Karl Popper, al d¨ªa
Para Karl Popper, la verdad no se descubre, se inventa. Ella es, por tanto, siempre, verdad provisional, que dura mientras no es refutada. La verdad est¨¢ en la mente humana, en la imaginaci¨®n y en la racionalidad, no escondida como un tesoro en las profundidades de la materia o el abismo estelar, aguardando al explorador zahor¨ª que la desentierre o detecte y exhiba al mundo como una diosa imperecedera. La verdad popperiana es fr¨¢gil, continuamente bajo el fuego graneado de las pruebas y experimentos que la sopesan, intentan socavarla -falsearla, seg¨²n su vocabulario- y sustituirla por otra, algo que ha ocurrido y seguir¨¢ ocurriendo inevitablemente en la mayor¨ªa de los casos, en el curso de ese vasto peregrinar del hombre por el tiempo que llamamos progreso, la civilizaci¨®n.La verdad es, al principio, una hip¨®tesis o una teor¨ªa que pretende resolver un problema. Salida de las retortas de un laboratorio, de las lucubraciones de un reformador social o de complicados c¨¢lculos matem¨¢ticos, ella es propuesta al mundo como conocimiento objetivo de determinada provincia o funci¨®n de la realidad. La hip¨®tesis o teor¨ªa es -debe ser- sometida a la prueba del juicio y el error, a su verificaci¨®n y negaci¨®n por quienes ella es incapaz de persuadir. ?ste es un proceso instant¨¢neo o largu¨ªsimo, en el curso del cual aquella teor¨ªa vive -siempre, en la capilla de los condenados, como esos reyezuelos primitivos que subieron al trono matando y saldr¨¢n de ¨¦l matados- y opera, genera consecuencias, influye en la vida, provocando cambios, sea en la terapia m¨¦dica, la industria b¨¦lica, la organizaci¨®n social, las conductas sexuales o la moda vestuaria. Hasta que, de pronto, otra teor¨ªa irrumpe, false¨¢ndola, y desmorona lo que parec¨ªa su firme consistencia como un ventarr¨®n a un castillo de naipes. La nueva verdad entra entonces al campo de batalla, a lidiar contra las pruebas y desaf¨ªos a que la mente y la ciencia quieran someterla, es decir, a vivir esa agitada, peligrosa existencia que tienen la verdad, el conocimiento, en la filosof¨ªa popperiana.
Cierto, nadie ha refutado todav¨ªa con ¨¦xito que la tierra es redonda. Pero Popper nos aconseja que, contra todas las evidencias objetivas, nos acostumbremos a pensar que la tierra, en verdad, s¨®lo est¨¢ redonda, porque de alg¨²n modo, alguna vez, el avance de la racionalidad y de la ciencia podr¨ªa tambi¨¦n desplomar ¨¦sta, como lo ha hecho ya con tantas verdades que parec¨ªan inconmovibles.
Sin embargo, el pensamiento de Popper no es relativista ni propone el subjetivismo generalizado de los esc¨¦pticos. La verdad tiene un pie asentado en la realidad objetiva, a la que Popper reconoce una existencia independiente de la de la mente humana, y este pie es -seg¨²n una definici¨®n de A. Tarski, que ¨¦l hace suya- la coincidencia de la teor¨ªa con los hechos.
Que la verdad tenga, o pueda tener, una existencia relativa no significa que la verdad sea relativa. Mientras dura, mientras otra no la falsea, es todopoderosa. La verdad es precaria porque la ciencia es falible, ya que los humanos lo somos. La posibilidad de error est¨¢ siempre all¨ª, aun detr¨¢s de lo que nos parecen los conocimientos m¨¢s s¨®lidos. Pero esta conciencia de lo falible no significa que la verdad sea inalcanzable. Significa que para llegar a la verdad debemos ser incansables en su verificaci¨®n, en los experimentos que la ponen a prueba, y prudentes cuando hayamos llegado a certidumbres, dispuestos a revisiones y enmiendas, flexibles ante quienes impugnan las verdades establecidas.
Que la verdad existe est¨¢ demostrado por el progreso que ha hecho la humanidad en tantos campos: cient¨ªficos y t¨¦cnicos, y tambi¨¦n sociales y pol¨ªticos. Errando, aprendiendo de sus errores, el hombre ha ido conociendo cada vez m¨¢s a la naturaleza y a s¨ª mismo. ?ste es un proceso sin t¨¦rmino, del que, por lo dem¨¢s, no est¨¢n excluidos ni el retroceso ni el zigzag. Hip¨®tesis y teor¨ªas, aunque falsas, pueden contener dosis de informaci¨®n que acercan al conocimiento de la verdad. ?No ha progresado ¨¦sta as¨ª, en la medicina, en la astronom¨ªa., en la f¨ªsica? Algo semejante puede decirse de la organizaci¨®n social. A trav¨¦s de errores que supo rectificar, la cultura democr¨¢tica ha ido asegurando a los hombres, en las sociedades abiertas, mejores condiciones materiales y culturales y mayores oportunidades para decidir su destino. (?se es el peacemeal approach que postula Popper: expresi¨®n que equivale a opci¨®n gradual o reformista, antag¨®nica a la de revoluci¨®n o tabula rasa de lo existente.)
Aunque, para Popper, la verdad sea siempre sospechosa, como en el maravilloso t¨ªtulo de una comedia de Juan Ruiz de Alarc¨®n, durante su reinado la vida se organiza en funci¨®n de ella, d¨®cilmente, experimentando a causa suya menudas o trascendentales modificaciones. Lo importante para que el progreso sea posible, para que el conocimiento del mundo y de la vida se enriquezcan en vez de empobrecerse, es que las verdades reinantes est¨¦n siempre sujetas a cr¨ªticas, expuestas a pruebas, verificaciones y retos que las confirmen o reemplacen por otras, m¨¢s pr¨®ximas a esa verdad definitiva y total (inalcanzable y seguramente inexistente) cuyo se?uelo alienta la curiosidad, el apetido del saber humano, desde que la raz¨®n
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Popper hace, pues, de la cr¨ªtica -es decir, del ejercicio de la libertad- el fundamento del progreso. Sin cr¨ªtica, sin posibilidad de falsear todas las certidumbres, no hay adelanto posible en el dominio de la ciencia ni perfeccionamiento de la vida social. Si la verdad, si todas las verdades no est¨¢n sujetas al examen del juicio y el error, si no existe una libertad que permita a los hombres cuestionar y compulsar la validez de todas las teor¨ªas que pretenden dar respuesta a los problemas que enfrentan, la mec¨¢nica del conocimiento se ve trabada y ¨¦ste puede ser pervertido. Entonces, en lugar de verdades racionales, se entronizan mitos, actos de fe, magia. El reino de lo irracional -del dogma y el tab¨²- recobra sus fueros, como anta?o, cuando el hombre no era todav¨ªa un individuo racional y libre, sino ente gregario y esclavo, apenas una parte de la tribu. Este proceso puede adoptar apariencias religiosas, como en las sociedades funda mentalistas isl¨¢micas -Ir¨¢n, sobre todo- en las que nadie puede impugnar o contradecir las verdades sagradas o una apariencia laica, como en las sociedades totalitarias (pre-pe- restroika, por lo menos), en las que la verdad oficial es protegida contra el libre examen en nombre de la doctrina cient¨ªfica del marxismo-leninismo. En ambos casos, sin embargo, como en los del nazismo y el fascismo, se trata de una voluntaria o forzada abdicaci¨®n de ese derecho a la cr¨ªtica -al ejercicio de la libertad- sin el cual la racionalidad se deteriora, la cultura se empobrece, la ciencia se vuelve mistificaci¨®n y hechizo y bajo la chaqueta y la corbata del civilizado renacen el taparrabos y las incisiones m¨¢gicas del b¨¢rbaro. No hay otra manera de progresar que tropez¨¢ndose, cay¨¦ndose y levant¨¢ndose una y otra vez. El error estar¨¢ siempre all¨ª, porque el acierto se halla, en cierto modo, confundido con ¨¦l. En el gran desafilo que es el de separar a la verdad de la mentira -operaci¨®n perfectamente posible y acaso la m¨¢s humana de todas las que constituyen la especificidad del hombre- es imprescindible tener presente que en esta tarea no hay nunca logros definitivos que no puedan ser impugnados m¨¢s tarde o conocimientos que no deban ser revisados. En el gran bosque de desaciertos y de enga?os, de insuficiencias y espejismos por los que discurre el hombre, la ¨²nica posibilidad de que la verdad se vaya desbrozando un camino es el ejercicio de la cr¨ªtica racional y sistem¨¢tica a todo lo que es -o simula ser- conocimiento. Sin esa expresi¨®n privilegiada de la libertad, el derecho de cr¨ªtica, el hombre se condena a la opresi¨®n y a la brutalidad y tambi¨¦n al oscurantismo.
Probablemente, ning¨²n pensador ha hecho de la libertad una condici¨®n tan imprescindible para el hombre como Popper. Para ¨¦l, la libertad no s¨®lo garantiza formas civilizadas de existencia y estimula la creatividad cultural; ella es algo mucho m¨¢s definitorio y radical: el requisito b¨¢sico del saber, el ejercicio que permite al hombre aprender de sus propios errores y por tanto superarlos, el mecanismo sin el cual vivir¨ªamos a¨²n en la ignorancia y la confusi¨®n irracional de los ancestros, los comedores de carne humana y adoradores de t¨®tems.
La teor¨ªa de Popper sobre el conocimiento es la mejor justificaci¨®n filos¨®fica del valor ¨¦tico que caracteriza, m¨¢s que ning¨²n otro, a la cultura democr¨¢tica: la tolerancia. Si no hay verdades absolutas y eternas, si la ¨²nica manera de progresar en el campo del saber es equivoc¨¢ndose y rectificando, todos debemos reconocer que nuestras verdades pudieran no serlo y que lo que nos parecen errores de nuestros adversarios pudieran ser verdades.
Reconocer ese margen de, error en nosotros y de acierto en los dem¨¢s es creer que discutiendo, dialogando -coexistiendo-, hay m¨¢s posibilidades de identificar el error y la verdad que mediante la imposici¨®n de un pensamiento oficial y ¨²nico, al que todos deben suscribir so pena de castigo o descr¨¦dito.
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