Hay que elegir el modelo de Europa que queremos
Los h¨¢bitos en el lenguaje cotidiano suelen reflejar muy expresivamente la realidad de las opiniones de la gente corriente. Hace a?os, cuando habl¨¢bamos de la Europa del ratado de Roma, acostumbr¨¢bamos a emplear la expresi¨®n Mercado Com¨²n para referirnos a ella. Poco a poco, y fundamentalmente a partir del Acta ?nica, hemos empezado a hablar de Comunidad Europea. El cambio, creo yo, es significativo. Y lo es no porque se est¨¦ despreciando la importancia del gran mercado interior, sino porque empieza a arraigar un sentimiento generalizado de querer crear, sobre las bases econ¨®micas del libre intercambio, un aut¨¦ntico espacio social europeo, es decir, una Europa de progreso m¨¢s cohesionada socialmente.Cierto que el mercado ¨²nico es decisivo para la generaci¨®n de un crecimiento econ¨®mico capaz de sentar las bases de un mayor bienestar, pero no conviene correr el riesgo de hacer de la necesidad virtud, convirtiendo lo que es una condici¨®n de progreso en el progreso mismo. Precisamente por ello, en el tr¨¢nsito hasta 1993 tenemos que asegurar los objetivos propuestos, no perdiendo de vista en ning¨²n momento la ¨²ltima raz¨®n por la que queremos un mercado ¨²nico. Que, dicho sea de inmediato, no puede circunscribirse a la simple optimizaci¨®n de los rendimientos econ¨®micos.
El gran mercado europeo debe contribuir a la estabilidad del comercio mundial y conseguir, al propio tiempo, unas condiciones de progreso tecnol¨®gico e industrial que permitan afrontar el reto planteado por EE UU, Jap¨®n y los nuevos pa¨ªses industrializados. Pero siendo estos objetivos de gran inter¨¦s, no son tampoco los que justifican plenamente su real?zaci¨®n.
El mercado interior figurar¨¢ en el horizonte pr¨®ximo como una gran aspiraci¨®n europea s¨®lo en la medida en que su creaci¨®n nos conduzca a una realidad de mayor empleo y bienestar. La construcci¨®n del gran mercado exige, por tanto, un compromiso de solidaridad. En caso contrario, mucho me temo que lleguemos a una Europa libre para las mercanc¨ªas y los capitales antes de que se den las condiciones previas para una circulaci¨®n verdaderamente libre de las personas. Conviene tener siempre presente que la Europa de los doce no es una realidad homog¨¦nea. No lo es ni cultural ni geogr¨¢ficamente, y mucho menos lo es desde el punto de vista econ¨®mico. Hay enormes diferencias de desarrollo y de condiciones de vida entre las distintas regiones de la Comunidad. De ah¨ª que la prioridad m¨¢s urgente sea la de desarrollar pol¨ªticas compensatorias.
Pol¨ªtica de cohesi¨®n
As¨ª se ha hecho con la duplicaci¨®n de los fondos estructurales para 1993 y la concentraci¨®n de sus recursos en el desarrollo de las regiones menos favorecidas.
Pero la pol¨ªtica de cohesi¨®n va a exigimos esfuerzos complementarios, fundamentalmente en dos sentidos. Por una parte, la cohesi¨®n econ¨®mica y social debe ser la l¨ªnea de convergencia de las distintas pol¨ªticas econ¨®micas que convierta cualquier problema regional en un problema europeo y no s¨®lo en el de un pa¨ªs determinado. Por otra parte, la cohesi¨®n tendr¨¢ que buscar la reducci¨®n de las desigualdades sociales, favoreciendo una legislaci¨®n comunitaria que siente las bases de la democracia econ¨®mica, la protecci¨®n social, la seguridad y salud en los lugares de trabajo y la igualdad profesional entre hombres y mujeres. Que, en definitiva, sirva de garant¨ªa de los derechos sociales fundamentales. Instrumento b¨¢sico para esta pol¨ªtica de equilibrio ha de ser el di¨¢logo social entre los interlocutores sociales y el de ¨¦stos con las instancias de decisi¨®n de la Comunidad. La profundizaci¨®n en esta dimensi¨®n social del mercado interior es indispensable para quienes estamos convencidos de que el libre juego de las fuerzas del mercado no consigue por s¨ª solo mayores espacios de justicia y bienestar social. Hay que decir, sin embargo, que el ritmo de avance est¨¢ siendo lento porque la regla de la unanimidad, exigida para la aprobaci¨®n de disposiciones sobre derechos de los trabajadores, obliga a que la velocidad impuesta coincida con la que quieren imponer los que menos inter¨¦s tienen en este avance.
De ah¨ª la necesidad de llamar a la responsabilidad de los distintos Estados miembros de la Comunidad Europea para buscar lugares de coincidencia que permitan hacer realidad ese espacio com¨²n que pueda prender la ilusi¨®n de los ciudadanos europeos.
Es el momento de elegir qu¨¦ Europa queremos. O volvemos al viejo Mercado Com¨²n o empezamos a colocar los ladrillos de una verdadera Comunidad Europea. Dicho de otra forma: la Europa capaz de ilusionar a los ciudadanos no ser¨¢ la de las mercanc¨ªas y los capitales, sino aquella otra que nazca como consecuencia de un esfuerzo integrador y solidario, la que consiga ese espacio com¨²n con m¨¢s empleo y bienestar social. Una Europa unida, pr¨®spera, solidaria, habitable, democr¨¢tica y abierta al mundo.
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