El "caso Heidegger"
Dos o tres d¨ªas despu¨¦s de la muerte de Martin Heidegger, en 1976, publiqu¨¦ en las p¨¢ginas de este mismo diario un art¨ªculo necrol¨®gico, que Javier Pradera me dijo era feroz (bien es verdad que lo escrib¨ª no tanto a golpe de m¨¢quina, sino a tragos de vodka helados: ?tiempos aqu¨¦llos!), que hizo rechinar los dientes a ciertos orteguistas, quienes, al parecer, ignoraban que su ¨ªdolo pretendi¨®, a su vez, ignorar al pensador de la Selva Negra. O que no hab¨ªan le¨ªdo, o quiz¨¢ olvidaron, que Luis Mart¨ªn Santos, en su excepcional novela Tiempo de silencio, parodiaba a Ortega y Gasset, heideggerianamente, como el-que-ya-lo-hab¨ªa-dicho-todo- antes-que-Heidegger, y retrataba, con evidente injusticia, a Xavier Zubiri como disc¨ªpulo "pintacaspiano". (Aquel art¨ªculo m¨ªo influy¨® m¨¢s tarde en determinada elecci¨®n, conseguida por el candidato, para la Real Academia Espa?ola.) Escrib¨ª entonces que Heidegger era gravemente responsable de silencio frente a las barbaridades perpetradas por los nacionalsocialistas, mientras que otros -mi maestro Adorno, por ejemplo especulativo, Marlene Dietrich o Thomas Mann, por casos cinematogr¨¢fico y literario, respectivamente- movieron la resistencia fuera de Alemania. Me qued¨¦ corto. El rector breve de la universidad de Friburgo en Brisgovia, nombrado a dedo por autoridades acad¨¦micas m¨¢s que complacientes, milit¨® con carn¨¦ pardo (n¨²mero 312.589), seg¨²n documenta muy contundentemente el chileno V¨ªctor Farlas en un libro apretado que se edit¨® en franc¨¦s durante el ¨²ltimo oto?o.No soy partidario de buscar las ra¨ªces de las muelas de ideolog¨ªas pol¨ªticas cualesquiera en las enc¨ªas pensantes de quienes legan una obra indiscutible. El gallardo (sin bromas) Jos¨¦ Antonio Primo de Rivera pretendi¨® enraizar, a posteriori, sus crispaciones, que el general Franco aprovech¨® tanto tiempo como le convino, en el corpus imprescindible, ret¨®rico, feroz altivo y un punto cursi de don Jos¨¦ Ortega. Hitler o sus sicarios -que los tuvo tontos, listos y casi todos chacales aquel fatal pintor de brocha gorda y bigotito semoviente- instaron una operaci¨®n parecida, tambi¨¦n a posteriori, con la estremecedora producci¨®n de un l¨²cido demente, Nietzsche, que muri¨® en Sils-Maria (donde tambi¨¦n dej¨® de estar de entre los vivos, ah¨ªto, aun sin catarlo, del consumismo sedicentemente revolucionario de 1968; Theodor W. Adorno). No he tenido mucho en cuenta el libro de Luc Ferry y Alain Renaut Heidegger y los modernos, porque la m¨¢s ligera alusi¨®n a la posmodernidad me produce, quiera o no quiera una risa imponente; rechac¨¦ asqueado, el de Phillippe La coue-Laberthe, que es un mero c¨²mulo de injurias.He le¨ªdo este verano calmo
la excelente traducci¨®n al castellano, servida por Yves Zimmermann, de Unterwegs zur sprache (1959), de Heidegger (De camino al habla, 1987), y releer¨¦ cualquier d¨ªa de ocio sin sueldo el Her¨¢clito p¨®stumo de dicho autor, o su precioso y peligros¨ªsimo ensayo sobre Hoelderlin, que me tir¨¦ al coleto adolescente, en Santander y en franc¨¦s, porque todav¨ªa no conoc¨ªa el alem¨¢n, empleando una semana fatigosa en digerir las seis primeras p¨¢ginas.
Este invierno, en Bonn, coincid¨ª ante las c¨¢maras -que se averiaron, por cierto-, durante m¨¢s de una hora, de la televisi¨®n tudesca con el escultor vasco (su padre era militar y alicantino o segoviano) Eduardo Chillida. Los alemanes le preguntaron por sus ilustraciones para un libro, m¨¢s o menos afor¨ªstico, de Heidegger, que Mar¨ªa Corral asegura debieron ser del vasco 0teiza. (El texto de Heidegger es mera ch¨¢chara, muy de las suyas.) Respondi¨® Chillida, tan anchamente, que Heidegger le hab¨ªa asegurado que su escultura y los pinitos en patois que ¨¦l mismo hac¨ªa, por ejemplo sobre Hebel salvaban dos culturas primigenias. Yo, que llevo seis apellidos alaveses y bilba¨ªnos, uno tras otro, me encog¨ª -visiblemente de hombros y call¨¦ porque est¨¢bamos fuera de Espa?a y en presencia de nuestro embajador en "una peque?a ;iudad en Alemania"; ahora estoy escribiendo en San Sebastian. ?All¨¢ Chillida y que Siga peiando el viento!
Lo sospechoso, por no decir asquerosito, de los cr¨ªmenes nazis y los m¨¢s sustanciosos libros de Heidegger es la coincidencia en fechas. En este caso, no se trata de un aprovechamiento posterior, sino de arenga letrada a estudiantes iletrados y con mella de espadas bravuconas en las mejillas. Farias, el chileno, aporta pruebas imbatibles de las siniestras conexiones entre la que Adorno llam¨® "jerga de la autenticidad" (un libro, con este t¨ªtulo, del jefe del grupo de Francfor, edit¨¦ yo en Taurus) y las atrocidades en los campos de exterminio jud¨ªo, que visitaron algunos paniaguados de franquismo y tardaron en contar, descargando su conciencia, los a?os justos. La desgracia, de Heidegger en la pol¨ªtica alemana de aquellos tiempos, que iban a durar 1.000 a?os, no se debi¨® a silentes arrepenimientos, sino a la pertenencia del pensador a una fracci¨® nazi que fue pasada por cuchillos largos: la de Roehn .
Un monje, que no fraile Abrab um de Santa Clara, inspira a un Heidegger primerizo imborrables tendencias delet¨¦reas. Lo curioso es que se llamase Abraham un defensor combativo de la raza aria (?Ser¨¢ cierto lo que afirma Julio Caro Baroja, dado que tras cualquier nacionalismo exacerbado hay que buscar a curas o a frailes"). En mis a?os muniqueses se papeaba la respuesta negativa del fil¨®sofo, taciturno y selv¨¢tico, a una oferta de c¨¢tedra que la universidad b¨¢vara le curs¨® en 1933: "Para m¨ª est¨¢ claro que, dejando aparte motivos personales, tengo que decidir dar cumplimiento a la tarea, que me permitir¨¢ servir, de la mejor manera, al trabajo de Adolfo Hltler". Escuch¨¦, por ende, con curiosidad y escepticismo, la conferencia que dict¨® Heidegger en el aula magna de mi universidad de entonces. Don Mart¨ªn ya no era m¨¢s que el loro de s¨ª mismo.
Estoy de acuerdo con Lyotard en que el poeta jud¨ªo Paul Celan, que se suicid¨® en Par¨ªs no s¨¦ bien si en febrero, define, parad¨®jicamente, el significado sangrante del silencio a medias de Heidegger y de todos los silencios, tambi¨¦n los espa?oles, que si callan es porque quieren acallar: "Es su falta: lo que le falta, en lo que ¨¦l falta y cuya falta le falta". Sigue viva la palabra, aunque los nazis pretendieran asesinarla, y precisamente la del alem¨¢n Paul Celan, sobre los muertos que se le adelantaron.
Adorno detest¨® siempre, inverecundamente, las intenciones y consecuencias del pensamiento heideggeriano. No hay piedra angular que no lo sea un poco tambi¨¦n de esc¨¢ndalo. (El esc¨¢ndalo de este fil¨®sofo es, desde luego, tama?o.) El caso es que la metaf¨ªsica, con este pensador alem¨¢n, alcanza una c¨²spide que carece de digno descenso: m¨¢xima altura de poder filos¨®fico, m¨¢ximo sometimiento a un poder pol¨ªtico nefasto. ?Hay, por ventura, salida?
Lo intentamos a trav¨¦s de la l¨®gica sajona, que no deja de ser, tambi¨¦n ella, camino de una sola direcci¨®n. La sociolog¨ªa, por soberbia, se convirti¨® en sociometr¨ªa. Quedaba la literatura; pero, sobre todo, la vienesa del otro, del precedente fin de siglo. ?Repetir? Pero si la repetici¨®n es una categor¨ªa heideggeriana. Ni siquiera la m¨²sica. "?El mar, el mar, y no pensar en nada?". Quiz¨¢, mas tambi¨¦n esos vol¨²menes de ¨ªndices de ediciones cr¨ªticas, casi impecables, como la nueva del duque y par Louis de Saint-Simon. ?Ah, s¨ª, nos queda el protocolo, Tint¨ªn y Do?a Urraca!
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