Bernard Shaw o la c¨®lera reformista
Sobre la base de este primer volumen, [Bernard Shaw 1. 1856-1898: The search for love. Michael Holroyd. Chatto and Windus], parece posible predecir que, despu¨¦s del segundo y el tercero, Michael Holroyd habr¨¢ completado el tr¨ªo de las grandes biograf¨ªas literarias de este siglo, siendo las otras dos las vidas de James Joyce y Oscar Wilde escritas por el desaparecido Richard Ellmann. Probablemente no sea extra?o que las tres deban tener como tema a hombres irlandeses. Y si alguien desea ampliar el tr¨ªo a un cuarteto con la vida de Henry James escrita por Leon Edel, el tema irland¨¦s, aunque muy modificado, todav¨ªa se mantiene. En Back to Methuselah, Bernard Shaw predijo que con la extinci¨®n de la raza irlandesa, y tambi¨¦n la de la jud¨ªa, la vida del mundo civilizado llegar¨ªa a ser tan aburrida que terminar¨ªa en un suicidio universal. Esperamos las biograf¨ªas de Marx, Freud y de uno o dos grandes jud¨ªos m¨¢s que igualen el resultado conseguido en la esfera irlandesa.Olvid¨¦monos de los jud¨ªos y del aforismo shawiano que, justamente, implica que dos razas han contado a las dem¨¢s todo lo que vale la pena conocer (Shakespeare, como nos recuerda la se?ora O'Flaherty, naci¨® en Cork). Podr¨ªa ser peligroso sugerir que el genio de Bernard Shaw fuera un don espec¨ªficamente irland¨¦s. El mismo se sinti¨® m¨¢s cerca de Voltaire que de cualquiera de sus compatriotas literarios y, en John Bull's other island, puso como un trapo al irland¨¦s por su lacrimoso romanticismo, su pereza, su impotente rencor y por su po¨¦tica imaginaci¨®n negadora (le la vida y alimentada por el whisky irland¨¦s ilegalmente destilado.
Ning¨²n irland¨¦s podr¨ªa hacer algo si permanece en Irlanda, excepto descuartizar personas y cerdos y luego re¨ªrse como un caballo por haberlo hecho. Wilde, Shaw y Joyce abandonaron Irlanda. El aborrecimiento del alcohol que durante toda su vida tuvo Shaw fue una reacci¨®n contra un padre y unos t¨ªos borrachos, la mayor parte de ellos perezosos; y sus otras abstinencias -del tabaco, la carne, de la ropa sucia y de las f¨¢ciles declaraciones de amor- pueden ser consideradas como una reacci¨®n frente a la miseria irlandesa. El subt¨ªtulo de Holroyd afirma que fue amor lo que Shaw tuvo despu¨¦s de sus primeros 42 a?os, pero no fue la clase de amor que su padre y su madre habr¨ªan entendido.
Desde luego, es posible interpretar el puritanismo de Shaw como un atributo del protestante irland¨¦s, lo mismo que su visi¨®n de la naturaleza del amor fue el resultado de vivir en una familia dublinesa sin amor. Su madre no parec¨ªa conocer lo que era el amor; para ella no era ciertamente un bien para ser malgastado con su marido. Ella, un poco como su hermano, opt¨® por las emociones del arte en lugar de por la sensibler¨ªa de un dormitorio en Dubl¨ªn. Lleg¨® a ser cantante y sigui¨® a su instructor vocal, el gran Vandeleur Lee, a Londres. El joven Shaw aprendi¨® de Lee el amor a la m¨²sica, pero nada en absoluto de su ense?anza formal. Ese amor ten¨ªa mucho que ver con la adoraci¨®n por la voz existente en Dubl¨ªn; Joyce tambi¨¦n lo aprendi¨®. Es importante, como deja claro Michael Holroyd, tomar en serio a Shaw cuando habla del fundamento oper¨ªstico de sus comedias y el ritmo de su prosa est¨¢ pensado para el o¨ªdo m¨¢s que para los ojos.
S¨®crates, como sugiri¨® otro dublin¨¦s, puede haber aprendido la dial¨¦ctica de Xantipo, lo mismo que ¨¦l aprendi¨® de su madre partera c¨®mo llevar los pensamientos del mundo; pero del relato hecho por Holroyd sobre la temprana vida de Sonny, como se le llamaba (detestaba el nombre de George porque era el de su padre), resulta que su peculiar genio no fue ni gen¨¦ticamente transmitido ni nutrido en el hogar. De muchacho fue un lector solitario. Cuando sigui¨® a su madre a Londres, puso de manifiesto un talento que nadie deseaba. Estaba dotado de una pasi¨®n por el sonido y de una c¨®lera reformista que s¨®lo al final de su treintena se fusionaron en la capacidad de crear obras de didactismo teatral muy entretenidas. Antes de ser escritor teatral fue un novelista fallido, y luego un cr¨ªtico musical y dram¨¢tico de mucho ¨¦xito. El ¨¦xito period¨ªstico no tuvo nada que ver con el dinero -nunca lo tiene-, y hasta la mitad de su vida nunca tuvo mucho. Ir¨®nicamente, estaba llegando a ser moderadamente pr¨®spero mediante su propio esfuerzo cuando se cas¨® con la millonaria Charlotte Payne-Townshend. Nunca cortej¨® el dinero. Su pasi¨®n era la de reformar la sociedad brit¨¢nica y, junto con ello, reformar tambi¨¦n el gusto art¨ªstico brit¨¢nico. El joven que nunca hab¨ªa sido adecuadamente ense?ado lleg¨® a ser un gran maestro.
La c¨®lera reformista pertenec¨ªa a Shaw. Las divertidas excentricidades, la capacidad para entretener el incesante optim¨ªsmo a largo plazo, brotaban de una fe en la fuerza de la vida que, si la estupidez humana lo permitiera, producir¨ªa con el tiempo superhombres y supermujeres; eran propiedad de una invenci¨®n llamada GBS que -podr¨ªa haber destacado Holroyd- constituye la primera inversi¨®n del coro que abre Das Rheingold (El oro del Rin). Wagner era un maestro al que Shaw reconoc¨ªa, junto con Ibsen y Samuel Butler. Necesitaba de estos maestros porque por s¨ª mismo pod¨ªa dar origen a muy pocas ideas. Su tarea consisti¨® en difundir y hacer aceptable -mediante la paradoja y la risa- las ideas revolucionarias que ven¨ªan de Europa.
Pasi¨®n y disparate
No fue m¨¢s el inventor del ¨¦lan vital de lo que lo fue del vegetarianismo o de la vestimenta racional. Como el gran orador autodidacto de la sociedad fabiana, se apoy¨® en las diligentes investigaciones de Sidney y Beatrice Webb. Si no invent¨® nada excepto a s¨ª mismo, tuvo al menos la capacidad suficiente para combinar las pasiones con el disparate expreso, en una especie de filosof¨ªa hol¨ªstica. As¨ª, si la evoluci¨®n creativa funcionaba en la biosfera, deb¨ªa aplicarse tambi¨¦n a la pol¨ªtica: de ah¨ª el fabianismo. Sidney Webb invent¨® la expres¨ª¨®n "la inevitabilidad de la gradualidad", y Shaw fue el mayor de los gradualistas. La fuerza de la vida sab¨ªa lo que estaba hac¨ªendo, pero ten¨ªa que ser ayudada -firmemente ayudada-. Este volumen constituye el acta de un duro trabajo casi incre¨ªble. Era un trabajo en beneficio de la humanidad. El monstruo ego¨ªsta era una absurda m¨¢scara. Shaw fue uno de los m¨¢s grandes altruistas de todos los tiempos. No fue bien entendido por sus contempor¨¢neos, y no lo es mucho mejor ahora. Fue presuntuoso s¨®lo para ense?ar saludables lecciones mediante el esc¨¢ndalo. Cuando dijo que despreciaba a Shakespeare, esto se entendi¨® como un azote a los que lo idolatraban irreflexivamente. ?l adoraba a Shakespeare desde su infancia. Su reescritura del ¨²ltimo acto de Cymbeline no fue un reproche ego¨ªsta, sino un humilde acto de colaboraci¨®n de alguien que conoc¨ªa las limitaciones de la escena moderna. La gran virtud de la biograf¨ªa de Holroyd est¨¢ en que pone al descubierto al hombre serio, el que duda, el que sufre, sin temor a parecer absurdo, dado que lo absurdo constitu¨ªa una puerta para llegar al autoentendimiento e incluso al progreso intelectual. Y si GBS era despiadado, Bernard Shaw se enfurec¨ªa con los errores y las fatuidades del mundo.
W. B. Yeats, despu¨¦s de haber visto Arms and the man, tuvo una pesadilla en la que GBS aparec¨ªa como una m¨¢quina de coser, brillante y ruidosa, pero que sonre¨ªa constantemente. Demasiados han visto este aspecto fr¨ªamente mec¨¢nico de Shaw, creyendo que el hombre no ten¨ªa sangre e incluso que era sexualmente impotente. Holroyd aporta cuantos hechos puede sobre la vida er¨®tica, a pesar de la desgarbada delgadez, la palidez y la barba roja (que llevaba para esconder una cicatriz de viruela), las antiafrodisiacas prendas de lana de Jaeger. Jenny Patterson se enamor¨® profundamente y, cuando se dio cuenta del lado maripos¨®n y galanteador de ¨¦l (esto puede haber sido un don irland¨¦s: su mejor expresi¨®n se dio en Thomas Moore), se fue haciendo aburridamente celosa. Shaw ten¨ªa sue?os h¨²medos lo mismo que otros hombres frustrados. Dada la oportunidad de copular, no se preocupaba mucho de los condones (Cartas francesas 5: "...me repugnan extraordinariamente").
El placer del sexo
Reconoc¨ªa la fuerza de la vida que operaba en la mujer: su fin no era el placer del sexo, sino el deber de engendrar el superman. Su propia fertilidad no estuvo nunca en duda: parece haber sido responsable de un embarazo que no lleg¨® a t¨¦rmino. Las guapas mujeres de la sociedad fabiana se nos presentan con alg¨²n detalle. Shaw acab¨® prefiriendo enamorarse de actrices -Florence Farr, Ellen Terry, en el pr¨®ximo volumen, la se?ora Patrick Campbell-, pero el romance en intensas cartas -no francesas- de amor era mejor que el maloliente sudor de una cama compartida. El sexo carecia de importancia. Su matrimonio con Charlotte no estaba pensado para que contuviera mucho sexo. Conoc¨ªa la fuerza de ¨¦ste y todo lo que le rodeaba; permitasenos ahora seguir con algunos de sus trabajos.
Por supuesto, s¨®lo comparativamente tarde emerge en este volumen Shaw el dramaturgo. Sus primeras piezas teatrales fracasaron no porque fueran ininteligibles, sino porque eran demasiado inteligibles en sus cr¨ªticas a diversos aspectos de la condici¨®n humana -el sistema de arrendamientos de los suburbios, la prostituci¨®n, la locura de la guerra, y sobre todo la hipocres¨ªa de la clase media- Jur¨® abandonar el teatro, pero, para gloria de la escena, no lo hizo. The devil's disciple funcion¨® bien en Estados Unidos y permite que este volumen se cierre con un optimismo m¨¢s que filos¨®fico, as¨ª como con un Shaw que parec¨ªa casarse en un arrebato de falta de inteligencia -esto, desde luego, est¨¢ dicho por GBS- Es ¨¦sta una admirable biograf¨ªa -tersa, ingeniosa, muy informativa-. S¨®lo estoy desconcertado por una cosa. La Sociedad Shelley puso en escena The Cenei, en Islington, en 1891, y Robert Browning parece haber estado all¨ª. Pero Browning muri¨® en 1889. Quiz¨¢ este testimonio de vida p¨®stuma sea oportuno en un libro sobre un hombre que se niega a morir. Shaw estaba en una pel¨ªcula de Disney y en la funda del primer disco de My fair lady. Instant¨¢neamente reconocible por su forma de vestir, sus rasgos y su acento irland¨¦s, siempre est¨¢ con nosotros. Este primer volumen deja ya claro cu¨¢nto le debemos.
Traducci¨®n: M. Carmen Ruiz de Elvira.
Babelia
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