oposici¨®n, en general, repite ritos que no pocas veces esperaban su mito para explicarlo, confiando in¨²tilmente que volvieran a tener las mismas repercusiones positivas que tuvieron anta?o: la huelga del transporte en Barcelona o el Aberri-Eguna en Euskadi, etc¨¦tera.
La pol¨ªtica, acaso por estar rodeada tanto de misterio (por lo desproporcionado de sus repercusiones) como de riesgo, ocupa el espacio que en las sociedades tradicionales est¨¢ reservado a lo sagrado. Y aparece, por ende, totalmente desligada de lo profano y de la vida cotidiana. Ser antifranquista en pol¨ªtica no equival¨ªa siempre a estar en contra del autoritarismo en otras esferas de la vida.
Mucho me temo que algunas de estas caracter¨ªsticas no han sido totalmente superadas en la sociedad espa?ola. La pol¨ªtica vasca ofrece buenos ejemplos a diario, sobre todo por parte de los sectores que a?oran el franquismo o, lo que viene a ser lo mismo desde este punto de vista, el antifranquismo.
Sospecho que ese af¨¢n de buscar en algunas an¨¦cdotas, sea el que un se?or utilice un avi¨®n un fin de semana,o el que una se?ora se compre un abanico y unos trapos, sea una cierta a?oranza del modo de funcionamiento del franquismo y del antifranquismo y denote el deseo de ver en una an¨¦cdota una f¨¢bula o una par¨¢bola que demuestre lo perverso del poder. Parecer¨ªa m¨¢s l¨®gico en una sociedad democr¨¢tica que se hincara el diente de la cr¨ªtica a la pol¨ªtica real llevada a cabo por estos se?ores. Que, por, otro lado, ofrecen no pocos motivos para la cr¨ªtica.
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