M¨¢s vale tarde
LA ESTRECHA correlaci¨®n entre el deterioro de las condiciones econ¨®micas en Latinoam¨¦rica y la fragilidad creciente de las democracias existentes en esa regi¨®n ha sido repetidamente advertida ante la inflexibilidad de la que han hecho gala las autoridades econ¨®micas estadounidenses en el tratamiento del problema de la deuda externa. El mantenimiento del enfoque propuesto en 1985 por el hoy secretario de Estado, James Baker, constitu¨ªa de hecho el m¨¢s firme obst¨¢culo en la b¨²squeda de soluciones m¨¢s acordes con la situaci¨®n de pr¨¢ctico estrangulamiento en que las cuentas exteriores de los pa¨ªses deudores estaban sumidas. La persistencia en la instrumentaci¨®n a ultranza de planes de austeridad. sobre las econom¨ªas deudoras, con el fin ¨²nico de recuperar cotas de calidad crediticia frente a los acreedores bancarios, sin haber restaurado la solvencia de los principales deudores, puede deparar desenlaces muy inquietantes.Los recientes acontecimientos de Venezuela parecen haber convencido por fin a la nueva Administraci¨®n norteamericana de la necesidad de reorientar el tratamiento del problema de la deuda hacia f¨®rmulas que necesariamente contemplen la reducci¨®n sustancial del montante, y m¨¢s concretamente, de la importancia relativa que la atenci¨®n de su servicio tiene actualmente. El celo sobre la estabilidad del sistema bancario de aquel pa¨ªs puede hoy relajarse, a tenor de la inmunizaci¨®n conseguida en estos ¨²ltimos a?os, en los que la transferencia neta de recursos de la regi¨®n ha sido negativa. Desde 1982, la base de capital de los grandes bancos acreedores del mundo ha aumentado claramente, y la exposici¨®n a esos pa¨ªses, como porcentaje de los recursos propios, se ha reducido a menos de la mitad de la existente en 1982.
El temor a que el contribuyente norteamericano soporte una parte de esa crisis de solvencia es hoy de menor entidad que las ya evidentes contrapartidas, en t¨¦rminos de p¨¦rdida de influencia en la regi¨®n, y muy especialmente ante la asunci¨®n del riesgo de involuci¨®n pol¨ªtica en aquellos pa¨ªses que han conseguido esquemas democr¨¢ticos de convivencia y sistemas de organizaci¨®n de su econom¨ªa que han apostado decididamente por la libertad de mercado. Tampoco cabe minimizar la importancia que en este aparente abandono del Plan Baker ha tenido el impacto de la crisis de la deuda sobre la propia econom¨ªa estadounidense, y m¨¢s espec¨ªficamente, sobre el aumento de su end¨¦mico d¨¦ficit comercial. La estimaci¨®n en m¨¢s de 75.000 millones de d¨®lares de los ingresos por exportaciones que las empresas estadounidenses han dejado de obtener desde el inicio de la crisis, en 1982, han contribuido igualmente a ese cambio de orientaci¨®n de la nueva Administraci¨®n estadounidense.
La hasta el momento escasa concreci¨®n en acciones espec¨ªficas de esa m¨¢s flexible orientaci¨®n ante este problema no impide anticipar la necesidad de un mayor protagonismo, como suministradores de fondos, de las agencias multilaterales, en especial del Banco Mundial y del Fondo Monetario Internacional. Para ello, el necesario reforzamiento de su base de recursos ha de ser simult¨¢neo a la flexibilizaci¨®n de sus r¨ªgidos recetarios estabilizadores, que tan controvertidos resultados han aportado. La Administraci¨®n estadounidense tendr¨¢ que asumir, por su parte, los costes presupuestarios asociados a la concesi¨®n de determinadas ventajas fiscales a los bancos comerciales, en concepto, por ejemplo, de deducciones por p¨¦rdidas en esos pr¨¦stamos, y asumir los cambios reguladores necesarios para, entre otros objetivos, permitir una reducci¨®n en las reservas asignadas a la cobertura de esos pr¨¦stamos.
Soluciones, en definitiva, que habr¨¢n de reconciliar conflictos evidentes entre los intereses del Departamento del Tesoro, la Reserva Federal y el propio Departamento de Estado para que esa nueva orientaci¨®n se presente como radicalmente diferenciada de lo que algunos pa¨ªses temen no sea m¨¢s que una versi¨®n actualizada del obsoleto Plan Baker.
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