Juan Goytisolo y el honor de la novela
En un oportuno e inteligente art¨ªculo publicado en EL PA?S este verano, Jos¨¦ Mar¨ªa Guelbenzu hac¨ªa la disecci¨®n de la desmayada moda de la literatura "ligera" o "divertida". La creaci¨®n literaria es elitista, recordaba entonces Guelbenzu; es el acceso a ella lo que debe ser democr¨¢tico, y "eso s¨®lo se consigue ( ... ) por medio de una educaci¨®n para todos que permita erradicar la ignorancia". Cuando esto ocurre, Sterne, Stendhal o Juan Goytisolo se vuelven accesibles.Guelbenzu nos recuerda tambi¨¦n que la democracia no es un acto de holgazaner¨ªa, mediocridad o ignorancia, sino precisamente un esfuerzo de educaci¨®n y lucidez exigente y parejo, en cierto modo, a la creaci¨®n literaria misma. Identificar literatura con ligereza y diversi¨®n en nombre de la accesibilidad popular es hacerle un flaco servicio a la creaci¨®n y a la democracia. A la larga, da?ar a aqu¨¦lla es socavar a ¨¦sta.
Superman y Don Quixote
A veces en la Am¨¦rica espa?ola se aduce que obras como Paradiso, de Lezama Lima, o Rayuela, de Julio Cort¨¢zar, no pueden ser recibidas por un p¨²blico iletrado o semialfabetizado. Mi respuesta siempre ha sido: ?qu¨¦ van a leer nuestros analfabetos cuando dejen de serlo? ?Superman o Don Quixote? La esperanza de un Lezama o de un Cort¨¢zar en Hispanoam¨¦rica es la de un Guelbenzu en Espa?a. "Las novelas tienen que ser divertidas", dictamina la moda. Y Guelbenzu se pregunta: "?No ser¨¢ al rev¨¦s? ?No ser¨¢ que es el lector el que tiene que aprender a divertirse?".
En el centro de esta querella est¨¢n, pues, el lector y dos maneras de invitarlo a que participe de la obra literaria. Una es la del best seller, que parte del supuesto de un lector identificable, cuyos gustos, juicios y prejuicios son conocidos de antemano por el autor, quien confecciona, seg¨²n esta receta, un platillo comercial. El lector no lee: consume, se divierte quiz¨¢, pero la obra pasa por sus intestinos y sale por lo que Juan Goytisolo llama "el despe?adero del recto".
Otras obras buscan al lector inexistente a¨²n, al lector por hacer y por descubrir en la lectura misma. Cuando este lector y la obra se encuentran nace la novela potencial. Su residencia permanente es la cabeza y el coraz¨®n, compartidos, de Sterne y su lector, de Stendhal, Kafka, Joyce y los suyos. El lector y la obra se crean entre s¨ª.
Cort¨¢zar hac¨ªa una distinci¨®n, quiz¨¢ demasiado sexista para este fin de siglo, entre Lector Macho (activo) y Lector Hembra (pasivo). Yo prefiero distinguir al Lector Costilla (macho y hembra), que debe masticar la carne 20 veces antes de deglutirla, del Lector Gerber (ni?o y ni?a), que, desdentado, se traga una papilla blanda, informe, premasticada.
La apolog¨ªa del Lector Gerber adopta muchas formas, chupa muchos biberones y se pone muchos baberos. Si su nivel m¨¢s bajo es precisamente la exigencia fr¨ªvola de la literatura diver o light, el m¨¢s mediocre es el del realismo que pide la sujeci¨®n de la imaginaci¨®n verbal a la estad¨ªstica sociol¨®gica, a la verosimilitud psicol¨®gica y a la historia concebida como hecho registrable, pero nunca como imaginaci¨®n del tiempo, presente, pasado o futuro.
La mediocridad de esta demanda se relaciona en M¨¦xico y en la Am¨¦rica espa?ola con cierta nostalgia de la clase media identificable, pr¨®spera y democr¨¢tica, que no tuvimos durante el apogeo del realismo el siglo pasado. La anacron¨ªa cr¨ªtica del realismo y el psicologismo, revestidos de una pretensi¨®n de objetividad hist¨®rica, equivale a la nostalgia actual de la clase media, mediadora y, por estar en el medio, virtuosa y orgullosamente mediocre. ?ste ser¨ªa, seg¨²n la anacron¨ªa realista, el dato revelador de nuestra universalidad, pues es en la mediocracia mediadora donde demostramos que no somos distintos, somos iguales, digamos, a los franceses y a los brit¨¢nicos. Consumirnos, en resumidas cuentas, lo mismo que ellos, los otros que, mediada y mediocremente, se vuelven as¨ª nosotros.
Pero el hecho es que nuestra universalidad, como dato concreto de nuestra humanidad, no se reconoce en esta mediaci¨®n de la mediocridad. La gran literatura hispanoamericana lo es de trancos enormes, s¨ªntesis supremas, violaciones del realismo y sus c¨®digos a trav¨¦s de la hip¨¦rbole, el delirio y el sue?o. Es la creaci¨®n de otra historia, de una segunda historia que ciega y disminuye a los historiadores de archivo. La segunda historia se manifiesta a trav¨¦s de la escritura individual, pero se propone como la memoria y el proyecto (es decir, como la realidad verdadera) de una colectividad, por definici¨®n, da?ada. A la luz de la redenci¨®n, escribi¨® Adorno, el mundo aparece, inevitablemente, deformado.
Esta realidad, que es una irrealidad a los ojos del verismo naturalista y el historicismo de calendario, es la que en Hispanoam¨¦rica nos permite unirnos a una universalidad que no es sino la suma de antiguas excentricidades s¨²bitamente reveladas como hechos centrales de la cultura moderna. Este desplazamiento nos traslada a las Indias occidentales de Derek Walcott y V. S. Naipaul, a las Indias orientales de Salman Rushdie, al Cercano Oeste de Joan Didion y Norman Mailer, a la excentricidad insular de Julian Barnes y Peter Ackroyd en Inglaterra, al lejano Sur de Nadine Gordimer en ?frica y al exilio centroeuropeo de Milan Kundera. Todo esto es el territorio de la novela potencial.
El realismo, en cambio, nos condenar¨ªa a ser anacr¨®nicos en nombre de la "verdad" entrecomillada por su incapacidad de hacer de lo no-contempor¨¢neo, contempor¨¢neo. ?ste es el signo del arte: hacer del pasado, presente. Lo niega la noci¨®n de la historia concebida como hecho estad¨ªstico, registrable, y no como evento continuo, imaginable. El ancla de esta anacron¨ªa suele ser el chovinismo, ejercitado como exclusi¨®n fascistoide de quienes no merecen, por su falta de realismo, ser mexicanos, espa?oles o sovi¨¦ticos.
C¨®digos
La defensa m¨¢s literaria del Lector Gerber es la que exige un cierto c¨®digo de recepci¨®n para la obra, basado en la linealidad narrativa, con un principio y un fin l¨®gicos; personajes psicol¨®gicamente redondeados y apego a la verosimilitud hist¨®rica y social. Este realismo decimon¨®nico dio sus frutos -Tolstoi, el m¨¢ximo-, pero es una excepci¨®n estrecha a la literatura que viola ese mismo c¨®digo, de Rabelais, Cervantes, Sterne y Diderot, a Joyce, Faulkner, Virginia Woolf y Broch, sin excluir a autores realistas que, como Balzac, poseen una dimensi¨®n totalmente fant¨¢stica, o que, como Flaubert, son menos interesantes por su verismo psicol¨®gico que por su escritura.
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