El abuelo de Makoki
Es mucho lo que le debe nuestra generaci¨®n (El V¨ªbora, Cairo, Makoki, etc¨¦tera) al abuelo Escobar y a sus compa?eros de Bruguera: ellos son los que con cuatro trazos y aut¨¦ntico empe?o sentaron las bases de lo que se llamar¨ªa la escuela de humor de la posguerra.A ellos, y a Escobar en concreto, debemos esa retah¨ªla de personajes directamente sacados de la calle y que retratan, mucho mejor que los ecos de sociedad y las cr¨®nicas oficiosas de la ¨¦poca, cu¨¢l era la realidad cotidiana en nuestro pa¨ªs: las inquietudes del oficinista timorato, las enso?aciones quiniel¨ªsticas del padre de la famil¨ªa numerosa o los partes diarios de la portera de la casa. Es m¨¢s, todos ellos viv¨ªan en su reducido espacio de papel los mismos problemas con las altas instancias que el resto de los transe¨²ntes.
Seg¨²n palabras del propio Escobar, sus personajes se ve¨ªan obligados a llevar una doble vida: ten¨ªan que habitar en un pa¨ªs donde las pesetas se llamaban piastras y los uniformes de la polic¨ªa se parec¨ªan m¨¢s a los de los bobbies ingleses que a los de los grises aut¨®ctonos. As¨ª entre las historias que me ha contado mi padre, perdedor en la guerra, y las historietas de Escobar y su gente he sacado una idea m¨¢s aproximada de lo que deb¨ªa ser aquello que viendo el No-Do y el Hola. No se si estaba en la mente de esos avezados dibujantes el hacer un retrato tan afilado de su ¨¦poca, pero lo cierto es que, como aut¨¦nticos creadores, no pudieron evitarlo.
Don Pantuflo
Cuando la joven generaci¨®n de humoristas comenz¨® su andadura, tomamos como punto de partida, entre otros, a la escuela Bruguera, siguiendo las pautas de humor que ellos hicieron populares. Los tiempos han cambiado y los personajes son otros, pero los esquemas y gags que hacen sonre¨ªr al p¨²blico siguen siendo b¨¢sicamente los mismos. Hemos pasado nuestra adolescencia viendo correr a Don Pantuflo da un lado a otro detr¨¢s de Zipi y Zape; a Carpanta y a Protasto buscando algo que llevarse a la boca; a Blasa, portera de su casa, haciendo bellaquer¨ªas a diestro y siniestro. Naturalmente todo eso lo tiene uno en la cabeza a la hora de crear sus propios personajes.
Hemos dado nuestros primeros pasos en la historieta fij¨¢ndonos en c¨®mo, a fuerza de repetir d¨ªa tras d¨ªa las mismas historias (como un mantra o as¨ª), estos pr¨®ceres del l¨¢piz han llegado a la simplificaci¨®n perfecta del medio. No vemos en sus p¨¢ginas, adornos barrocos ni arquitecturas churriguerescas: todo est¨¢ en funci¨®n de la acci¨®n y el gag. Los personajes pasan a convertirse en notas de una partitura musical que, repitiendo siempre la misma canci¨®n, consiguen variaciones infinitas: Carpanta no conseguir¨¢ comer nunca y Don Pantuflo no har¨¢ de sus v¨¢stagos unos ingenieros industriales, pero generaciones de cr¨ªos y mayores seguir¨¢n disfrutando con sus andanzas. ?sa es la gran lecci¨®n que hemos aprendido de ellos: lo mejor es siempre lo m¨¢s directo y sencillo.
Por todo lo dicho, me parece loable cualquier tipo de homenaje que sufran y no s¨®lo eso: hasta una calle o estatua ecuestre se merecer¨ªa esta generaci¨®n que, en lugar de cepillarse gente como hac¨ªan los bigotudos militares que dan nombre a las rues, han hecho morir de risa a miles de espa?oles (empe?o bastante m¨¢s sano).
Y yo pienso lo ¨²til que ser¨ªa crear en el gobierno una cartera de la risa, un ministerio de la carcajada y poner al frente un comit¨¦ de humoristas cuyas disposiciones hicieran partirse el pecho a los votantes. ?Qu¨¦ ser¨ªa de este pa¨ªs si no tuviera la habilidad de re¨ªrse de s¨ª mismo? ?A d¨®nde ir¨ªamos a parar?
Es una l¨¢stima que la gloria y las alabanzas lleguen tarde, cuando m¨¢s de uno ha desaparecido, viviendo sus ¨²ltimos d¨ªas en la indigencia y dejando los mejores a?os de su vida y sus mejores creaciones en manos de quien ha usado y abusado de ellos a tutipl¨¦n. Pero da lo mismo, porque Zipi y Zape sobrevivir¨¢n a cualquier editor o ejecutivo de medio pelo, como hicieron ya con las cartillas de racionamiento o las inauguraciones de pantanos, del mismo modo que volver¨¢n a salir airosos de los plazos del televisor o de los l¨ªderes pol¨ªticos. As¨ª que, desde esta tribuna, pido para ellos un sitio en los libros de texto al lado de Isabel y Fernando, como un hito de la historia contempor¨¢nea. Gracias.
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