Alarma ante el 92
?Qu¨¦ va a suceder despu¨¦s de 1992? En principio, sencillamente, que vendr¨¢ 1993. Algo que aunque pudiera parecer una perogrullada, no lo es. Seguramente convendr¨ªa partir de la premisa de que en 1992 no se va a acabar el mundo y de que las perspectivas de nuestro pa¨ªs deben prolongarse m¨¢s all¨¢ de esa fecha m¨ªtica, reflexiona el presidente de los aparejadores madrile?os y autor de este art¨ªculo.
Algunos acontecimientos, sin embargo, apuntan en otra direcci¨®n. La coincidencia del V Centenario del Descubrimiento de Am¨¦rica, los Juegos de Barcelona y, al mismo tiempo, el hecho de que Madrid haya sido declarada Capital Europea de la Cultura parece haber convertido a los responsables de las distintas administraciones a una extra?a religi¨®n o desconocido deporte (como se prefiera), de forma que unos y otros se han lanzado a una alocada carrera en pos de hacer, decidir, planificar y, sobre todo, construir cara al 92.Todo esto est¨¢ muy bien, pero ?nos hemos parado a pensar c¨®mo hacer, decidir, planificar y, sobre todo, construir? ?ste es, sin duda, un momento hist¨®rico por las ingentes inversiones destinadas a tan magnos acontecimientos, y los hechos, decisiones, planificaciones y, sobre todo, proyectos y construcciones, deber¨ªan sobrevivir con las suficientes garant¨ªas, de modo que 1992 no se convierta en el futuro en un amargo recuerdo.
C¨®mo estamos actuando deja, hoy por hoy, mucho que desear. Por ce?irnos al caso de la edificaci¨®n, tanto los plazos con que se est¨¢ actuando para los grandes proyectos de edificios p¨²blicos como las presunciones de que se dispone de una mano de obra abundante y especializada merecen un juicio m¨¢s bien severo. Al mismo tiempo se parte de una situaci¨®n de oferta entre las empresas constructoras e industrias auxiliares de la construcci¨®n que no se corresponde con la realidad del momento presente.
Las grandes exposiciones (Bruselas, Par¨ªs, Barcelona) y los Juegos Ol¨ªmpicos de la era moderna han configurado el perfil de las ciudades que los acogieron. Hacer bien las cosas supone, por ello, no s¨®lo superar con ¨¦xito el desaf¨ªo del momento, sino legar a generaciones futuras un patrimonio urban¨ªstico y arquitect¨®nico.
Pues bien, la edificaci¨®n cara al 92 padece una serie de defectos que deben ser conocidos y denunciados intentando que algo se remedie en lo que a¨²n a tiempo se llegue. Nos hallamos sumidos en una desenfrenada carrera de concursos, licitaciones, proyectos y tr¨¢mites burocr¨¢ticos. Veamos un ejemplo que se repite con excesiva frecuencia: desde la aireaci¨®n de la idea por algunos responsables hasta la disponibilidad del proyecto de ejecuci¨®n transcurre m¨¢s tiempo del que despu¨¦s se concede a la empresa para construirlo. Es decir, se percibe la sensaci¨®n de que para las distintas Administraciones p¨²blicas lo importante es s¨®lo promover, dar publicidad y hacer p¨²blico, adjudicar, construir y, sobre todo, inaugurar. Todo ello con absoluta independencia de si lo construido re¨²ne o no los niveles de calidad exigibles hoy.
La obra mal hecha
Construir bien requiere tiempo, y trabajar a u?a de caballo produce -con perd¨®n- chapuzas. Podr¨ªa decirse que el t¨¦rmino empleado es duro, y no querr¨ªa el papel de aguafiestas en medio de tan fren¨¦tico entusiasmo, pero es que objetivamente no se puede consumir el poco tiempo ¨²til en laber¨ªnticos tr¨¢mites burocr¨¢ticos, verdadero calvario para los proyectistas, los t¨¦cnicos directores de las obras y las empresas licitadoras, acostumbradas adem¨¢s por la crisis y las peculiaridades de un sector pendiente de actualizaci¨®n legislativa a licitar a la baja y a ofrecer apurados plazos de ejecuci¨®n, para mayor gloria de los oportunistas de turno, a fin de terminar obras que deber¨ªan estar llamadas a perdurar durante muchos decenios. Esta lucha final contra el tiempo puede ser suicida, adem¨¢s de probablemente condenada al fracaso. La construcci¨®n bien hecha requiere un tiempo que hoy se le niega. Las masivas adjudicaciones est¨¢n adem¨¢s enrareciendo un mercado de trabajo que a partir de 1993 puede acabar pagando muy caras estas frivolidades.
Si no se pone inmediatamente coto a la irracionalidad, restringiendo al m¨¢ximo la tramitaci¨®n administrativa y ampliando tambi¨¦n al m¨¢ximo el tiempo ¨²til de proyectar y construir como mandan los c¨¢nones, mucho me temo que los profesionales tendremos mucho trabajo despu¨¦s de 1992. Concretamente, en obras de rehabilitaci¨®n de lo construido para tan hist¨®rica ocasi¨®n.
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