La generaci¨®n del fracaso
El generalizado comentario de la conciencia medial reza: fue la expresi¨®n del rechazo general de la pol¨ªtica del Partido Socialista Obrero, de sus formas de gesti¨®n, de su modo de ser y de representarse en las im¨¢genes mediales, y tambi¨¦n de la situaci¨®n de desigualdad econ¨®mica, de inseguridad frente al futuro y de violencia que vive el pa¨ªs. El paro absoluto que la sociedad espa?ola cumpli¨® en diciembre de 1988 tuvo un tenor ronco de un no. Junto al 23 de febrero, la otra fecha emblem¨¢tica de la transici¨®n espa?ola, el 14-D no comparte solamente la condici¨®n de sigla inform¨¢tica, sino tambi¨¦n la expresi¨®n de un sentimiento de desilusi¨®n y fracaso de la sociedad espa?ola.Uno no pod¨ªa dejar de sorprenderse: en Madrid, el 14 de diciembre, la tarde transparente del cristalino invierno castellano cay¨® con colores sombr¨ªos. En la calle, libre del ritmo, la intensidad y el ruido del tr¨¢nsito, y en los escasos viandantes, libres del trabajo y de los medios de comunicaci¨®n, s¨®lo resplandec¨ªa el silencio. Madrid, tan apasionado por sus fiestas, no se atrevi¨® a salir el ¨²nico d¨ªa de fiesta que no se lo hab¨ªa dado un santo o una ley del Bolet¨ªn Oficial del Estado, sino ella misma, a celebrarlo con alegr¨ªa y violencia o con cualquier otra muestra de amor o dolor. Aquella tarde parec¨ªa la de un Viernes Santo de aquella edad en ?que la sociedad y el Estado espa?oles eran confesionales. En realidad fue un d¨ªa de protesta, pero tambi¨¦n una fiesta definida por la privacidad, la tristeza y un miedo que se ha emblematizado medialmente en fantasmag¨®ricos piquetes que nadie vio, pero que estaba ligado tambi¨¦n a la polic¨ªa y las hordas delincuentes de fundamentalistas del fascismo o de la droga dura, y que no es otro que el temor a la Espa?a negra.
Sin duda, hubo despu¨¦s un d¨ªa de manifestaciones. Pero conformadas por un leitmotiv sindicalista y burocr¨¢tico: el de engrosar sus filas, su disciplina y su poder institucionales, o sea, el final de la fiesta.
Hay motivos en este nuevo desaliento de la sociedad espa?ola -que sigue a la decepci¨®n, nihilismo y pasotismo que culmin¨® con el 23-F- que obedecen a un contexto internacional. La Espa?a del per¨ªodo socialista ha atravesado el per¨ªodo de cinismo, horror y desorientaci¨®n que internacionalmente significan, por ejemplo, la deuda exterior impuesta al Tercer Mundo, las cat¨¢strofes ambientales y la glasnost. Por otra parte, la sociedad espa?ola se ha lanzado a la arena de una competitividad econ¨®mica y tecnol¨®gica para la que no est¨¢ ni cient¨ªfica ni siquiera quiz¨¢ ¨¦ticamente lo suficientemente preparada.
Pero muchos motivos tambi¨¦n de esta desilusionada protesta, que no tiene ni pol¨ªtica ni culturalmente hablando futuro alguno, proced¨ªan precisamente de hondas reminiscencias espa?olas: la indiferencia social, el caciquismo, las formas autoritarias de actuaci¨®n administrativa y representaci¨®n medial, las propias formas sociales de reacci¨®n, al mismo tiempo fijadas a un concepto cat¨®lico de poder y a una ¨¦tica que se dir¨ªa ancestral de la resistencia, el escepticismo y la pasividad m¨¢s o menos trascendentalmente transfigurada, sin descontar los vestigios de largos siglos de crueldad, como la prodigaci¨®n de la tortura, la guerra sucia, el terrorismo y el nuevo bandolerismo urbano ligado a las drogas.
Un ejemplo notorio lo ofrece la adopci¨®n de un sistema tecnocr¨¢tico de valores en la vida pol¨ªtica y social de los ¨²ltimos a?os. No hace apenas m¨¢s que unas d¨¦cadas, el m¨¢s significado escritor espa?ol del siglo, Mliguel de Unamuno, afirmaba que la sociedad espa?ola era fundamentalmente antieuropea, trascendente y m¨ªstica, y pronstic¨®, refiri¨¦ndose a la cultura europea como lo otro, "que inventen ellos" (lo que, por lo dem¨¢s, puede decirse que fue profec¨ªa). La tensi¨®n que habita entre estos hechos explica quiz¨¢ la crudeza de esp¨ªritu conciliar, si no inquisitorial, con que esta dimensi¨®n de la sociedad moderna se ha predicado como objeto de fe. Y m¨¢s a¨²n: en vistas del quinto centenario del descubrimiento de Am¨¦rica, la que hoy ya puede llamarse Espa?a oficial -y en cierto modo tambi¨¦n eclesi¨¢stica, aunque de un nuevo estilo- ha adoptado el refr¨¢n, el solo y vac¨ªo refr¨¢n de los inventos y descubrimientos, como el nuevo emblema de una renovada cruzada con cuyas conqjuistas, hoy, sin embargo, mediales, esto es, espectaculares, ;e pretende deslumbrar a la rriali, conciencia respecto de las con! ecuencias y responsabilidadi is de las conquistas reales de i nta?o, y su crueldad, y su iriefl jacia, y sus excesos.
1 stos contrasentidos parec,.,n ,ncontrarse por doquier en la vi la espa?ola, lo mismo en el coni portamiento sexual que en los , istemas de educaci¨®n y cornur icaci¨®n, y siempre bajo el mis no modelo elemental: la moc ernizaci¨®n de la sociedad e sp,, flola del per¨ªodo de transici¨®n democr¨¢tica que el 14 de diciumbre de 1988 termina ha tra¨ªdo consigo transformaciones, avances y creaciones altamerte positivas, arrastran consigo, desde luego, las negativas y angustiantes dimensiones del progreso en su figura posmoden a y han dejado casi intactas las 15ormas autoritarias de comui icaci¨®n y de vida, la intransige icia y la crueldad pol¨ªticas y sociales, el af¨¢n trascendente del :>oder como reino de la salvaci¨®n, la violencia en las costurn bres y un profundo nihilismo: la Espa?a de Goya y de Valle-] ncl¨¢n.
l'ara la generaci¨®n que ha prol agonizado la transici¨®n de los ¨ªltimos a?os -una generaci¨®r que podr¨ªa llamarse internac onalista por afinidad hist¨®rica a la generaci¨®n de los afrancesc dos en la noche de verano ?te 1 a Ilustraci¨®n espa?ola- el 14-D es el emblema de su fracaso. Un fracaso, por cierto, anunciado en sus recientes manifestaciones culturales: la c¨ªnica trivialidad de la movida, el nihilismo, luego la moral heroica, defendidos por Savater, el mimetismo adolescente de las corrientes internacionales de pintura y arquitectura o el academicismo y la vulgaridad de la actividad cient¨ªfica y educativa (todo ello sembrado, claro est¨¢, de algunas citas extraordinarias de las cabezas y posibilidades que este per¨ªodo ha segado a su paso). Pero un fracaso, de todos modos, frente a los sue?os al que se sum¨® la parte m¨¢s viva de la sociedad.
Fue una generaci¨®n de ruptura que quiso derrocar e ignor¨® los valores del tradicionalismo espa?ol. Se identific¨® con los principios cr¨ªticos del positivismo y las utop¨ªas art¨ªsticas del per¨ªodo inaugural de la modernidad europea de este siglo, asumi¨® una ¨¦tica social y acarici¨® los sue?os igualitarios de una utop¨ªa socialista, abraz¨® las fantas¨ªas de la revoluci¨®n sexual y se uni¨® a la imaginaci¨®n cr¨ªtica del movimiento feminista. Pero a trav¨¦s de una trascendente voracidad de poder (lo que Unamuno llamaba b¨²squeda de la salvaci¨®n en la trascendencia de la gloria, la eternidad y el poder, y lo distingu¨ªa, como genuina concepci¨®n espa?ola del alma, del sujeto racional de las epistemolog¨ªas y las ¨¦ticas modernas) y una voluntad conciliar de convertir valores, doctrinas, s¨ªmbolos y objetivos en elementos de una nueva cruzada (su inconsciente hist¨®rico) han acabado por entreabrir las puertas a aquello que negaban.
Hoy la sociedad espa?ola se prepara para un dif¨ªcil per¨ªodo. Los sue?os del cambio que animaron el proyecto de la transici¨®n democr¨¢tica han sido ahogados en la transici¨®n misma. Las secularizadas ¨²ltimas verdades se pronunciar¨¢n crudas. Se generar¨¢n tensiones. Ello desperezar¨¢ a la cultura espa?ola contempor¨¢nea de su somnolencia posmoderna y ganar¨¢, por un lado, un sentido mayor de compromiso y de cr¨ªtica, lo que perder¨¢, por otro, como vuelta a un sentido antiguo de ego¨ªsmo y mal humor al muy cat¨®lico pragmatismo ego¨ªsta, mezclado con orgullo, violencia y una profunda decepci¨®n interior. Pero la sociedad espa?ola insiste en no preparar un futuro mejor.
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