Los nuevos exilios
No es la locura la que merece en nuestros d¨ªas los elogios del fil¨®sofo, si entendemos la locura como los rasgos de lo extraordinario de lo poco com¨²n, de lo raro o lo peligroso, puesto que no es ella la que, como en tiempos de Erasmo, gobierna el mundo, sino, por el contrario, la gris mediocridad. Impulsados unas veces por la envidia y otras desconcertados por el enfrentamiento con lo diferente, los rectores sociales siguen dan do su voto a los mediocres o claramente incapaces, mientras hunden en el anonimato a los valiosos. Preocupa constatar que a m¨¢s de medio siglo de distancia de los lamentos unamunianos sobre la envidia hisp¨¢nica, no ha cambiado la actuaci¨®n del poder, sobre todo cuando ¨¦sta se desarrolla en el marco de un Estado de derecho y por los que se autocalifican de progresistas. Muy acostumbrados est¨¢bamos bajo el r¨¦gimen fascista a que s¨®lo el amiguismo, los intereses econ¨®micos y la identidad de ideolog¨ªa permitiesen medrar. Esas condiciones dir¨ªase que simplemente eran consustanciales con dicho sistema. Pero resulta inaceptable, y altamente preocupante, que tales signos distintivos de la selecci¨®n de personas para los puestos determinantes del desarrollo social sean los que sigan hoy primando sobre el reconocimiento del verdadero talento.
Basta conocer a los funcionarios p¨²blicos de grado medio en las diversas ramas de la Administraci¨®n para no tener que a?adir m¨¢s pruebas. Dir¨ªase que el criterio de selecci¨®n aplicado a la designaci¨®n de tales personajes es el de escoger siempre al m¨¢s mediocre, que, por supuesto, se sabe menos conflictivo, y como as¨ª es todo aquel que no ejerce su derecho a la cr¨ªtica, unos porque no saben y otros porque el miedo les resulta el mejor silenciador, la conclusi¨®n es que el m¨¢s adaptable a las exigencias del jefe suele ser el m¨¢s tonto. Este criterio selectivo es el que prevalece no s¨®lo en el ¨¢mbito del poder pol¨ªtico, sino tambi¨¦n en la Universidad, en las fundaciones particulares, en las comisiones, en los centros de ayuda y en las revistas de iniciativa privada que jam¨¢s se hubieran iniciado si no las subvencionaran los fondos p¨²blicos.
Resulta enormemente inquietante el criterio que lleva a apoyar a los candidatos m¨¢s torpes por parte de los mandarines de la cultura, de la Universidad, de la pol¨ªtica, de los medios de comunicaci¨®n, ya que, debido a ese menosprecio que deben sufrir por parte de los que deber¨ªan llamarse sus compa?eros, los mejores est¨¢n desertando hacia m¨¢s gratos horizontes. Lo que se podr¨ªa llamar nuevo s exilios y no interiores. Muchos de los que jam¨¢s se exiliaron bajo la dictadura no dudan en hacerlo bajo la democracia. Resulta mucho m¨¢s doloroso y dif¨ªcil para mantener un nivel aceptable de salud mental ser perseguidos o ninguneados por aquellos que dicen defender la democracia y el progreso que por los jerifaltes fascistas de anta?o.
Este somero retrato de la actuaci¨®n de los rectores sociales movidos por la conocida envidia espa?ola -que desde Larra est¨¢ siendo comentada por todos aquellos preocupados por el presente y el futuro de un pa¨ªs-, que masacra a sus mejores personajes en esa din¨¢mica de hundir en el anonimato a los m¨¢s capaces y de situar en el poder a los mediocres, no ha tenido en cuenta la peculiaridad del ataque cuando la v¨ªctima es mujer, ya que la sociolog¨ªa oficial todav¨ªa no ha asumido los avances que el feminismo ha aportado en estos ¨²ltimos a?os. Dir¨ªase que en Espa?a el talento constituye una provocaci¨®n que pocos de los mediocres que pululan en su entorno puede soportar. Pero si el personaje destacado es mujer, la ira sube varios puntos.
Clara Campoamor, cuyo centenario se ha celebrado tan vergonzantemente este a?o, vivi¨® la hostilidad desatada contra ella, por ser mujer inteligente y feminista, por parte de tantos personajillos a quien nadie recuerda. Emilia Pardo Baz¨¢n, que nunca vio cumplido su deseo de ingresar en la Academi a de la Lengua, sum¨® a los muchos ataques que sufri¨® el de la burla por su aspecto exuberante y atractivo. Porque si el azar de las leyes gen¨¦ticas suma a otras cualidades la de la belleza y la afortunada no utiliza ¨¦sta en la seducci¨®n de varones, actividad ¨²nica a que la cultura machista dominante le impulsa, como prostituida compensaci¨®n a tantas represiones como la condena, tened la seguridad de que con dificultades saldr¨¢ la mujer ilesa de los ataques directos o incluso camufiados bajo la hip¨®crita sonrisa del amigo. Resulta tan com¨²n para todos que la cr¨ªtica a una mujer se dirija a los defectos o cualidades de su anatom¨ªa, que nadie ya se sorprende o se indigna por ello. No hay entrevista a una mujer que haya destacado por actividades bien apartadas de la exhibici¨®n de su cuerpo que no haga referencia, en un momento u otro, a su apariencia f¨ªsica, incluso a sus modales o maneras, en el tono de quien perdona tales condiciones, sobre todo si no coinciden exactamente con lo que la valoraci¨®n del cr¨ªtico considera deseable. Y sin posibilidad de librarse de semejante juicio, desgraciada la que posea un f¨ªsico insignificante o desfavorecido, pero malhadada la que sea hermosa, porque de las dos es el infierno.
Si esa mujer destaca apreciablemente entre la media de los profesionales de su gremio, se ver¨¢ continuamente asaeteada por la sonrisa maliciosa, el comentario impertinente, la suspicacia innecesaria del mediocritas de turno.
Nadie m¨¢s molesto a sus contempor¨¢neos que la mujer inteligente y libre, que no siente miedo de enfrentarse no s¨®lo al poder, sino tambi¨¦n a sus compa?eros de trabajo, y para la que su hermosura no la cataloga como un objeto de subasta. En ¨²ltimo t¨¦rmino, si los varones que rigen el pa¨ªs se deciden a apoyar a alguna mujer, ¨¦sa ser¨¢ aquella que pueda ser incondicional tanto de sus postulados ideol¨®gicos como sumisa a las pretensiones del jefe, que en esto, las mujeres, como en otras tantas cosas, puesto que su situaci¨®n siempre ser¨¢ m¨¢s desfavorecida que la de los hombres, siempre pueden perder adem¨¢s del prestigio la virginidad.
Por supuesto, el imperio de la mediocridad no s¨®lo gobierna el ¨¢nimo de los rectores sociales contra las mujeres de talento, siendo los hombres de tal condici¨®n las primeras v¨ªctimas de sus compatriotas, sobre todo porque los varones compiten con m¨¢s agresividad entre s¨ª, en relaci¨®n directa a las mayores posibilidades que tienen de alcanzar alguna cota de poder en el sector de sus preferencias. Pero las mujeres deben soportar ataques dirigidos por varios frentes, ya que aparte de la natural competencia que existe entre ellas, los varones se sienten aludidos, y en consecuencia gravemente ofendidos, ante los ¨¦xitos de una mujer, y, por tanto, ¨¦sta padecer¨¢ el asalto de muchas iras lanzadas contra ella desde distintos ¨¢ngulos y por diferentes enemigos.
En conclusi¨®n, al disgusto por la injusticia sufrida en propia carne, muchos a?adimos, con un sentimiento m¨¢s altruista que el ego¨ªsta, aunque muy leg¨ªtimo, deseo de ver reconocidos nuestros m¨¦ritos, el de la preocupaci¨®n por que el destino de la patria caiga en manos de los personajes designados por nuestros dirigentes actuales ¨²nicamente por su sumisi¨®n incondicional. Y no s¨®lo en raz¨®n de planteamientos ¨¦ticos -siempre necesarios aunque no suficientes-, porque tales maniobras constituyan delito, ni pecado, ni sean dignas de cr¨ªtica por la hipocres¨ªa o la maldad que encubren, que m¨¢s importante es ser inteligente que bueno cuando de importantes asuntos de Estado se trata, sino, sobre todo, porque resulta aterrador concluir que si, como sucede hoy, los que detentan los diversos poderes del pa¨ªs siguen maniobrando para poner toda clase de obst¨¢culos en la carrera de los mejor preparados, mientras sit¨²an en el mejor lugar de salida sus incondicionales, que suelen ser los peores, antes de que el siglo d¨¦ la vuelta estaremos regidos por incapaces.
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