La tierra de nadie
Entre la ciudad y el campo se extiende el vago paisaje de los alrededores. Son barrios en medio de los descampados, los desmontes. Se encuentran en una peculiar tierra de nadie; alejados de los or¨ªgenes, lo rural, nunca terminan de llegar a la ciudad, y su existencia tiene lugar en ese espacio silencioso, indefinido, de lo que nunca llega, de lo que ha perdido el origen.
Barrios de casas bajas, encaladas; las m¨¢s de las veces. Ostentan a¨²n signos del campo, dispersos, precarios. Patios con animales, raqu¨ªticas tierras de trigo, huertas semiocultas. Exhiben tambi¨¦n las marcas d¨¦ la ruina, de un pasado que se revela ya siempre como pasado, indescifrable. Alguna f¨¢brica sin cristales que todav¨ªa ostenta su pomposo nombre -La Europea, La Continental...-, acequias sin agua, ermitas sin culto, caminos ciegos, de arcaico y enigm¨¢tico rumbo... Este paisaje est¨¢ situado en un lugar en suspenso, indefinido. Si en cierto modo la renovaci¨®n, lo inexorable de la historia, es la regla de lo ciudadano; si, por otra parte, la certidumbre de la repetici¨®n, su serenidad, es la norma de lo rural, esta tierra de nadie semeja escapar a ambas reglas. Aislada, ensimismada, no parece pertenecer a ning¨²n proceso, ning¨²n orden ni repertorio de nombres, si no es el de su terca existencia. Suspendido, silencioso, es el territorio de la espera -siempre indefinida, siempre aplazada.Parajes de dif¨ªcil descripci¨®n, sin se?as de identidad, constituyen, sin embargo, el territorio privilegiado de cierta literatura, en torno a los a?os cincuenta, que se inscribe en este lugar de lo insignificante; este espacio de la espera indefinida.
Aldecoa
Son los personajes de Ignacio Aldecoa, que nunca terminan de llegar a la ciudad, cuya presencia, siempre en el horizonte, se les ofrece como el lugar al fin s¨®lido, frente a su propia vida en las afueras. Barriadas de los alrededores en la novela de Luis Mart¨ªn Santos, presencia s¨®rdida e inmediata que rodea constantemente la ciudad y las ilusiones del protagonista, aliadas con ella. Relato de las triviales ventas del Jarama, en S¨¢nchez Ferlosio; recuerdo de aquellas otras Ventas del Esp¨ªritu Santo que alguna vez saca a colaci¨®n P¨ªo Baroja en alguno de sus cuentos. Pintores de posguerra como Benjam¨ªn Palencia y Francisco San Jos¨¦ han recogido este paisaje tambi¨¦n, se obsesionan con los eriales y yermos que circundan la urbe -Vallecas, Camino de Vic¨¢lvaro, Cerro Almod¨®var...- Visi¨®n de un Madrid de Eduardo Vicente, asimilado casi como madrile?ista oficial, pero que, sin embargo, siempre est¨¢ pintando un Madrid de los alrededores, extra?amente vac¨ªo y melanc¨®lico.
Es un tono, un referente de la ¨¦poca. La ciudad, su espacio definido, la vida que puede nombrarse, queda m¨¢s all¨¢: "Al otro lado", como en tantos relatos de Ignacio Aldecoa.Al otro lado se encuentra esta tierra de nadie, imprecisa, paisaje dificil de un Madrid que s¨®lo excepcionalmente alcanzar¨ªamos a designar. S¨®lo retazos nos alcanzan, peque?os fragmentos de dudoso nombre. Son las casas del barrio de la Ventilla, con patios de tierra; la plaza con la fuente del barrio de Canillas; las antiguas calles de Palomeras Bajas; alguna casa cerrada y rural de un Vallecas tan diferente ahora.
Unas tabernas rurales de Tetu¨¢n. Una venta cerca de las autopistas, en la Alameda de Osuna; una huerta que ya desapareci¨®, bajo Arturo Soria. Un merendero en la Guindalera, que ahora ha engullido la M-30. Alg¨²n grabado de Ricardo Baroja, un relato de J. Su¨¢rez Carre?o, unas fotograf¨ªas en un libro sobre Alberto S¨¢nchez... Retazos, fragmentos in¨²tiles de un Madrid insignificante y en los m¨¢rgenes, de su paisaje in¨²til y silencioso.
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