Los tres reyes magos
Fue un a?o duro. Meses de trabajo intenso y complicado, que vi recompensado con un regalo de los Reyes Magos, un regalo fant¨¢stico, inolvidable.Londres parec¨ªa un enorme anuncio de Frankie. Carteles, bares con sus canciones, escaparates, la ciudad era de ¨¦l. En el Albert Hall, 5.000 o 6.000 personas estaban dispuestas a la entrega total. La primera, gran, intensa, sensaci¨®n fue olfativa: una abigarrada gama de olores de todo tipo, desde la sofisticaci¨®n con n¨²mero a la laca de frambuesa. La madalena de Proust, multiplicada por miles. Un escenario sencillo y austero era el contrapunto perfecto para un local y un gent¨ªo tan sugestivos. Comienza el espect¨¢culo.
Primero sale Baltasar, peque?o, enjuto, negro y maravilloso. Sammy Davis Jr. domin¨® la situaci¨®n desde el primer momento con su clase, su agilidad y ese toque especial que s¨®lo tienen los seductores.
La mejor voz de la noche
Con Gaspar-Liza el teatro se resquebraj¨® a¨²n m¨¢s. A la ovaci¨®n con que fue recibida hay que a?adir esa sensaci¨®n que tan bien describi¨® Woody Allen en La rosa p¨²rpura de El Cairo: el mito sale de la pantalla y se hace carne y hueso. La hija de Judy Garland y Vincente Minnelli demostr¨® ser la mejor voz de la noche, absolutamente demoledora. Era un patito feo al que resulta imposible dejar de mirar hasta llegar al enamoramiento.
Intermedio. El movimiento humano despierta los olores dormidos. Un ruido compacto y constante anuncia que pronto llegar¨¢ Frankie. Est¨¢n calentando motores. En el bar s¨®lo sirven un desastroso caf¨¦ americano.L,o menos que pod¨ªan tener es una m¨¢quina de caf¨¦ expresso de origen italiano, como Sinatra.
El Albert Hall lleg¨® al paroxismo cuando sali¨®. Le hab¨ªa visto dos veces antes en directo, en Madrid y Mil¨¢n, tres a?os atr¨¢s. Desde entonces le escuch¨¦ con frecuencia. Su voz y su calor me acompa?aron en decenas de noches solitarias. Me he sentido muchas veces extra?o en la noche con ¨¦l. Cinco mil o seis mil personas puestas en pie, ovacion¨¢ndole, tratando de devolverle parte de las sensaciones que hab¨ªa propiciado. Cuando Frankie comienza a cantar The lady is a tramp desaparecen todos los prejuicios, los calificativos descalificadores, las impresiones que tratan de racionalizar algo tan irracional como es el coraz¨®n. Eso lo intendi¨® perfectamente, a su manera, Sid Vicious cuando bajaba desgarbadamente las escaleras del Olimpia de Par¨ªs y cantaba My way.
El fin de fiesta congreg¨® a los tres reyes, acompa?ados siempre por una orquesta que era exclusivamente perfecta. El esp¨ªritu de Hollywood inund¨® la sala. En el escenario se desarrollaba un juego fascinante, un remake espl¨¦ndido de Alta sociedad en el que Grace era Liza; Sammy, Bing, y Frankie, Frankie. Ellos luchaban musicalmente por la chica, y la chica se mostraba encantada de que lucharan por ella. Canciones compartidas, juegos, besos fugaces, un alarde de dominio total. Fue un regalo inolvidable.
Cuando sal¨ªa del Albert Hall me promet¨ª a m¨ª mismo complicarme de nuevo la vida para ser digno de un regalo de Reyes como el que tuve el 18 de abril ¨²ltimo.
Tu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo
?Quieres a?adir otro usuario a tu suscripci¨®n?
Si contin¨²as leyendo en este dispositivo, no se podr¨¢ leer en el otro.
FlechaTu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PA?S desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripci¨®n a la modalidad Premium, as¨ª podr¨¢s a?adir otro usuario. Cada uno acceder¨¢ con su propia cuenta de email, lo que os permitir¨¢ personalizar vuestra experiencia en EL PA?S.
?Tienes una suscripci¨®n de empresa? Accede aqu¨ª para contratar m¨¢s cuentas.
En el caso de no saber qui¨¦n est¨¢ usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contrase?a aqu¨ª.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrar¨¢ en tu dispositivo y en el de la otra persona que est¨¢ usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aqu¨ª los t¨¦rminos y condiciones de la suscripci¨®n digital.