Recuerdo de Kennedy
Durante mucho tiempo he permanecido en silencio ante la campa?a que se ha ido orquestando con el fin de denigrar e incluso destruir la imagen de John F. Kennedy. Se le ha llamado de todo, desde incompetente peligroso hasta maniaco sexual. Y creo que ha llegado el momento de poner las cosas en su sitio.Kennedy era un ser humano, no el rey Arturo. Y su Administraci¨®n no era. Camelot. Solamente se convirti¨® en Camelot tras su muerte, bajo el impacto de las balas mortales que enterraron a un hombre excepcional. Menos de una semana despu¨¦s de su muerte, Jackie recordaba los versos de una de sus canciones preferidas: "No dejes que se pierda lo que s¨®lo fue un instante, por un breve momento luminoso su nombre fue Camelot". "Y ya nunca volver¨¢ a ser as¨ª", a?adi¨®. Camelot era el nombre perfecto para describir un sue?o s¨²bitamente aplastado.
25 a?os despu¨¦s, ?hab¨ªa sido realmente aplastado ese sue?o? J. F. K. est¨¢ muerto, pero su recuerdo todav¨ªa posee cierta aureola, no s¨®lo en Estados Unidos, sino en todo el mundo. Y cada d¨ªa hay m¨¢s gente que empieza a pensar en lo diferente que el mundo podr¨ªa ser hoy si ¨¦l no hubiera muerto. El triunfo que estaba consiguiendo John Kennedy cuando muri¨®, el 22 de noviembre de 1963, no es algo que se pueda describir simplemente con hechos. Los presidentes norteamericanos son, en virtud de su cargo, los hombres m¨¢s poderosos del mundo. En aquel momento Kennedy era tambi¨¦n el hombre m¨¢s popular del mundo, y posiblemente de toda la Historia. No s¨®lo hab¨ªa hecho despertar a sus compatriotas del letargo que sigui¨® a la II Guerra Mundial, sino que parec¨ªa haber provocado en todos lados una visi¨®n esperanzada de lo que la humanidad pod¨ªa y deb¨ªa llegar a ser. Su perpetuo bronceado, sus expresivos ojos grises y su imponente rostro parec¨ªan irradiar una promesa. Era al mismo tiempo elegante y accesible, y sobre todo contagiaba una especie de fe en la capacidad de la humanidad para decidir su destino.
Mi primer contacto con J. F. K. tuvo lugar en 1956. En la Convenci¨®n Dem¨®crata Nacional de Chicago, a la que yo asist¨ªa como corresponsal de la revista Collier`s, le fue arrebata da la candidatura a la vicepresi dencia, que recay¨® finalmente en Estes Kefauver, el senado por Tennessee. El discurso de Kennedy tras perder la nominaci¨®n fue brillante. Ten¨ªa delante a un hombre joven, l¨²cido e inteligente, que ser¨ªa mi candidato a la presidencia en 1960. Y poco pod¨ªa yo imaginar que en el futuro trabajar¨ªa para ¨¦l.
Pero menos de ocho meses despu¨¦s, al cerrar Collier`s, me contrat¨® su hermano Robert F. Kennedy para el comit¨¦ del Senado que investigaba la mafia laboral. En la primera audiencia p¨²blica, en 1957, mientras estaba sent¨¢do detr¨¢s de Bobby esperando al primer testigo, un hombre alto se sent¨® junto a ¨¦l. "Pierre, ¨¦ste es mi hermano Jack", dijo Bobby. Y estrech¨¦ la mano de John Kennedy.
En los siguientes dos a?os y medio fui quedando cada vez m¨¢s impresionado por ¨¦l. De los ochos senadores del comit¨¦ s¨®lo dos parec¨ªan haber estudiado los casos y venir preparados para las audiencias: John Kennedy y Barry Goldwater. De manera que en septiembre de 1959, cuando John Kennedy me llam¨® a su oficina y me dijo: "Pierre, voy a presentarme como candidato a la presidencial y quiero que trabajes en mi campa?a" no lo dud¨¦ ni un momento. "Senador, aqu¨ª tiene a su hombre".
?Qu¨¦ gran contraste entre la campa?a de 1960 y la que hemos vivido estos d¨ªas! El d¨ªa en que Kennedy abri¨® la campa?a en New Hampshire, en enero de 1960, apenas hab¨ªa presentes 20 periodistas. La televisi¨®n no era una fuerza predominante. S¨®lo hab¨ªa que ganar 16 primarias. Y nada de caucuses de lowa, ni de supermartes.
Las elecciones ofrecieron a la naci¨®n la imagen de un pol¨ªtico del noreste que, viajando a trav¨¦s del pa¨ªs durante su campa?a, estaba aprendiendo cosas sobre Am¨¦rica. Kennedy gan¨® tan s¨®lo por un estrecho margen de 100.000 votos, pero el discur so de su toma de posesi¨®n galvaniz¨® a la naci¨®n. Estados Unidos ten¨ªa de repente un l¨ªder joven con una esposa atractiva y dos ni?os, su hija Carolina y su hijo John, nacido justamente tras su elecci¨®n.
Todav¨ªa recuerdo con nostalg¨ªa y admiraci¨®n aquellos d¨ªas en la Casa Blanca. Kennedy era un hombre muy especial. Primero, al contrario que la mayor¨ªa de los presidentes, estaba rodeado por un equipo de hombres y mujeres j¨®venes que desde un primer momento se hab¨ªan comprometido con su ideal de Am¨¦rica. La puerta del presidente nunca estaba cerrada. Cualquiera entre la docena de sus principales colaboradores pod¨ªa verle cuando quisiera. No necesitaban el permiso de ning¨²n jefe de gabinete, el acceso era directo. Segundo, cada uno de estos colaboradores cre¨ªa en los dem¨¢s; jam¨¢s hubo durante aquel per¨ªodo un conflicto interno en la Casa Blanca. Y la prueba es que cuando Kennedy muri¨®, el gabinete de colaboraciones era exactamente el mismo que cuando tom¨® posesi¨®n.
En la Casa Blanca reinaba una atm¨®sfera distendida. El presidente sol¨ªa mantener con sus colaboradores conversaciones triviales antes de entrar en asuntos serios. A menudo se le ve¨ªa vagando por la Casa Blanca con revistas o libros que quer¨ªa leer. Y cuando el d¨ªa tocaba a su fin, al igual que los colaboradores, Kennedy se iba a casa, donde estaba rodeado por su familia y los amigos que con frecuencia invitaba a cenar o a veces a ver alguna pel¨ªcula.
Kennedy siempre crey¨® que deb¨ªa llevar dos vidas. Por un lado estaban sus obligaciones como presidente; por otro, su familia y su vida privada. Ambas estaban claramente diferenciadas. Jackie y ¨¦l sencillamente se amaban y adoraban a sus hijos. Para Jackie la peor desventaja de vivir en la Casa Blanca era el acoso a los ni?os por parte de la Prensa. Ella quer¨ªa que sus hijos jugaran en su jard¨ªn, como hac¨ªan otros ni?os. El problema es que su jard¨ªn era la Pradera Sur de la Casa Blanca.
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Recuerdo de Kennedy
Viene de la p¨¢gina anteriorTodav¨ªa conservo un mont¨®n de las cartas que me enviaba, como secretario de prensa del presidente, quej¨¢ndose amargamente de lo que consideraba mi incapacidad para mantener a la Prensa alejada de los ni?os.
"Cre¨ªa que hab¨ªas llegado a un acuerdo con los fot¨®grafos para que no hagan m¨¢s fotos a los ni?os; jugando en la Casa Blanca. Ya le han hecho a Macaroni (el pony de Caroline) todas las que quer¨ªan. Insisto, no quiero m¨¢s fotos, y si eres firme y te lo propones, puedes acabar con ello. As¨ª que, por favor, hazlo. ?Para qu¨¦ sirve un secretario de prensa? Desde luego que para. ayudar a la Prensa, pero tambi¨¦n para protegernos a nosotros".
El presidente sol¨ªa llegar temprano al Despacho Oval, a menudo acompa?ado por Carolina y John, que pasaban con ¨¦l los ¨²ltimos minutos antes de irse al colegio que Jackie hab¨ªa organizado en la Casa Blanca. Volv¨ªa a ver a los ni?os al mediod¨ªa y antes de que se fueran a la cama.
Kennedy sol¨ªa dejar la oficina a la una de la tarde y dirigirse a la piscina construida para Franklin Roosevelt. Al principio de la legislatura, Joseph Kennedy, padre de J. F. K., encarg¨® un mural del artista franc¨¦s Bernard Lamotte para las paredes de la piscina. La obra era una representaci¨®n de la bah¨ªa de St. Croix, en las Islas V¨ªrgenes, y el sistema de iluminaci¨®n permit¨ªa al presidente nadar rodeado por un escenario que pod¨ªa simular la luz del mediod¨ªa o la de la noche, con el suave parpadeo de las estrellas y la luna.
En cuanto a su trabajo, desde el principio Kennedy tuvo un problema. Lo ajustado de su victoria no le hab¨ªa dado el apoyo nacional que necesitaba, y Kennedy lo comprend¨ªa. Su decisi¨®n de aceptar la operaci¨®n de la bah¨ªa de Cochinos, fruto de la Administraci¨®n anterior, result¨® ser un grave error.
Kennedy no era perfecto. Era un ser humano, no un mito. A pesar de lo elevado de sus prop¨®sitos, no se tomaba a s¨ª mismo demasiado en serio. No se consideraba un gigante pol¨ªtico o intelectual. Comprend¨ªa que era humano, que ten¨ªa que hacer frente a problemas humanos y que cometer¨ªa errores. Y los cometi¨®, pero era un hombre que aprend¨ªa de sus propias equivocaciones, que no las comet¨ªa dos veces.
Lo que hac¨ªa a Kennedy especial era su conciencia de las responsabilidades. Cre¨ªa que su deber era dirigir a Estados Unidos hacia un futuro venturoso. Pongamos un primer ejemplo: cuando en 1957 la Uni¨®n Sovi¨¦tica lanz¨® el Sputnik, el primer sat¨¦lite artificial puesto en ¨®rbita alrededor de la Tierra, Kennedy comprendi¨® que aquello significaba una amenaza directa para Estados Unidos. Por ello puso en marcha un vasto programa espacial cuyo objetivo era que los norteamericanos pisaran la Luna a finales de la d¨¦cada de los sesenta. En 1969 dicho objetivo fue alcanzado. Desgraciadamente, ¨¦l ya no estaba all¨ª para verlo.
Sus relaciones con la Uni¨®n Sovi¨¦tica constituyen otro ejemplo fascinante de su sentido de la responsabilidad hacia el futuro. Tras la dif¨ªcil cumbre dejunio de 1961 en Viena con el presidente sovi¨¦tico, Nikita Jruschov, los dos comenzaron a mantener una extraordinaria correspondencia privada. La primera carta de Jruschov me fue entregada en el hotel Carlyle de Nueva York en septiembre de 1961, y el intercambio continu¨® hasta la muerte de Kennedy. Probablemente en alg¨²n momento tras el 25? aniversario de su muerte, en noviembre, se har¨¢ p¨²blica esta correspondencia.
Dada la circunstancia de que he le¨ªdo la mayor¨ªa de ellas, puedo asegurar que constituir¨¢n una sorprendente revelaci¨®n del perfil de dos l¨ªderes mundiales de poderes enfrentados buscando a tientas el entendimiento. Y de hecho esa b¨²squeda estaba empezando a dar sus resultados poco antes del 22 de noviembre de 1963. El discurso de Kennedy a la Universidad americana en junio del mismo a?o -"pondremos todo de nuestra parte", dijo, "para la construcci¨®n de un mundo en paz en el que los d¨¦biles est¨¦n a salvo y los fuertes sean justos"- marc¨® el principio del fin de la guerra fr¨ªa. Teniendo en cuenta que esto suced¨ªa s¨®lo siete meses despu¨¦s de la crisis de los misiles cubanos, la confrontaci¨®n m¨¢s peligrosa entre Estados Unidos y la Uni¨®n Sovi¨¦tica despu¨¦s de la II Guerra Mundial, el hecho parece demostrar que este di¨¢logo privado estaba produciendo sus frutos. S¨®lo dos meses despu¨¦s, Estados Unidos y la Uni¨®n Sovi¨¦tica firmaban el acuerdo de prohibici¨®n de pruebas nucleares. La muerte de Kennedy interrumpi¨® los avances en las relaciones entre las dos potencias, que no fueron retomadas seriamente hasta que Richard Nixon asumi¨® la presidencia.
Hab¨ªa problemas en Vietnam y en Oriente Pr¨®ximo. Se hizo un gran esfuerzo para ayudar a las zonas empobrecidas de Suram¨¦rica. Hab¨ªa complicados problemas de defensa en Europa... Kennedy estaba intentando hacerles frente.
?Qu¨¦ hubiera ocurrido si siguiera vivo? Uno no puede tomar decisiones presidenciales por un hombre que ha muerto. Pero tengo la certeza de que las relaciones EE UU-URSS hubiesen seguido mejorando en un momento en el que este hecho hubiera tenido una importancia vital. Creo que hubi¨¦semos acabado normalizando nuestras relaciones con Cuba y apartando a la naci¨®n caribe?a de la f¨¦rrea tenaza de Mosc¨². Y precisamente porque Kennedy estaba decididamente en contra de que Estados Unidos se convirtiera en la principal fuerza militar en Vietnam, dudo que hubiese enviado all¨ª a 500.000 norteamericanos.
La ¨²ltima vez que vi a John Kennedy fue el 19 de noviembre de 1963. Yo sal¨ªa hacia Tokio con otros seis miembros del gabinete para asistir a una conferencia econ¨®mica. Aquella ma?ana hab¨ªa recibido una carta de una mujer de Dallas que me ped¨ªa que convenciera al presidente para que cancelara su visita. "Algo me dice que es peligroso", escrib¨ªa. Le mencion¨¦ la carta a Kennedy. Sonri¨® brevemente. "?Sabes?", dijo, "cualquiera puede matar a un presidente si a ¨¦l no le importa perder la vida". Nos estrechamos la mano y part¨ª.
Tres d¨ªas despu¨¦s, tras una reuni¨®n en Hawai con generales norteamericanos para discutir la cuesti¨®n de Vietnam, despegamos de Honolul¨² con rumbo a Tokio. A las dos horas y media fui llamado a la cabina, donde se encontraban el secretario de Estado, Dean Rusk, y los otros cinco miembros del Gabinete sentados alrededor de una mesa con expresiones sombr¨ªas.
"Han matado a Kennedy en Dallas", dijo Rusk. "Establezca comunicaci¨®n con la Casa Blanca". En pocos segundos estaba en contacto con Washington. La confusi¨®n era total y nadie sab¨ªa lo que estaba ocurriendo. Rusk orden¨® dar media vuelta y volver a Honolul¨².
Los minutos pasaron angustiosamente hasta que o¨ª una voz: "Wayside (mi nombre en clave), permanezca a la escucha". Cada 30 segundos se repet¨ªa el mismo mensaje. Y entonces o¨ª las palabras fatales: "Wayside, (L)ancer ha muerto".
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