Luto y yenes en el d¨ªa X
R. V. ,Los documentos confidenciales preparados por el Gobierno para el d¨ªa de la muerte de Hirohito preve¨ªan dos d¨ªas de luto casi total para los japoneses en el calificado como d¨ªa X. Sin embargo, la jornada de ayer, al menos en Tokio, dist¨® mucho de quedar paralizada por el luto. Aunque era visible el sentimiento de dolor por la p¨¦rdida de Hirohito, sobre todo entre los centenares de personas que iban a rezar y a llorar ante el palacio imperial, para la gran mayor¨ªa fue una jornada de luto y yenes.
Los principales signos del luto -las ropas y el semblante de los presentadores de todas las cadenas de televisi¨®n; los crespones negros en las banderas, izadas a media asta; la m¨²sica cl¨¢sica que inunda las radioemisoras no bastaron para inducir el cierre de muchos peque?os comercios y, especialmente, de los grandes almacenes, que abrieron sus puertas como de costumbre. Las filas de dependientes que esperaban a los compradores inclinaban, eso s¨ª, respetuosamente el torso al dar la bienvenida a los clientes que no parec¨ªan dispuestos a sacrificar la jornada del s¨¢bado para cumplir uno de los ritos favoritos de los nuevos ricos japoneses: consumir.
Un minuto de silencio
En las f¨¢bricas, bancos y otros comercios se trabaj¨® como cualquier otro d¨ªa -excepto en la escasa proporci¨®n de empresas que empiezan a aplicar la semana de cinco d¨ªas-, y tan s¨®lo se guard¨® un minuto de silencio en memor¨ªa del emperador. En el din¨¢mico mercado financiero de Jap¨®n, s¨®lo cerraron las bolsas de valores, que volver¨¢n a abrir, como de costumbre, ma?ana.
Los centros comerciales t¨ªpicos, como Shibuya, Shinjuku, Harajuku o Ginza, estaban animados como de costumbre, aunque la vida fue apag¨¢ndose al caer la noche, sobre todo en los ambientes de diversi¨®n. El luto entonces fue visible en medio de la oscuridad casi total de unas calles y avenidas generalmente bien iluminadas por faroles e inundadas de neones multicolores.
El principal foco de demostraciones de dolor fue la explanada del palacio informal, que se fue llenando de japoneses consternados que se agrupaban en medio de un viento glacial y hac¨ªan fila para inscribir sus firmas en un libro especial de condolencias. El palacio imperial fue convertido, en tres horas, en una verdadera fortaleza custodiada por 15.000 polic¨ªas.
Los 50.000 integrantes del personal militar norteamericano estacionado en Jap¨®n recibieron recomendaciones para que evitaran el uso de indumentaria militar fuera de las bases y que tuvieran cuidado con sus comentarios sobre el emperador debido a que pod¨ªan causar irritaci¨®n u ofensa entre la poblaci¨®n, especialmente, en zonas alejadas de la capital.
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