Poned a salvo las reliquias
La autorizaci¨®n de Juan Pablo II para analizar la S¨¢bana Santa de Tur¨ªn lleva al autor a ironizar sobre algunas de sus hipot¨¦ticas consecuencias. Por ejemplo, si se investigan las cosas del propio Cristo, ?por qu¨¦ no a sus representantes? ?Y por qu¨¦ no los restos del papa Luciani, para determinar la causa de su muerte?
Los expertos del diablo, y no s¨¦ si sus devotos, se han reunido estos d¨ªas en Tur¨ªn. No se han establecido, por cierto, las relaciones que pudiera haber entre el diablo y el carbono 14, entre el diablo y Tur¨ªn y los p¨¦simos resultados de la investigaci¨®n cient¨ªfica en tomo a la S¨¢bana Santa. Acaso por la mente del Papa cruce una sombra de duda y un dolor. Pero lo cierto es que yerra quien quiera confundir la ternura de Wojtyla (a quien los analistas le reconocen un coraz¨®n de madre, despu¨¦s de que ¨¦l nos recordara que Dios es, a la vez, padre y madre) con cualquier atisbo de ingenuidad.Cuando el Papa dijo s¨ª a la investigaci¨®n estaba convencido de que la efigie impresa en la s¨¢bana era la del propio Jes¨²s. No se justifica de otro modo el consentimiento de Su Santidad. ?l ha transitado por los territorios de la ciencia y por los de la fe, como su biograf¨ªa demuestra, y a la hora de elegir han imperado siempre, por ciegas que fueran o acaso por esto mismo, las razones de la fe. ?l ser¨ªa incapaz, en consecuencia, de someter la devoci¨®n de la gente sencilla a una prueba de incertidumbre en la que la ciencia pueda m¨¢s que la tradici¨®n, si no fuera por un convencimiento previ¨® de la autenticidad de la reliquia. As¨ª, pues, ?qu¨¦ pudo provocar en el iluminado Pont¨ªfice una decisi¨®n que permita hoy confundir a las beatas de Tur¨ªn, y a los devotos de la S¨¢bana Santa en el mundo el carbono 14 con el nombre moderno de Lucifer? Repito que exclusivamente la fe de Wojtyla, amparada en el peque?o tanto por ciento de margen de error que cabe admitir en el estudio realizado. Porque, a estas horas de la historia de la Iglesia, el Papa sabe mejor que nadie, seg¨²n se desprende de su doctrina en tantos asuntos morales, que las cosas de Dios no pasan por los filtros de la raz¨®n ni de la ciencia; que, como a la rosa de Juan Ram¨®n, mejor es no tocar las porque son as¨ª. El poeta defend¨ªa el misterio de la rosa y el Papa tiene el deber sacrosanto de defender todas las tumbas cerradas y sus losas, los tabern¨¢culos y las reliquias, la sangre licuada de san Pantale¨®n y la de san Genaro. Lo contrario ser¨ªa incurrir en la perniciosa desritualizaci¨®n de la sociedad laica, empe?ada en tocarlo todo, aclararlo todo, desenga?arse de todo, trazar un mapa del cielo con el estilo cartogr¨¢fico de la tierra y con vencerse al fin de su propio barro. Monse?or Lefebvre empez¨® a ver los signos del anticristo nada m¨¢s le empezaron a traducir el confiteor a los fieles y abandonaron los curas la teatralidad en la homil¨ªa.
Agn¨®sticos
"Se equivoca la Iglesia", me cuentan que manifest¨® en la radio el poeta Goytisolo para dejar testimonio de que los agn¨®sticos tambi¨¦n quieren las cosas en su sitio. Lo mismo pensar¨ªan los que desde dentro de la Iglesia temen ser v¨ªctimas ellos mismos de cualquier experimentaci¨®n. Empezaban a preocuparse ahora porque los ¨¢ngeles, arc¨¢ngeles y seres terrenales que pueblan los techos de la Capilla Sixtina pudieran exhibir sus sexos, p¨²dicamente cubiertos con el tiempo. Pero han podido ver c¨®mo la qu¨ªmica no alcanza s¨®lo al arte y este af¨¢n del desnudo llega al t¨®tem. "Cuidado", gritan, y tal vez aconsejen prohibir la entrada en la iglesia de herejes disfrazados de restauradores o cient¨ªficos -seres inc¨®modos en todo templo- de modo semejante al que se usa en los lugares p¨²blicos para impedir la entrada de los canes.
En conclusi¨®n: o recibe aviso la buena fe del Papa en su desmesura o veo al arzobispo de Zaragoza poniendo a buen recaudo los corporales de Daroca y al de Santiago de Compostela cerrando a piedra y barro -m¨¢s piedra que barro- la tumba del Ap¨®stol. ?Qui¨¦n nos garantiza que no se intente ahora investigar la autenticidad de los huesos de Santiago si se atrevieron con la S¨¢bana del mism¨ªsimo Jes¨²s? No obstante, los amigos de la claridad en el seno de la Iglesia est¨¢n de enhorabuena: si Juan Pablo II ha accedido a la investigaci¨®n de la S¨¢bana Santa, ?por qu¨¦ no suponer que este gesto pudiera constituir el anuncio de que quien empieza por las cosas que afectan al mismo Cristo acabar¨¢ accediendo en lo que toca a sus representantes? ?Por qu¨¦ no pensar que podr¨ªa hallarse pr¨®xima la exhumaci¨®n de los restos de Albino Luciani por si en ellos se encontraran huellas que permitieran determinar las circunstancias reales de su muerte? Tan s¨®lo si hay dudas se despierta a los muertos. ?Las hay?
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