Las colinas del diablo
Hay dos formas, al menos, de hacer desaparecer de nuestras vidas a los viejos fantasmas del pasado para que en el futuro no sigan molest¨¢ndonos. La primera consiste en destruir directamente la pel¨ªcula del tiempo, como si de una cinta antigua y ya pasada se tratara, para evitar que nadie pueda volver a proyectarla. La segunda, en ir amontonando los recuerdos, a medida que ¨¦stos se van desmoronando, para enterrarlos despu¨¦s en un lugar seguro donde jam¨¢s pueda volver a hallarlos nadie..La primera medida es, sin duda, la m¨¢s eficaz; pero presenta inconvenientes y problemas cle importancia. La pel¨ªcula de cada uno de nosotros ha sido vista normalmente por muchas m¨¢s personas, e incluso a veces hay quien guarda copia de ella. As¨ª que, por mucho que queramos y, por m¨¢s que nosotros nos hayamos deshecho de la nuestra, siempre habr¨¢ en alg¨²n sitio alguien que todav¨ªa la conserva y contin¨²a proyect¨¢ndola y, como le sucede al amante con celos retroactivos que obliga al otro a destruir todas sus fotograflas personales (no logrando por ello, como es obvio, que, con las fotograf¨ªas, desaparezca tambi¨¦n de su memoria al mismo tiempo el recuerdo de las personas retratadas), estaremos condenados de por vida a que los viejos fantasmas del pasado contin¨²en visit¨¢ndonos. La segunda (la de enterrar los escombros del recuerdo y dejar que el musgo crezca sobre ellos) es mucho m¨¢s imperfecta; pero, con el suficiente grado de cinismo y, la paciencia necesaria en estos casos, a la larga se convierte en la m¨¢s v¨¢lida. Todo consiste en ir sembrando nuestras vidas de lo que los alemanes llaman colinas del diablo.En las afueras de Berl¨ªn existen unos peque?os promontorios cubiertos de vegetaci¨®n -y tambi¨¦n, a veces, de radar- en los que los ni?os juegan en las tardes de verano y a los que, a falta de monta?as, los berlineses acuden, cuando llega el invierno, para esquiar sobre la nieve que durante muchos meses sepulta las llanuras alemanas. En Berl¨ªn hay al menos 10 o 12, y el mayor de todos ellos, el c¨¦lebre Teufelsberg, que se alza en el centro de Gr¨¹newald y ha dado nombre, con el suyo, a todos los dem¨¢s (teufelsberg significa textualmente colina del diablo), mide 115 metros de altura y alberga ahora en su cumbre una estaci¨®n de seguimiento americana. Esos peque?os promontorios forman hoy parte ya del paisaje cotidiano y habitual de la ciudad. Se alzan sobre los parques, entre los edificios y las copas de los ¨¢rboles, como si desde el principio de los tiempos estuvieran ya all¨ª formando parte activa del paisaje. Pero aunque la mayor¨ªa de los ni?os que en las tardes de verano juegan en torno a ellos no lo sepan -y los esquiadores que en invierno se deslizan por sus faldas prefieran no cont¨¢rselo-, nadie puede olvidar que esos peque?os promontorios no son m¨¢s que las ingentes cantidades de escombros y cascotes que al acabar la guerra, y con la mayor¨ªa de los hombres muertos o en la c¨¢rcel, las legendarias tr¨¹m' merfi-aum (mujeres desescombradoras) berlinesas, organizadas ,en hileras y en grupos de trabajo fueron amontonando en las afueras de la ciudad bombardeada con el fin de poder volver a levantarla.
La pol¨ªtica espa?ola, como la propia historia del pa¨ªs, est¨¢ llena de colinas del diablo. Basta echar un vistazo por el retrovisor de la memoria a nuestra historia para ver en la distancia, entre la niebla de los a?os, la interminable sucesi¨®n de extra?os promontorios que jalonan y conforman el paisaje hist¨®rico de Espa?a. Extra?os promontorios, cubiertos ya por la vegetaci¨®n y el polvo de los a?os, bajo los que se ocultan los escombros ominosos de nuestros m¨¢s oscuros y sangrientos episodios nacionales. Colinas del diablo de diferentes alturas y tama?os, algunas de las cuales, como la de la guerra civil o la del largo t¨²nel con el franquismo, son aut¨¦nticas monta?as.
Pero no es necesario remontarse tan atr¨¢s para encontrar en el perfil del horizonte las siluetas ominosas de esas negras colinas del diablo. La transici¨®n pol¨ªtica espa?ola, de la que vamos ya para los 15 a?os, est¨¢ tambi¨¦n sembrada de peque?os promontorios bajo los que nuestros pol¨ªticos han ido sepultando los escombros de las viejas ideas e intenciones que, voluntariamente o no, interesadamente o no, pero, eso s¨ª, traicion¨¢ndonos a todos sin el menor escr¨²pulo cuando les hizo falta, han dejado en su camino hacia el poder o en los salones exclusi vos donde ¨¦ste se bendice y, se consagra. Y no es precisamer te a la derecha donde,como cabr¨ªa pensarse, uno puede encontrar m¨¢s colinas del diablo La derecha espa?ola, siempre tan tradicional, siempre tan cl¨¢sica, opt¨® en su d¨ªa por creer una vez m¨¢s que todav¨ªa era posible borrar de la mernoria colectiva su pasado igual que con un trapo se borra un encerado (ya ves, en plena era del v¨ªdeo y la inform¨¢tica), cosechando en su osad¨ªa un
rotundo descalabro y reviviendo desde entonces cada poco -con penosa y obstinada tozudez- el espect¨¢culo de ver a Manuel Fraga, Mart¨ªn Villa, Cabanillas, L¨®pez Rod¨®, Fernando Su¨¢rez, Juan de Arespacochaga y dem¨¢s tristes fantasmas del pasado recorrer los caminos de Espa?a tocando una campana como si de la Santa Compa?a se tratara. Es a la izquierda, en el camino de la izquierda, donde, contra lo que cabr¨ªa pensarse, uno puede encontrar m¨¢s colinas del diablo.
Dejando a un lado al partido comunista, amenazado ¨¦l mismo de derribo a poco que sus viejos dirigentes lo sigan intentando, resultar¨¢, adem¨¢s, que la gran mayor¨ªa de esas colinas del diablo pertenecen al partido que gobierna el pa¨ªs desde hace ya m¨¢s de seis a?os. Colinas que sepultan los escombros de los grandes derribos que emprendieron, apenas llegados al poder, para modernizar Espa?a, y los cascotes producidos por las grandes ref¨®rmas ideol¨®gicas que, paralelamente, y para ello, han tenido que ir haciendo dentro y fuera de su casa. La primera -y la m¨¢s grande- es ya anterior a la conquista efectiva del poder y oculta los escombros del marxismo, al que el partido socialista renunci¨® en aquel congreso bumer¨¢n en el que Felipe Gonz¨¢lez se ofreci¨® en sacrificio para resucitar al tercer d¨ªa y guiar a sus huestes por la tranquila senda de la socialdemocracia. Las dem¨¢s son producto de aqu¨¦lla y tienen todas nombres propios, algunos tan sonoros como Sagunto, la OTAN o Rla?o. Ahora mismo, en estos d¨ªas, hay quien-pretende en el Gobierno levantar otra colina con los escombros de UGT. No lo conseguir¨¢n. Pero si un d¨ªa lo lograran, que nadie dude que ver¨ªamos a muchos altos cargos socialistas, con Txiki a la cabeza, esquiar alegremente sobre los restos del cad¨¢ver del que siempre llamaron su sindicato hermano.
Lo malo de las colinas del diablo es que, aunque la vegetaci¨®n y el polvo se espese poco a poco sobre ellas con los a?os, siempre habr¨¢ quien recuerde, como ocurre en Berl¨ªn, lo que bajo la vegetaci¨®n y el polvo hay sepultado.
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