El Primero de Mayo y la jornada de trabajo
Tras hacer un recorrido hist¨®rico por el movimiento obrero, el autor comenta la situaci¨®n actual en Espa?a a la sombra del 14-D y en la que considera b¨¢sicas para la "higiene moral de toda la sociedad" reivindicaciones como la semana laboral de 35 horas y la supresi¨®n de las horas extras, destajos y pluriempleo.
Vamos a hacer un poco de historia, pero no por ning¨²n impulso de exhibicionismo erudito, ni por ning¨²n alarde de historicismo, que no profesamos, sino porque, junto al reconocimiento de que los hechos son irrepet¨ªbles, alguna confianza prestamos tambi¨¦n al aforismo "todo pasa y todo queda", y no vemos que un peque?o ejercicio de eso tan espec¨ªficamente humano que llamamos memoria pueda da?ar, sino al rev¨¦s, alguna determinada valoraci¨®n del presente.Corr¨ªa el mes de octubre de 1845 cuando en Nueva York se realiza el primer congreso americano en pro de la constituci¨®n de una sociedad obrera que acuerda felicitar al proletariado londinense por la consecuci¨®n de la jornada. de 10 horas. Hasta 1853 todav¨ªa se trabajaban en las empresas americanas jornadas de 11 a 14 horas. Desde el Congreso de B2Jtimore de 1867 y de la instalaci¨®n en Am¨¦rica de la Asociaci¨®n Internacional de los Trabajadores (AIT), en 1870-1971, hasta las huelgas neoyorquinas de 1872-1873, que consiguen la jornada de ocho horas para un cuarto de mill¨®n de obreros, se manifiesta un per¨ªodo convulso de agitaciones que son la antesala del llamamiento a la huelga general del 12 de Mayo de 1886, en Chicago, por la consecuci¨®n de las tres gracias (ocho horas -de trabajo, ocho de ocio y cultura, ocho de descanso), de la manifestaci¨®n del 12 de Mayo de 1887, y sobre todo del mitin de Haymiarkett, tres d¨ªas m¨¢s tarde, que culminar¨ªa en la mortal carga de los 200 polic¨ªas, en el estallido de la bomba y, seis meses m¨¢s tarde, en la ejecuci¨®n de Spies, Fischer, Engel y Pearsons despu¨¦s del suicidio de Lingg en la prisi¨®n, de aquellos que, a¨²n en vida, entre los muros, recitaban como protesta en voz alta fragmentos de Los Tejedores de Heine ("Silenciosos, no brilla el llanto de: aquellos. Con los ojos secos crujen en sus dientes f¨²nebres canciones"), y que, despu¨¦s de muertos, hicieron decir al poeta Teizel: "Ante estos cad¨¢veres, todos los obreros han de jurar solemnemente: queremos lo que estos hombres quer¨ªan".
?sta es la historia que cualquiera que lo quiera puede leer en el Memorial de Chicago, de Tom¨¢s Cano Ruiz, o en cualquier otro documento historiogr¨¢fico del tema. Ah¨ª est¨¢. Los m¨¢s honestos tambi¨¦n consignar¨¢n que cinco a?os m¨¢s tarde se har¨¢ su rehabilitaci¨®n declarando que hab¨ªan sido "v¨ªctimas de una odiosa maquinaci¨®n, juzgados por un tribunal ?legal que no pudo demostrar ninguna culpabilidad". Hace pocos a?os todav¨ªa Am¨¦rica repetir¨¢ esa su vocaci¨®n de rehabilitadora tard¨ªa en las personas de Sacco y Vanzetti, y hasta, generosa, instituir¨¢ una fiesta nacional en la persona de aquellos sacrificados de los a?os veinte. Jugadas de la conciencia. No lejos de aqu¨ª, ah¨ª al lado, en Par¨ªs de la Francia, tambi¨¦n se convirti¨® la memoria hist¨®rica de la comunera Louise Michel eninstrumento simb¨®lico para honra de prohombres... , '
Desde mediados del siglo pasado se advierten dos caracter¨ªsticas sobresalientes del desarroRo capitalista; de un lado, llevado por la lucha social y los imperativos del mercado, el desarrollo capitalista se expresa en t¨¦rminos de concentraci¨®n acumulativo-asociativa, que culminan en la configuraci¨®n de los tn?sts y de los carteles, procediendo a dejar progresivamente en la cuneta a peque?os y medios propietarios, con el correspondiente coste social de desempleo. De otro lado, la alta concentraci¨®n de capital la permite abordar programas de intensa maquinizaci¨®n, comprando y utilizando en su beneficio la revoluci¨®n industrial que le es coet¨¢nea.
Apunta as¨ª a dos fines: multiplicar los medios de rentabilidad y competencia, de cara a ampliar mercados a la busca de nuevos usuarios potenciales, y, por otro lado, profundizar en la direcci¨®n de realizar el viejo ideal capitalista de Regar a un ¨®ptimo de producci¨®n con un m¨ªnimo de productores, y ello, no tanto por razones de abaratamiento matem¨¢tico del producto, como el hecho de que siempre, y as¨ª lo sinti¨® siempre el capitalismo, la incidencia y el factor humanos constituyen un peligro potencial de desv¨ªo o alteraci¨®n de los planes econ¨®n?cos del capitalismo, concebidos para ser realizados por el hombre-m¨¢quina o, en su defecto, por la m¨¢quina misma dustitutiva del hombre. Proudhon, Marx y Engels, en sus desarrollos te¨®ricos, hab¨ªan adelantado el peligro mortal del capitalismo: el desarrollo de ¨¦ste presupon¨ªa el desarrollo de su antagonista, el proletariado, que de esta manera, y en su d¨ªa, deber¨ªa convertirse por necesidad en el sepulturero de aquel. As¨ª que el desideratum capitalista es f¨¢cilmente comprensible: poder hacer realidad un capitalismo sin proletariado.
El desarrollo de estos planteamientos evidencia en los finales de este siglo, entre Otros, cuatro fen¨®menos de capital importancia: en el orden pol¨ªtico, los Estados resultan complicados en la promoci¨®n de una pol¨ªtica exterior expansiva que se concretar¨¢ en el imperialismo econ¨®mico, cuyas contradicciones internas entre los pa¨ªses de desarrollo capitalista generar¨¢n las dos grandes guerras mundiales, precedidas, en su motivaci¨®n, de la guerra todav¨ªa cuasi dom¨¦stica de 1870. En la socialog¨ªa del arte, es de destacar c¨®mo el desplazamiento y marginalizaci¨®n de la peque?a y media burgues¨ªa se concreta en la actividad rupturista de vanguardia de la peque?a burgues¨ªa intelectual, que con el movimiento simbolista sienta las bases de futuros y profundos cortes epistemol¨®gicos que convertir¨¢n el arte en un frente de continua transformaci¨®n ideol¨®gica, a la vez que hacen sociol¨®gicamente explicable la presencia activa de un Rimbaud en la Comuna de Par¨ªs de 1871.Emancipaci¨®n estrat¨¦gica
Pero, sobre todo, queremos destacar, para nuestro cometido actual, los dos fen¨®menos que fundamentalmente al caso vienen, a saber: el proceso intensivo de profundizaci¨®n de la conciencia de clase, en el sector obrero, y de la clarificaci¨®n te¨®rica de su situaci¨®n social, as¨ª como de la significaci¨®n de la misma, tomadas ambas cosas como ingrediente estructurante fundamental de la organizaci¨®n de las formaciones de lucha y defensa de la clase obrera. La concepci¨®n estrat¨¦gica de la emancipaci¨®n obrera empieza ahora a ser una realidad.
El otro fen¨®meno, de orden estad¨ªstico y de decisiva operatividad psicol¨®gica, es el elevado nivel de paro que se produce como consecuancia de los desarrollos capitalistas descritos. Las reacciones eran, por otro lado, f¨¢cilmente previsibles. Los tejedores de Silesia, Escocia o Ly¨®n ya se hab¨ªan manifestado contra la m¨¢quina en un sentido destructivista. Ahora, m¨¢s a final de siglo, la mayor capacidad anal¨ªtica y organizativa est¨¢ en condiciones de proponer otras alternativas a los planteamientos viscerales: la soluci¨®n congruente y positiva, acorde con todas las necesidades sociales, y no s¨®lo obreras, est¨¢ en la disminuci¨®n dr¨¢stica de la jornada de trabajo. He aqu¨ª el s¨®lido fundamento explicativo de las tres gracias. He aqu¨ª la raz¨®n de los mortales enfrentamientos de Haymarkett. He aqu¨ª tambi¨¦n las razones capitalistas de la ejecuci¨®n de aqueflos cinco hombres de la Asociaci¨®n Internacional de los Trabajadores (AIT) que la tradici¨®n obrera recuerda como "los m¨¢rtires de Chicago".
Prosigue la lucha por la jornada de ocho horas desde el costado- obrero. En 1890, en la Sala Petrelle, de Par¨ªs, las organizaciones obreras deciden instituir el Primero de Mayo como la efem¨¦ride internacional de las luchas obreras. La reivindicaci¨®n de las ocho horas se va obteniendo en tiempos diferentes seg¨²n el desarrollo y grado de combatividad de los diferentes proletariados.
En Espa?a ese logro ser¨¢ el fruto de la lucha de la CNT en 1919 contra la empresa Barcelona Traction Light and Power, conocida como La Canadiense, que hizo que, el 3 de abril de ese a?o, Romanones, en su ejercicio de jefe de Gobierno, hiciera publica? un real decrero estableciendo la jornada de ocho horas en todo el territorio nacional.
El per¨ªodo de entreguerras fue todav¨ªa especialmente duro desde el punto de vista de la lucha social y de su encabalgamiento con la lucha antifascista. Despu¨¦s de 1945, el proyecto neocapitalista programa la sociedad de consumo generalizada, a la sombra del modelo econ¨®mico keynesiano, entreverado progresivamente por las correcciones m¨¢s defensivamente capitalistas de Schumpeter, lleg¨¢ndose a una situaci¨®n en la que impera el productivismo y en la que las nuevas clases medias y la aristocracia del salario generadas por ella dan la medida de la canalizaci¨®n del sobreconsumo como respuesta obligada a la sobreproducci¨®n sistem¨¢tica. Es la situaci¨®n en la que son enterradas las tesis marxistas de la polarizaci¨®n de las clases y de la pauperizaci¨®n absoluta del proletariado. Es tambi¨¦n la situaci¨®n en la que la conciencia de clase se difumina hasta casi su extinci¨®n, provoc¨¢ndose una fiebre consumista que remeda de alguna manera1os locos a?os veinte y que oscurece o relega considerablemente cualquier otro par¨¢metro de valoraci¨®n de la vida social.
Tras la crisis de 1973, y asumida ya por el sistema capitalista la inviabilidad del grado de crecimiento cero, las tesis liberales de Galbraith, o las m¨¢s radicalmente neoliberales de Friedinarin, vienen a ilustrar y a tratar de sustentar un mundo econ¨®mico presidido por la automaci¨®n y la robotizaci¨®n generalizada: m¨¢xima concentraci¨®n, OPA, oligopolios y satelitizaci¨®n de la peque?a y mediana empresa. Resultados pr¨¢cticos: frenes¨ª de reconversiones y licenciamientos masivos detrabajadores, se piensa seriamente en la lociedad de los dos tercios, con un paro obrero no s¨®lo estacionario, sino creciente y s¨®lo sometido al control del aumento del producto interior bruto capaz de sustentar la pesantez de los subsidios.
As¨ª es como llegamos a este Primero de Mayo de 1989. A poco m¨¢s de 100 a?os de los sucesos de Chicago, nos encontramos, mutatis mutandis, con una situaci¨®n similar en el orden de la relaci¨®n ciudadano/ocupaci¨®n productiva. Cierto que las disponibilidades son diferentes, pero cierto tambi¨¦n que no s¨®lo de pan vive el hombre, y que la diferencia de uso de esas disponibilidades entre los ciudadanos se hace progresivamente creciente con el crecimiento del paro, de manera que la sociedad de clases aumenta as¨ª las diferencias del estatus social de las mismas. De forma que puede aventurarse razonablemente que, a menos que la clase obrera prosiga en el s¨ªndrome de encallecimiento de la conciencia y entre por contumaz desidia en un proceso de encanallamiento moral, esta situaci¨®n no podr¨¢ ser soportada por ella, y seguramente se rebelar¨¢ frente a la misma.
En los Pactos de la Moncloa, cuando no se llegaba a los 700.000 hombres en paro, se dio como raz¨®n para imponer el 22% de techo de crecimiento del salario que ello era necesario para la recapitaliz aci¨®n de las empresas y la creaci¨®n de puestos de trabajo. La experiencia demostr¨® que se trataba de formulaciones enga?osas. El AMI, el ANE, el Al y el AES fueron testigos de la ca¨ªda en pendiente del techo salarial - 16, 13, 9, 8-, a la vez que el montante de parados rebasaba los tres millones.
Hay un alto grado de responsabilidad de todos los que injervinieron en ese proceso, y la reacci¨®n frente a la propuesta oficial del 5% en 1988 fue un toque de atenci¨®n denotativo de un estado de opini¨®n, y como plasmaci¨®n suya, el 14-1) fue una aviso que nadie deber¨ªa empe?arse en desdramatizar, y mucho menos en desvirtuar, olvidando que la reducci¨®n de la semana laboral a 35 horas, la supresi¨®n de destajos, horas extras y pluriempleo, no son reivindicaciones intercambiables o preteribles, sino reivindicaciones b¨¢sicas, verdaderas necesidades no s¨®lo de la clase obrera, sino de la higiene moral de la sociedad entera.
En esta situaci¨®n, los analistas sociales deben dar la voz de alarma, porque, a menos que se busque la producci¨®n consciente de circunstancias desesperadas para encontrar en ellas y en sus consecuencias un alivio de represiones, debemos, todos debemos, evitar llegar a situaciones en las que puedan volver a sentirse cargadas de raz¨®n las estrof¨¢s de Herweg que anta?o resonaron: "Bastante hemos amado, / ahora es hora de odiar".Jos¨¦ Luis Garc¨ªa R¨²a es secretario general de la Confederaci¨®n Nacional del Trabajo (CNT).
Tu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo
?Quieres a?adir otro usuario a tu suscripci¨®n?
Si contin¨²as leyendo en este dispositivo, no se podr¨¢ leer en el otro.
FlechaTu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PA?S desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripci¨®n a la modalidad Premium, as¨ª podr¨¢s a?adir otro usuario. Cada uno acceder¨¢ con su propia cuenta de email, lo que os permitir¨¢ personalizar vuestra experiencia en EL PA?S.
En el caso de no saber qui¨¦n est¨¢ usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contrase?a aqu¨ª.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrar¨¢ en tu dispositivo y en el de la otra persona que est¨¢ usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aqu¨ª los t¨¦rminos y condiciones de la suscripci¨®n digital.