Las nuevas ramas de tu muerte
No lo puedo afirmar, amor. Yo no lo s¨¦. Yo no s¨¦ nada. S¨®lo puedo decir que fue esta noche tu primera bajo la tierra, mejor, en un nicho sobre la tierra de un blanqu¨ªsimo cementerio de Majadahonda, la ciudad casi serrana de las afueras madrile?as, en donde t¨², ya completamente perdida, ausente, en la cl¨ªnica Ballesol, pasaste los seis ¨²ltimos a?os de tu vida.Pero ya no s¨¦, ni podr¨¦ saber nunca, si has desaparecido, si est¨¢s hoy aqu¨ª hablando sola con nosotros, en este d¨ªa de huelga general en toda Espa?a. Moriste un martes 13, y te acaban de enterrar un mi¨¦rcoles 14, aqu¨ª, lejos de Madrid, rodeada de unos 20 amigos, que han podido llegar para acompa?arte, entre los que se encuentran Marcos Ana, Juan Antonio Bardem, Julio Anguita, Sim¨®n S¨¢nchez Montero, Cristina Almeida, Fanny Rubio, Elena Jaramillo, Ignacio y Elo¨ªsa Molina, mi sobrina Teresa, Mariano Dorta, el actor Iriarte, Aida Mart¨¦n, Teresa y Benjam¨ªn Prado, Mar¨ªa Asunci¨®n Mateo, Jaime Mart¨ª, Luisa Garc¨ªa Ferrer y el padre Jos¨¦ Mar¨ªa D¨ªez Alegr¨ªa, que pronunci¨® unas fervorosas palabras de despedida. Todos nos vamos del cementerio, menos yo, que me voy, pero sin irme, y que sin verte he comenzado a hablar contigo, con bastante claridad, pero con desorden, sonriendo, riendo, ya que empiezas a escribir, que cantas, que penas entre los ¨¢rboles, entre el fr¨ªo claro del oto?o, pisando las hojas carmines y doradas. Empiezas de nuevo a revivir. Me dices que vas a comenzar una nueva novela, a asistir por la tarde a la televisi¨®n, all¨¢, en Buenos Aires, a volver por las playas frente a Nules. All¨ª te esperan las Guerrillas del Teatro. Edmundo Barbero y Santiago Onta?¨®n nos acompa?an. Viene esta tarde con nosotros Gerda Taro, la bell¨ªsima y genial fot¨®grafa h¨²ngara. La acaba de matar un tanque en Brunete. Fuimos los dos a buscarla a El Escorial, en donde la hallamos abandonada, como una desconocida, sobre una tabla en la enfermer¨ªa de un hospital. ?Oh terribles y bellos a?os, en los que t¨², con tu pistola al cinto, estabas m¨¢s relumbrante que nunca! ?Ad¨®nde vamos ahora? Parece que se marchan las Brigadas Internacionales, que t¨² las despedir¨¢s representando el papel de Espa?a en mi Cantata de los h¨¦roes en un teatro de Valencia.
Afirman tantos que despu¨¦s de la muerte no hay absolutamente nada. Mas yo creo que no, compruebo que no es eso verdad, pues estoy hablando contigo, y puedo cambiarte la edad y a la vez hacer que tu melena se vuelva rubia, de dorados centelleantes, volviendo a la penumbra de aquel palco, o a aquellas playas de los 20 a?os, o a los balcones nocturnos de las islas, o a los dulces crep¨²sculos madrile?os con las plomizas torres de El Escorial al fondo. Siento estar renaciendo las nuevas ramas de La arboleda perdida, las ramas de tu muerte de hoy, que me llevar¨¢n a un tercer volumen de memorias. Yo ahora voy a cumplir los a?os al rev¨¦s. Acabo de alcanzar, a los pocos d¨ªas de despu¨¦s de tu muerte, 86 a?os, pues el a?o que viene cumplir¨¦ 85, y al siguiente, 84, hasta llegar, bajando, a los 23, a?os en que yo casi abandonaba la pintura y comenzaba a escribir Marinero en tierra. As¨ª ir¨¦ encontrando episodios de la memoria, de los que nunca he hablado. Ven t¨² ahora, cuando yo me cre¨ª que me ibas a enga?ar, y era lo cierto que era yo quien pensaba enga?arte a ti. ?Cu¨¢ntas cosas que no nos hemos contado! "Esta ma?ana, amor, tenemos 20 a?os". Y no me refiero ahora a aquel momento en que de verdad los ten¨ªamos. Me refiero a hoy, a hoy mismo, cuando acabas de aparecer de la tierra reciente, ahora que tienes 85, pero que no los tienes y acabas de regresar a aquellos verdaderos de las playas gaditanas, aquellas de Sobre los ¨¢ngeles o casi de los marineros colegiales.
Hace m¨¢s de seis anos que dejaste de hablar, en los que pronto inclinaste la cabeza, casi cerraste los ojos y apenas m¨ªnimos murmullos dejabas escapar por tus labios. ?Por d¨®nde anduviste? ?Qu¨¦ selva de ¨¢rboles, flexibles, con hojas y ramas como de nubes, crearon tu vivienda? Yo no pod¨ªa seguirte. Mis manos no llegaban a tocarte. Pero ahora s¨ª, aunque seas impalpable, y esta noche quiz¨¢ desaparezcas para siempre. No s¨¦. Estoy seguro de que eso no suceder¨¢. Porque yo no duermo, no suelo dormir casi nunca, y tendr¨¢s que reaparecer muchaa veces: entera o fragmentada. Es lo mismo, chorreada como el eco de un r¨ªo o restos de penumbras impalpables, qui¨¦n sabe si all¨¢ por Talavera o por Daimiel, cuando descubr¨ªamos aquellos dos cuadros de El Greco, que Christian Zervos catalog¨® entre los 13 del pintor de Toledo hallados en la guerra -?oh maravilla!- en el momento que aquel extra?o tipo lleg¨® para incautarse de la Alianza de Intelectuales en nombre de la "contraguerra", y t¨², con tus manos muy blancas, lo acorralaste a bofetadas. ?Qu¨¦ bien lo recuerdo! ?Ah! No quisimos llevarte misma bandera roja, aunque esa fue siempre tu bandera, y reposas bajo un trozo ideal de ella sobre tu cuerpo. Vamos. Pocos se acordaron de ti hasta ahora: s¨®lo la conmovida Teresa S¨¢nchea, la Alberti de segundo apellido, se estremeci¨® por ti hasta el ¨²ltimo instante. Debimos haber, de todos modos, cantado algo, alguna cancioncilla de la guerra, aunque divertida, como aquella que comenzaba: "En un chozo de la sierra / est¨¢ el batall¨®n alpino, / donde a la hora de comer / todos se tocan el pito". ?Cu¨¢nto te gustaba! Y la cantaron s¨®lo para ti aquel d¨ªa sobre El Escorial. No me gustan los discursos solemnes, y menos cuando, despu¨¦s de muerto, no puede uno protestar.
Esperemos que se vaya todo el mundo. Dejaremos vac¨ªa esa caja, ese nicho en el que por ahora est¨¢s, y correremos hacia el teatro de la Zarzuela, aquel que t¨² dirig¨ªas durante la guerra. Esta noche se va a estrenar Numancia, de Cervantes, adaptada por m¨ª para la defensa de Madrid. Tuvimos mucho ¨¦xito. Los decorados de Santiago Onta?¨®n fueron soberbios, con aquella muralla que se alzaba de pronto para separar el campo romano del numantino. Luego saltaremos a Buenos Aires, al r¨ªo de la Plata, a las riberas del alto Panam¨¢, en donde, entre las altas iguanas y los loros, pasaremos el verano, junto a aquellos gauchos de origen irland¨¦s, de bellos ojos celestes, desde donde veremos pasar hacia Rosario los grandes transatl¨¢nticos italianos, y sobre el T¨¦vere romano, volar las gaviotas venidas de las playas cercanas a Fiumicino, en donde alternan con el vuelo de los aviones.
Contigo voy a comenzar ahora la tercera parte de mi Arboleda perdida, en donde ir¨¢n tantas p¨¢ginas que faltan, tanto aire respirado juntos, tantos bellos y oscuros secretos nunca revelados. Y aparecer¨¢n los poemas que no se hicieron, los m¨¢s bellos del comienzo, los m¨¢s secretos, los m¨¢s bellos retornos de los bosques nocturnos. "Son los bosques, los bosques que regresan, aquellos / donde el amor volcado se pinchaba en las zarzas / y era como un arroyo feliz, encandecido / de peque?as estrellas de dulc¨ªsima sangre. / Los bosques de la noche, con el amor callado, / sintiendo solamente el latir de las hojas, / el profundo com ¨¢s de los pechos hundidos / y el temblor de la tierra y el cielo en las espaldas. / ?Qu¨¦ consuelo sin nombre no perder la memoria, / tener llenos los ojos de los tiempos pasados, / de las noches aquellas en que el amor ard¨ªa como el ¨²nico dios que habitaba los bosques!". Van a cerrar el cementerio. Ya es de noche. Salgamos.
Copyright Rafael Alberti.
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