Vivir como un soldado y escribir como un tendero
'La caja negra', del novelista Amos Oz, transparenta las tensiones de Israel
Amos Oz parece escapado de una novela sobre los primeros tiempos de Israel: es un sabra y adem¨¢s kibutz -quiere decirse que es jud¨ªo nacido en Israel y ha vivido la mayor parte de su vida en un kibutz-; su familia, de la que quiso escapar, le marc¨® con una indeleble pasi¨®n por los libros, y tiene las arrugas labradas por el viento de quien ha pasado mucho tiempo al aire libre: en las labores de granja, que son obligatorias en un kibutz, y tambi¨¦n combatiendo en las dos guerras que le han correspondido: la de 1967 y la de 1973. Oz es un activo militante del movimiento Paz Ahora, en el que participa "por indignaci¨®n" y mira su oficio como el de un tendero: "Yo abro (me siento a escribir). Si los clientes (las ideas) vienen, tanto mejor. Si no, yo he cumplido".
Este hombre peque?o con manos de campesino y profundas arrugas en la cara que parece una versi¨®n ruda -y real- de un h¨¦roe de Hollywood se escap¨® de la casa en la que reinaba su padre, un burgu¨¦s de derechas, con la intenci¨®n de conducir tractores y volverse izquierdista. Con el tiempo le dio por los libros, igual que en la casa paterna, y ello le sugiere la idea de que, quiz¨¢, "las revolucionarios terminan regresando al origen". Sin embargo, ahora que ya no vive en un kibutz por los problemas de asma de uno de sus hijos, que le piden vivir en el sur profundo de Israel (a dos hor¨¢s de Jerusal¨¦n y de Tel Aviv), s¨®lo piensa en regresar, entregar todas sus ganancias al "feliz tesorero del kibutz", y dividir su tiempo entre la creaci¨®n, la ense?anza de la literatura hebrea y las labores propias de todo kibbutzim: "Soy el camarero m¨¢s r¨¢pido, algo de lo que estoy orgulloso", dice, no sin cierta coqueter¨ªa intelectual.Amos Oz se someti¨® ayer a uno de esos reg¨ªmenes de entre vistas sucesivas y comidas con cr¨ªticos y expertos que hacen meditar sobre las supuestas bonda des de la fama, y ello, primero para presentar su novela La caja negra, que lleva vendidos 90.000 ejemplares en Israel, y tambi¨¦n para apoyar las ideas del movimiento Paz ahora, que propugna la retirada israel¨ª de los territorios de Gaza y Cisjordania. Y no a partir de un sentimiento de culpa o algo semejante, sino con la dolorosa certeza que lleva a la conclusi¨®n de que lo mejor es divorciarse. Como su personaje Alex, extremadamente fr¨ªo, Oz explica que no hay nada de hippismo, ni de Jane Fonda en Hanoi, en el movimiento en el que participa. "Para m¨ª, lo con trario de la guerra es la paz, no el amor, y si mi pa¨ªs volviera a estar en grave peligro, volver¨ªa a com batir". Por lo dem¨¢s, si no ha es crito sobre la guerra es porque no es algo que se pueda articular con palabras, sino en todo caso con alaridos".
Lo primero que se le apareci¨® en La caja negra (Gr¨ªjalbo), se g¨²n comenta Oz en el despobla do sal¨®n de un hotel admirablemente feo, fueron los personajes, y emprendi¨® la escritura sin saber demasiado bien qu¨¦ iba a suceder. Pronto se le impuso la evidencia de que los personajes eran muy fuertes, y se encontr¨® a s¨ª mismo convertido en "el cabeza de una familia mediterr¨¢nea, todos grit¨¢ndose entre s¨ª y sin quererse escuchar". Se le ocurri¨® la misma soluci¨®n que usa cuando se pelea con su mujer y teme que ella no le deje terminar la frase: la escribe en una nota y su mujer se la tiene que tragar entera.
Pues lo mismo: escribi¨® una novela epistolar. Los personajes son los miembros de una familia que incluye a una mujer sensible, sus dos maridos (un ashkenazi jud¨ªo del norte, un occidental bastante parecido a Oz, y un sefard¨ª o jud¨ªo de ascendencia espa?ola, religioso y fan¨¢tico), y un adolescente que es supuesto hijo del primero, que no sabe d¨®nde poner ni su tama?o de atleta ni su rebeli¨®n al viejo estilo, adem¨¢s de una secundaria t¨ªa y un abogado que tiene el fr¨ªo esp¨ªritu de un notario. Todos ellos intentan deshacer el l¨ªo que hicieron con sus vidas hace siete a?os, y se mueven en una caja negra.
Fue una experiencia extrema damente dif¨ªcil, dice Oz, veterano escritor con una colecci¨®n de novelas cortas y un libro de testimonio muy conocido, Voces de Isr¨¢el, y lo m¨¢s dif¨ªcil de todo fue proporcionar la informaci¨®n ne cesaria al lector: "Es muy dif¨ªcil que una mujer le escriba a su ex marido: 'Nosotros, que como sabes permanecimos casados seis a?os...', y sin embargo es preciso que el lector se lo crea".
Sin gur¨²s
Oz pertenece a ese 3,5% de la poblaci¨®n israel¨ª que ha elegido al vida de kibutz -en los mejores tiempos del ideal kibutz se lleg¨® al 4,5%-, y s¨®lo espera a que el asma de su hijo de once a?os mejore para poder regresar. "Un kibbutz es la versi¨®n moderna de la gran familia", dice. "Conozco a unas 400 personas, que es m¨¢s de lo que usted conoce en Madrid, y mi conocimiento es tan profundo que es casi gen¨¦tico. El reverso es que ellos me conocen a m¨ª igual de bien, pero ese es el precio que hay que pagar. El secreto de la permanencia del kibutz es que no hemos tenido ni gurus ni libros rojos." En cualquier caso, a?ade, "es una gran experiencia para quien, como yo, no ha hecho en la vida m¨¢s que observar y escuchar. Pero no hay que caer en el idealismo. El kibbutz no es m¨¢s que una versi¨®n reducida de la vida exterior, con sus mezquindades, sus envidias, celos y dem¨¢s. Afortunadamente".
Su vida ahora en el extremo sur se reparte entre algunas clases en la universidad de Beershiva, la militancia pol¨ªtica que realiza cuando ya la indignaci¨®n le obliga a moverse, y su trabajo riguroso: seis o siete horas, desde las ocho de la ma?ana a mediod¨ªa. No siempre escribe, pero permanece frente a la mesa porque siempre puede suceder que un cliente, una idea, cruce la puerta. Como un tendero.
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