Paro sindical, paro juvenil
Es el mundo al rev¨¦s, como si la vida fuese un absurdo sin sentido, so?ado a trav¨¦s de un espejo deformado: los sindicatos de clase declaran la huelga general para oponerse a la lucha contra el paro juvenil, la derecha thatcherista se solidariza con el poder sindical para reforzarlo y el Gobierno socialista dise?a una pol¨ªtica multiplicadora de los beneficios de los empresarios. ?A qu¨¦ se est¨¢ jugando? De poco sirve concluir que estamos en un pa¨ªs de locos: hay que desnudar su locura para que pueda exhibir su m¨¦todo. Se trata del desencadenamiento multiplicador de las distintas contradicciones que rec¨ªprocamente se alimentan de sus respectivas tensiones acumuladas: simplificando mucho, he aqu¨ª las cuatro que parecen m¨¢s b¨¢sicas.La primera contradicci¨®n se da entre las rentas del capital y las rentas del trabajo. Desde hace alg¨²n tiempo se ha restaurado y multiplicado la tasa de ganancia -el excedente empresarial o beneficios de los propietarios- En consecuencia, los asalariados reclaman su parte como reivindicaci¨®n salarial, neg¨¢ndose con todo derecho a ser menos que los empresarios. Parece as¨ª necesario, en justicia, que al incremento de los beneficios haya de seguirle un incremento equivalente de los salarios. Y que, por tanto, si se predica la moderaci¨®n salarial, s¨®lo parezca justa si se acompa?a de una paralela moderaci¨®n de los beneficios.
Pero las cosas no son tan sencillas, pues la relaci¨®n entre ambas partes no es de paralelismo ni equivalencia, sino de complementariedad y contraposici¨®n. Y, dada la existencia de un inadmisible nivel de desempleo, aparece flagrante la gran contradicci¨®n: si bien s¨®lo el incremento del beneficio empresarial puede crear empleo -si se canaliza hacia el ahorro, la inversi¨®n productiva y la formaci¨®n bruta de capital-, el incremento de los salarios unitarios, por el contrario, amenaza con impedir la creaci¨®n de empleo -que s¨®lo resultar¨¢ posible si el incremento de la masa salarial total se destina ¨ªntegramente a multiplicar el n¨²mero de empleos, en vez de agotarse en la elevac¨ª¨®n de los salarios- Luegro, si el objetivo principal ha de ser la creaci¨®n de empleo -como parece obvio-, el m¨¦todo apropiado ser¨¢, parad¨®jicamente, no la subida de los salarios, sino el crecimiento de los beneficios destinados a la inversi¨®n. Pues si bien la moderaci¨®n salarial favorece la creaci¨®n de empleo, con la moderaci¨®n de los beneficios ocurre lo contrario: de producirse resulta amenazada la inversi¨®n creadora de empleo.
Por otra parte, en esta contradicci¨®n que opone salarios y beneficios, la. responsabilidad ¨¦tica esperabile de cada parte resulta muy distinta: se puede apelar a la solidaridad de clase de los sindicatos con los j¨®venes parados -son sus propios hijos, al fin y al cabo-; pero a los empresarios mal se les puede reclamar su solidaridad con los desempleados -que no son sus hijos, en ¨²ltimo caso-: el capital es desalmado, moralmente cie o y necesariamente insolidario -como escribe Anisi-, s¨®lo comer¨¢ en nuestra mano como una bestia domesticada si se le ofrecen los incentivos necesarios, pues caso contrario, si su domesticaci¨®n no responde a su propio inter¨¦s, dejar¨¢ de comer en nuestra mano para intentar devorarnos enteros de un solo bocado.
Aparece as¨ª la segunda contradicci¨®n: la que contrapone los intereses de los adultos empleados con los intereses de los j¨®venes desempleados. En t¨¦rminos objetivos, lo que a unos favorece a los otros perjudica -y viceversa- Por ejemplo, el nivel salarial.
A los trabajadores adultos, que ya disponen de empleo, les interesa que tanto el salario m¨ªnimo como el salario medio sean lo m¨¢s elevados que resulte posible sin amenazar provocar la p¨¦rdida de sus empleos. En cambio, a los trabajadores j¨®venes, que todav¨ªa no disponen de empleo, les interesa que tanto el salario m¨ªnimo como el salario medio desciendan en t¨¦rminos relativos lo suficiente como para abaratar y facilitar su ingreso en el empleo. En consecuencia, el nivel salarial es una aut¨¦ntica barrera que guarda el cerrado acceso al mercado de trabajo, al que los j¨®venes s¨®lo pueden acceder tras largas colas de espera.
Por ello, inexorablemente, aparece un conflicto de intereses entre quienes se hallan situados a un lado u otro de la barrera salarial que cierra el acceso al trabajo: de una parte, los varones adultos ya empleados, colectivamente representados por los sindicatos; y frente a ellos, por la otra parte, el resto de potenciales trabajadores excluidos del empleo: sus j¨®venes hijos desempleados, sus mujeres forzosamente dedicadas a sus labores y sus potenciales sustitutos inmigrantes o ¨¦tnicamente minoritarios.
En tercer lugar aparece la contradicci¨®n intersindical: aquella que contrapone la solidaridad de clase frente a la lucha electoral entre unos y otros sindicatos. Los asalariados deben tanto cooperar solidariamente entre s¨ª -para mejor defender sus intereses comunes- como competir y rivalizar los unos frente a los otros -con arreglo a la l¨®gica capitalista del mercado de trabajo- Esta paradoja tiene su reflejo en la lucha sindical, escindida entre la permanente nostalgia de la unidad sindical y la cotidiana lucha electoralista entre unos y otros sindicatos. Creo que es aqu¨ª donde debe situarse el ya famoso "corrimiento hacia el rojo" de la UGT, forzado por la estrategia electoralista derivada del sofocado fracaso de las ¨²ltimas elecciones sindicales. Por si fuera poco, dada la escasa representatividad e ¨ªnfima afiliaci¨®n de las vigentes centrales sindicales, su pugna electoral s¨®lo puede producir una exacerbaci¨®n de las dimensiones m¨¢s crudamente reivindicativas -en detrimento de la necesaria solidaridad de clase con parados, pensionistas y j¨®venes-. As¨ª se explica que, m¨¢s all¨¢ de las ret¨®ricas protestas autojustificatorias que demandan un "giro social" y mayores subsidios asistenciales, la pr¨¢ctica real de los sindicatos consista en competir por ver qui¨¦n reivindica mayores subidas de salarios y sueldos -forzados por su poca afiliaci¨®n a tratar de comprar los m¨¢s bajos instintos corporativos y gremiales de trabajadores y empleados.
Pero la contradicci¨®n determinante en ¨²ltima instancia es la que opone, parad¨®jicamente, al Gobierno socialista con la base social de la que emerge, parcialmente representada por los sindicatos de clase. Es cierto que el Gobierno ha fracasado estrepitosamente en "saber vender" ante la opini¨®n p¨²blica -conformada por y para los varones adultos que disponen de empleo- su pol¨ªtica econ¨®mica. Por ejemplo, ha solido alegarse una falacia: que el Gobierno deba anteponer unos hipot¨¦ticos y presuntos intereses generales a los reales y concretos intereses de sus votantes. Y esto es falso. Si el Gobierno debe procurar la moderaci¨®n salarial no es para mejor defender los celestiales intereses generales, sino para mejor defender los intereses terrenales de sus bases sociales. Al electorado del PSOE -trabajadores y empleados mayoritariamente- le interesa, a corto plazo, todo cuanto incremente sus ingresos familiares: por ejemplo, unas buenas e inmediatas subidas salariales. Pero, a largo plazo, le interesa garantizar la seguridad del futuro de todos los miembros de sus familias: hijos desempleados, mujeres desocupadas, etc¨¦tera. Pues bien, los intereses a corto plazo de las clases trabajadoras son contradictorios con sus intereses a largo plazo: la moderaci¨®n salarial actual es imprescindible para asegurar el futuro de la juventud trabajadora. Esto es lo que hubiera debido vender el Gobierno -y que no ha sabido hacer-: explicar c¨®mo su pol¨ªtica econ¨®mica defiende no unos abstractos y falaces intereses generales, sino los concretos y reales intereses materiales de las clases trabajadoras -por m¨¢s que, para asegurarlos a largo plazo, deban ser relativamente sacrificados en la actualidad-. ?sta es la contradicci¨®n principal, por parad¨®jica que parezca.
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