Mosc¨², capital del dolor
Mi proyecto editorial para el Diario de Mosc¨², de Walter Benjamin (1926), consist¨ªa en servir yo la traducci¨®n (tarea de la cual Marisa Flores ha dado cuenta impecablemente) y encargar a Jorge Sempr¨²n, prisionero que fue en Buchenwald, un pr¨®logo, a?adiendo yo a mis seis textos benjaminianos un s¨¦ptimo para el caso. Mi pactada salida de Taurus para ponerme al frente de la direcci¨®n general de la cosa sonora y mi matrimonio con Cayetana, duquesa de Alba, dej¨® in albis mi regreso.La redacci¨®n de tres discursos de recepci¨®n en otras tantas reales academias, a m¨¢s de no pocos art¨ªculos que, tal a fray Luis, se me han ca¨ªdo como florecillas (pero menos) de entre las manos, han sido la causa, feliz para m¨ª y qui¨¦n sabe si tambi¨¦n para mis hipot¨¦ticos lectores, de que la publicaci¨®n espa?ola del diario vaya ¨²nicamente introducida por el texto de Scholem, amigo jud¨ªo de Benjamin, jud¨ªo, que consta en la edici¨®n. original. Al rev¨¦s que Petronio en su Satiric¨®n, s¨ª tengo tiempo, digo, para diferir lo que me place.
Al correr 1924, en Capri, Benjamin sigue a una mujer por la calle durante una semana. La mujer se propone un d¨ªa comprar almendras en un puesto callejero, pero no sabe pedirlas en italiano. Benjamin se acerca y, muy correctamente, le ofrece ayuda ling¨¹¨ªstica. La mujer es una letona, Asja Lacis (1981), que se convertir¨¢ en seguida para Benjamin en la Calle de una sola direcci¨®n (1928), por fortuna no ¨²nica literariamente y, por fatalidad, casi ¨²nica sentimental, desoladoramente.
El Diario de Mosc¨² es un documento estremecedor y de publicaci¨®n p¨®stuma y muy tard¨ªa. Pero resulta a¨²n m¨¢s sangrante, y nada halag¨¹e?o para la condici¨®n femenina y la militancia comunista ortodoxa, si se lee a la par que otro libro de Asja Lacis, Revolucionario por profesi¨®n (1971). Su autora se demuestra en sus p¨¢ginas est¨®lida, egoc¨¦ntrica, menesterosamente unilateral.
Benjamin le aconseja lecturas que s¨®lo llevar¨¢ a cabo, algunas, tras la muerte del padrecito Stalin (1957): Jean Paul, Baudelaire, Proust -que acaba de morir y al que Benjamin verti¨® a su idioma-, Andr¨¦ Gide. Ella insiste, machaconamente como una mala maestra de escuela, en tan cruciales autores como Libedinski, Leonow y Kataiew (ni una menci¨®n, por cierto, de Chejov, Turgueniev o Gorki, los cuales deb¨ªan de parecerle, incluso el ¨²ltimo, demasiado de derechas). Como es propio de una bolchevique creyente, ignora la existencia de Freud y antecedentes (la de Freud tambi¨¦n la ignor¨®, ol¨ªmpicamente Ortega). "Me asombraba c¨®mo un hombre tan ilustrado y sin prejuicios pod¨ªa ocuparse de los sue?os", espeta la letona ante las indignaciones, en vigilia, del berlin¨¦s, que tambi¨¦n so?aba despierto.
Es ella la que comienza, ?tan temprano!, con la lucha, que s¨®lo gana a medias, de un Benjamin dubitativo entre irse de su pa¨ªs natal a Mosc¨² o Palestina. Fue a Mosc¨² por unos meses, los del diario, y no parece que aquella capital, infestada de antisemitismo, de censura y escasez en el estricto sentido marxiano, fue se otra cosa para Benjamin que la aut¨¦ntica, vitalmente desoladora "capital del dolor", designaci¨®n ¨¦sta que emplea como t¨ªtulo de un bello libro de poemas escrito desde las ventajas pansienses el comunista Paul ?luard. A Palestina no lleg¨® Benjamin a ir nunca. La letona se apunta este medio tanto: "El camino de un hombre que piensa de manera normalmente progresista conduce a Mosc¨², pero no a Palestina. Esto ¨²ltimo lo he conseguido". Cuando se publica esta frase, Benjamin lleva 30 a?os muerto en Port-Bou, donde se suicid¨® al frustrarse su intento de emigraci¨®n a los Estados Unidos de Am¨¦rica. Bertolt Brecht le hab¨ªa desaconsejado la Uni¨®n Sovi¨¦tica. y aconsejado, en cambio, el para¨ªso capitalista.
Es Benjamin quien, en el Berl¨ªn de los a?os veinte, pide a Lacis que le presente a Brecht. Empieza entonces una relaci¨®n, que Adorno consider¨® intelectualmente funesta, entre nuestro jud¨ªo y aquel gran hombre de teatro y a¨²n mejor poeta, as¨ª como indeseable ciudadano, que fue Brecht. Cuando ¨¦ste recibe, en Noruega, la noticia enlutada del suicidio de Benjamin, le acusa ese mismo d¨ªa, en su diario de trabajo, de plagiario. Eso s¨ª, escribe en su memoria dos hermosos y breves poemas: "Oigo que alzaste contra ti la mano / tomando delantera a los verdugos". Sin embargo, en Letonia, en 1948, es reincidente de mezquindad; larga a Lacis que Benjamin, bibli¨®mano, seg¨²n se advierte muy enriquecedoramente, en su literatura, no quiso, en la frontera catalana y francesa, "separarse de sus libros, que acabaron con ¨¦l".
En la segunda d¨¦cada del siglo prepara Benjamin su espl¨¦ndido ensayo sobre el teatro dram¨¢tico, espec¨ªficamente alem¨¢n, del barroco. Opini¨®n de Asja Lacis: "?Para qu¨¦ ocuparse de literatura muerta?". Por lo menos, dicha literatura no fue asesinada, como tanta otra, ni por Hitler ni por Stalin. Su representante letona le saca a Benjamin dinero, regalitos varios, una preciosa edici¨®n de finales del XVIII, mientras le enardece en vano, porque, en Capri y en Mosc¨², con quien se iba a la cama era con Reich, un oscuro comunista sedicentemente especializado en teatro de agitaci¨®n. El primero de febrero de 1927 se despide Benjamin, con un beso en la mano que otros no se le permitieron, de su r¨²a de direcci¨®n ¨²nica. La helada calle moscovita le lleva a una estaci¨®n en la que un coche de segunda clase le alejar¨¢ de Rusia para siempre: "Con mi voluminosa maleta sobre las piernas, me dirig¨ª llorando a la estaci¨®n a trav¨¦s de unas calles en las que ya empezaba a anochecer". La marcha f¨²nebre del pensamiento, de Val¨¦ry, es en el caso de Benjan¨²n marcha tambi¨¦n funeral del coraz¨®n.
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