La invenci¨®n del cubismo
La Guardia Civil tiene sus partidarios y sus detractores, como todo en esta vida. Cuando se public¨® el Romancero gitano, muchos creyeron que se trataba de un alegato contra la Guardia Civil, pero Lorca lo desminti¨®. No ten¨ªa por qu¨¦.Seg¨²n en qu¨¦ sitios y en qu¨¦ servicios, la Guardia Civil es de una manera o de otra. En las carreteras, por ejemplo, se admite que presta un gran servicio, pero est¨¢ por ver que el que hace en el Pa¨ªs Vasco beneficie a alguien.
Se dice que la Guardia Civil est¨¢ integrada por hombres (y ahora mujeres) del pueblo. Esto no es exactamente cierto. La Guardia Civil se nutre, principalmente, de cierto pueblo y de la propia Guardia Civil. El pueblo que se met¨ªa a guardia (por lo menos hasta hace unos a?os) era siempre un pueblo pobre, de pocas letras, con tendencia a ejercer la autoridad de la misma manera que la hab¨ªa visto ejercer a los caciques, se?oritos, alcaldes-del-movimiento y dem¨¢s autoridades de los sitios de donde, por lo general, proced¨ªa: Galicia, Andaluc¨ªa, Extremadura y Castilla. De manera que cuando ese pueblo, que no es todo el pueblo, se mete a guardia, lo hace, digamos, porque es un pueblo pobre y necesitado de letras. Es decir, lo hace por respetable necesidad y no tanto por vocaci¨®n o convicci¨®n.
Otro de los filones para engrosar sus filas lo encuentra la Guardia Civil en el propio cuerpo, en el clan, en relaciones de endogamia. Eso, que gen¨¦ticamente puede proporcionar en biolog¨ªa muy buenos resultados, tiene un peligro: aberraciones y malformaciones. Se me dir¨¢: las aberraciones se producen tambi¨¦n en biolog¨ªa. Es cierto. Pero que en un cruce de h¨¢msters salga uno con cinco patas, da igual. Ahora bien, un brigada con cinco patas es raro, pero tenemos la experiencia triste (Almer¨ªa, Trebujena) de muchos guardias empe?ados en buscarle tres pies a todo el mundo.
Por si fuera poco, muchos asocian su imagen a la de la represi¨®n. Lamentablemente, as¨ª ha sido en muchas ¨¦pocas de la historia de Espa?a. Represi¨®n de los gitanos, de los indefensos, de los nacionalistas, de lo ecologistas. Un tricornio, para muchos, es hoy sin¨®nimo de obcecaci¨®n, brutalidad o tortura Tal vez sea esa opini¨®n (que no juzgo aqu¨ª) la raz¨®n por la que van a sustituir los tricornios por unas gorrilas de trapo, aunque se aduce otra cortina de humo, como que los tricornios son poco pr¨¢cticos. Puede, pero la decisi¨®nes un craso error, una insenstez.
En Espa?a ciertos bienes deber¨ªandeclararse patrimonio nacioal y, por tanto, intocables. Uno de ellos es el tricornio, la ¨²nica aportaci¨®n original que ha a hecho Espa?a en ese terreno de la moda.
El tricornio, como se sabe, es la estilizaci¨®n geom¨¦trica del sombrero de tres picos, el sombrero rom¨¢ntico que inspir¨® a Falla una m¨²sica admirable. No sabemos a qui¨¦n se le ocurri¨® abstraer de aquel tricornio goyesco las formas puras de ¨¦ste, pero su trabajo no es de menos categor¨ªa que el que llev¨® a cabo Duchamp con el Desnudo bajando la escalera.
El an¨®nimo inventor del tricornio (an¨®nimo porque no sabemos su nombre, sino que lo tuvo listo en 1859) no s¨®lo estaba d¨¢ndole un sombrero a los guardias, sino resolviendo, 70 a?os antes, problemas agudos que s plantear¨ªan Picasso y Juan Gris mucho despu¨¦s: el cubismo. Es decir: la cuadratura del c¨ªrculo o, si se prefiere, la cubicaci¨®n del tri¨¢ngulo redondo.
Los ingleses, como es archisabido, son amantes de sus tradiciocnes m¨¢s que ning¨²n pueblo. Por ejemplo: ellos han sabido conservar para sus bobbies un gorro mucho m¨¢s vulgar que el tricornio y para los guardias del Buckingham Palace un tubo de lanas mucho m¨¢s inc¨®modo y absurdo. Pero los han conservado porque tienen m¨¢s de 100 a?os.
El tricornio los cumpli¨® hace mucho, de manera que podr¨ªa aspirar al indulto, pero Espa?a no ama sus tradiciones como el Reino Unido y lo mismo que vendi¨® ayer los retablos de su tempos y sustituy¨® el gregoriano por m¨²sica de Julio Iglesias (nunca mejor llamado), lleva al prendero hoy estos magn¨ªficos y brillantes castore?os. Seguramente algunos ver¨¢n en este elogio sentimental del tricornio esnobismo o cosa de broma. No. Es asunto perfectamente serio. Porque no hac¨ªa falta ser cat¨®lico para comprender la atrocidad de ayer, como tampoco es necesario ser ultramontano para lamentar la de hoy.
Supongo que no volveremos a ver esos corchetes de guardias en las procesiones de pueblo, con el mosquet¨®n a la funerala, llevando reflejado en sus tricornios de charol (aportaci¨®n digna de Coco Chanel) un paisaje de cirios, postigos y alamedas.
Desaparecer¨¢n de las plazas de toros irresponsablemente, porque un tricornio all¨ª era tanto como el torero: una autoridad mitrada. Uno, con montera. El otro, con aquella mancha negra extravagante y hermosa, de rara perfecci¨®n.
El tricornio ten¨ªa eso que de excesivo tiene tambi¨¦n el espa?ol, algo monstruoso e h¨ªbrido. Mezclaba las aristas y la curva perfecta. Es la suya, dig¨¢moslo, una belleza disparatada. Ese disparate de acoger bajo su redondez angulosa la aberrante barbarie de un verdugo y la filantrop¨ªa del samaritano. De una y otra tenemos noticia.
Dicen que la decisi¨®n se ha tomado porque una gran parte de los ciudadanos lo consideraban antiest¨¦tico. Subterfugios, pamplinas. Al pueblo la est¨¦tica le ha dado siempre igual. No. Hoy lo hacen desaparecer, porque tenerlo a la vista les recuerda qui¨¦nes somos y de d¨®nde venimos. Nos recuerda la historia. Hoy queremos olvidarla. Pero ya se sabe: el pueblo que olvida su historia est¨¢ condenado a repetirla. Tal vez a quienes han tomado la decisi¨®n les averg¨¹ence el ¨²ltimo y tristemente c¨¦lebre tricornio: el que allan¨® el Congreso. Nos averg¨¹enza a todos. Pero van a pasar 100 a?os hasta que alguien invente otro sombrero as¨ª. La tradici¨®n obligaba a conservarlo, aunque dentro de 100 a?os estemos todos calvos.
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