Prejuicios y argumentos electorales
A lo largo de la reciente campa?a presidencial se le ha dedicado m¨¢s atenci¨®n al supuesto papel de los medios de comunicaci¨®n y de los expertos en imagen que a los historiales reales de la carrera pol¨ªtica de los cuatro candidatos a la presidencia y a la vicepresidencia. Los comentadores han repetido hasta la saciedad que una sonrisa frente a una bandera y una frase breve y oportuna podr¨ªan haber sido mucho m¨¢s importantes que un debate (casi ausente) sobre los problemas reales, tales como los d¨¦ficit del presupuesto y de la balanza comercial, la degradaci¨®n del medio ambiente, la mayor diferencia entre pobres y ricos y el lamentable estado de las escuelas y de la infraestructura de los transportes y comunicaciones.Para empezar mi esc¨¦ptico comentario sobre la imagen anterior, quiero recordar a los lectores que los expertos de imagen empleados por ambos candidatos ganan sueldos y gratificaciones que est¨¢n entre los mayores que se pagan en la econom¨ªa norteamericana, y que, naturalmente, est¨¢n encantados de que tanto el p¨²blico como sus clientes crean en su capacidad de producir victorias electorales. Pero me gustar¨ªa sugerir, tratando de diversos ejemplos espec¨ªficos, que su papel real no ha sido la creaci¨®n de la opini¨®n p¨²blica, sino una excelente explotaci¨®n de las actitudes subconscientes del p¨²blico.
Naturalmente, tras el demag¨®gico ataque de Bush contra Dukakis acus¨¢ndole de tener el carn¨¦ de la American Civil Liberty Union (ACLU, Uni¨®n de Defensa de las Libertades Americanas), organizaci¨®n de la que soy miembro de toda mi vida, ¨¦sta recibi¨® miles de solicitudes de inscripci¨®n. Al mismo tiempo, la evidencia de las muchas respuestas muestra que el ataque contribuy¨® a aumentar las dudas de millones de votantes sobre el patriotismo del candidato dem¨®crata.
Hace algunos a?os, la ACLU hizo el experimento de editar las primeras 10 enmiendas de la Constituci¨®n norteamericana, la llamada tabla de derechos, en forma de petici¨®n. Cuando se buscaron firmas para la misma, nos encontramos con que la mayor¨ªa de las personas que contactamos o bien tem¨ªan opinar sobre el contenido de estas enmiendas o pensaron que se les ped¨ªa aprobaran un documento subversivo o antiamericano. Bush y sus consejeros no estaban creando opini¨®n con sus ataques, sino explotando prejuicios ya existentes. Si en lugar de haber miles de personas que apoyaron a la ACLU hubiera habido millones de personas que hubieran rechazado la actitud de Bush no hubiera habido en el mundo ning¨²n experto en imagen que hubiera podido utilizar este ataque como una ventaja para ¨¦l.
Mucho se ha dicho acerca de la repulsiva naturaleza de los anuncios de Bush sobre los programas de permisos a los presos de Massachusetts. Explot¨® los prejuicios raciales con su insistencia sobre el caso de Willy Horton. Se refiri¨® al programa de Dukakis como favorecedor de los "asesinos". Por cierto, este programa lo comenz¨® un antiguo gobernador republicano, y beneficia a los presos de todo tipo. Por lo dem¨¢s, existe en m¨¢s de 30 Estados. Us¨® el subt¨ªtulo de "208 escapados", como si 208 asesinos hubieran dejado de reinjcorporarse tras sus permisos, mientras que el n¨²mero real de ellos fue tan s¨®lo de cuatro.
Una de las pocas ventajas de la espectacular longitud de las campa?as presidenciales estadounidenses es que hay mucho tiempo para exponer falsedades y recuperarse de las dram¨¢ticas llamadas al miedo. Los expertos en imagen de Dukakis expusieron la falsedad de este y otros anuncios publicitarios de Bush. Si los norteamericanos se hubieran sentido indignados por estas distorsiones, insultados por el prejuicio racial apenas disimulado en este caso, esto hubiera podido da?ar a la campa?a de Bush. Pero es un hecho que la gran mayor¨ªa de votantes, blancos, hisp¨¢nicos y negros, tiene much¨ªsimo miedo a la criminalidad callejera. Adem¨¢s, una considerable mayor¨ªa de los votantes blancos, as¨ª como no pocos de los hisp¨¢nicos, contin¨²an teniendo prejuicios raciales contra los negros, aunque lo nieguen vehementemente en sus conversaciones. La cultura pol¨ªtica estadounidense, aun sin los expertos de imagen, da por supuesto que una campa?a pol¨ªtica tendr¨¢ toda la falta de honradez que el candidato crea que puede soportar. De los resultados de la votaci¨®n s¨®lo podemos sacar la conclusi¨®n de que el miedo y el prejuicio superaron a la posible indignaci¨®n que pudieran haber producido los m¨¦todos usados por los expertos de imagen de Bush.
A principio de la campa?a, los directores de la de Dukakis pensaron obtener grandes beneficios pol¨ªticos cantando repetidamente: "?D¨®nde estaba George?". Esto era un sarcasmo mas que una despreciable desfiguraci¨®n. Se pretend¨ªa con esto destacar eI que nadie supiera el consejo que Bush le dio al presidente Reagan durante los esc¨¢ndalos del Irangate y el Contragate. Nadie sabe qu¨¦ tipo de jefe fue ni qu¨¦ decisiones tom¨®, si es que las tom¨®, como jefe de la CIA y de la guerra de las drogas. Pero a la mayor¨ªa de los votantes no les afect¨® este esfuerzo para rebajar a Bush como un participante importante del Gobierno. La gente tiende, en general, a desconfiar de los extranjeros, y por ello no culpa a Reagan o a Bush porque les enga?aran el ayatol¨¢ Jomeini o el general Noriega. No estaban muy seguros de que Bush no fuera d¨¦bil de car¨¢cter hasta que se mostr¨®, tras la convenci¨®n republicana, un defensor elocuente y agresivo de su propia ideolog¨ªa.
Otro ejemplo de las claras limitaciones de los expertos de imagen son las que nos han ofrecido de Bush y Dukakis durante dos meses y medio de campa?a. Pese a ocasionar confusiones verbales, Bush apareci¨®,cada vez m¨¢s como alguien con confianza en s¨ª mismo, superpatriota, agresivo en sus palabras y, sin embargo, dispuesto a la conciliaci¨®n una vez que la campa?a electoral acabara. Fue muy concreto en sus afirmaciones negativas y muy vago y a veces rid¨ªculo en sus afirmaciones program¨¢ticas. Dukakis apareci¨® como inhibido en sus emociones, ambiguo en sus actitudes sobre el poder militar y absolutamente incapaz, hasta las dos ¨²ltimas semanas, de hablar de manera afirmativa sobre su historial y sus sentimientos liberales. Los expertos de imagen de Bush lo pasaron en grande ridiculizando su paseo en tanque y su reconocimiento al final de que ¨¦l era realmente liberal. Dukakis ofreci¨® una oportunidad a sus expertos, pero ¨¦stos no supieron crearla. Por su parte, si Bush no hubiera sido capaz de expresar su creciente confianza, sus expertos no hubieran podido hacer nada por ¨¦l.El problema real de los expertos en imagen pagados no es su supuesta capacidad para determinar el resultado de unas elecciones, sino su probada capacidad para evitar los debates sobre el fondo. Los directores de la campa?a de Bush insistieron en que hubiera dos como m¨¢ximo, y las condiciones que impusieron a todo el procedimiento nos obliga a colocar la palabra debate entre comillas. Los corresponsales del panel de cada uno de los debates hicieron preguntas importantes sobre el fondo. Los expertos hab¨ªan preparado a sus candidatos con respuestas empaquetadas, e hicieron los mayores esfuerzos para impedir a los candidatos hablar espont¨¢neamente en las conferencias de prensa. Los dos irritaron al p¨²blico con su falta de di¨¢logo espont¨¢neo, y es de esperar que dentro de cuatro a?os la presi¨®n del p¨²blico obligue a los dos partidos importantes a realizar verdaderos debates.
Tambi¨¦n se ha dicho mucho que esta campa?a ha batido un nuevo r¨¦cord de desfiguraciones y recurso a los prejuicios. Tal vez esto sea cierto a nivel presidencial. Pero hace 40 a?os, Richard Nixon, en aquel tiempo candidato victorioso al Senado estadounidense, satur¨® las ondas de radio de California con unos superpatri¨®ticos ataques a Helen Gahagan Douglas, que eran tan desfigurantes como la reciente publicidad pagada por George Bush contra Michael Dukakis. Las repetidas cu?as en la radio y en la televisi¨®n y el aislamiento de los candidatos de las preguntas espont¨¢neas de los periodistas han servido para impedir un debate detallado y franco de los problemas. Pero es un error suponer que los votantes no entienden el proceso y que simplemente sufren un lavado de cerebro. Es m¨¢s bien que, hablando proporcionalmente, votan bas¨¢ndose en sus prejuicios m¨¢s que en argumentos racionales.
Traducci¨®n: Javier Mateos.
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