"La pobreza es una idiotez"
La historia, se sabe, la escriben los vencedores y sus herederos. Pero hay batallas p¨ªrricas que todos los combatientes pretenden haber ganado. La guerra contin¨²a entonces de forma pol¨¦mica entre ide¨®logos y doctrinarios para designar al triunfador. A este g¨¦nero de victorias pertenece el resultado de la Revoluci¨®n Francesa. La disputa intelectual sobre unos acontecimientos que sucedieron a 200 a?os de nuestra iluminaci¨®n hist¨®rica a¨²n no ha terminado.Le pasa a la Revoluci¨®n Francesa lo mismo que al derecho romano. Todo el mundo ha o¨ªdo hablar, incluso ha le¨ªdo algo sobre el tema, y tiene la opini¨®n de que la primera fue fundadora del Estado liberal, es decir, del derecho p¨²blico, y el segundo, la fuente primordial de la actual legislaci¨®n civil, es decir, del derecho privado. Pero ning¨²n historiador o jurista, ninguna persona culta puede permitirse la grosera referencia a estas grandes causas hist¨®ricas de la modernidad como si consistieran en dos criaturas paridas en estado adulto por la civilizaci¨®n europea, a las que podamos acudir en busca de ayuda aclaratoria del presente consultando su bloque revolucionario o su c¨®digo hist¨®rico.
Para conocer la influencia del derecho romano en nuestras instituciones civiles, lo primero que aprendemos, no sin cierta sorpresa, es que el derecho romano, as¨ª, sin apellidos, no existe. Ni como sistema procesal n como jurisprudencia. Durante 700 a?os estuvieron en vigor muchos derechos romanos, a veces incompatibles entre s¨ª. Para que nos sean ¨²tiles hemos de buscarlos por sus apellidos de identificaci¨®n paterna, seg¨²n la autoridad que los crea, y por su acta de nacimiento, seg¨²n el r¨¦gimen pol¨ªtico que los alumbra.
M¨¢s extra?eza produce que frente a s¨®lo dos lustros de la Revoluci¨®n Francesa nos encontremos en la misma situaci¨®n. No podemos hablar con propiedad de la Revoluci¨®n Francesa calific¨¢ndola, por ejemplo, de liberal como podemos hacer con la sovi¨¦tica llam¨¢ndola igualitaria. A la Revoluci¨®n Francesa hay que ponerle tambi¨¦n apelativos. Dentro de ese corto per¨ªodo se producen rebeliones de notables e insurrecciones de masas urbanas y campesinas que no es posible relacionar como sucesivas continuidades de un mismo movimiento revolucionario. Los grandes acontecimientos se produjeron casi siempre con tal autonom¨ªa de iniciativa y de sentido que llegan a constituir verdaderas discontinuidades hist¨®ricas, unas veces reformistas o revolucionarias y otras de signo reaccionario o contrarrevolucionario. Pese a la homogeneidad de su cultura ilustrada y a la proximidad de sus iniciales ambiciones reformistas, las ideas que encarnaron con sus acciones hombres como Mirabeau, Barnave, Brissot, Danton, Robespierre, Bar¨¨re, Anglas, Barras y Siey¨¨s son tan distintas y, en aspectos sustanciales, tan opuestas como todas ellas lo son al ancien r¨¦gime. No hay rigurosamente una Revoluci¨®n Francesa. Ning¨²n acontecimiento, por significante que sea respecto a la ruptura de la monarqu¨ªa absoluta, es la Revoluci¨®n Francesa.
Nuestros ¨®rganos visuales y auditivos, a causa de una largu¨ªsima evoluci¨®n biol¨®gica regida por la selecci¨®n natural, est¨¢n construidos como filtros de alta precisi¨®n que s¨®lo dejan pasar al cerebro las ondas emitidas en longitudes y frecuencias ¨²tiles y saludables para la supervivencia de nuestra especie. Las generaciones humanas, en cambio, est¨¢n mentalmente acomodadas para que s¨®lo puedan recibir de su propia historia aquella informaci¨®n que sea ¨²til y saludable a la supervivencia de la organizaci¨®n pol¨ªtica que realiza tal acomodaci¨®n cultural. Los grandes hechos hist¨®ricos, que todav¨ªa influyen en la revalorizaci¨®n o desprestigio de los sistemas pol¨ªticos actuales, nos llegan a la memoria colectiva como juicios sint¨¦ticos de car¨¢cter ideol¨®gico producidos por la cultura dominante para darnos la lecci¨®n del pasado que m¨¢s conviene a la perpetuaci¨®n de su dominio. Es as¨ª como el futuro va creando distintas versiones de la Revoluci¨®n Francesa.
La moda neoliberal que inunda hoy los centros productores de opini¨®n p¨²blica deja pasar por su estrecho filtro de percepci¨®n un solo mensaje: triunfo hist¨®rico de la Revoluci¨®n Francesa, de car¨¢cter liberal, y fracaso hist¨®rico de la Revoluci¨®n de Octubre sovi¨¦tica, de car¨¢cter igualitario. La intencionalidad de este mensaje educativo es clara: la libertad pol¨ªtica no tiene que ser utilizada para promover la igualdad social porque la historia ha demostrado los inmensos da?os sufridos por los pueblos que han intentado realizar esta utop¨ªa.
Pero del mismo modo que el progreso tecnol¨®gico nos proporciona sofisticados aparatos que extienden y perfeccionan nuestra agudeza visual y auditiva, tambi¨¦n el progreso de las ciencias hist¨®ricas nos ha desvelado la realidad de aquellos acontecimientos que nos fueron contados como grandes leyendas de lo que pudo ser y no fue (revoluci¨®n inacabada), de lo que fue s¨®lo en parte subordinada (revoluci¨®n burguesa) y de lo que no fue (revoluci¨®n liberal), a causa de la perspectiva rom¨¢ntica, liberal o socialista bajo la que se miraron. La vigencia de estos falsos t¨®picos es debida a la coincidencia de las ideolog¨ªas liberal y socialista, monopolizadoras de nuestra cultura, en la exaltaci¨®n del papel revolucionario y progresista de la burgues¨ªa. La idea dominante sobre la Revoluci¨®n Francesa, el paradigma hist¨®rico, contin¨²a siendo por ello el de una acci¨®n liberalizadora y progresista de la burgues¨ªa, contra el orden jer¨¢rquico y el modo de producci¨®n feudal, para desarrollar el esp¨ªritu de la raz¨®n (relato liberal) o el modo de producci¨®n capitalista (relato socialista) a trav¨¦s de un Estado liberal.
La validez de este paradigma exige necesariamente la verificaci¨®n de los tres supuestos hist¨®ricos en que se apoya: que la burgues¨ªa llev¨® la iniciativa en las tres insurrecciones de 1789 que abatieron los privilegios de la nobleza y del clero; que la pasi¨®n motriz de esas sublevaciones fue la libertad, y que el Estado liberal surgido por primera vez en 1795 fue consecuente resultado del movimiento progresista de la burgues¨ªa comenzado en junio de 1789.
No es lugar ni ocasi¨®n para mostrar aqu¨ª la falsedad hist¨®rica de estos tres presupuestos ni para citar la minuciosa investigaci¨®n historiogr¨¢fica que los contradice, pero s¨ª es momento
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de recordar el neovitalismo cu¨ªtural y el neoliberalismo en el poder pol¨ªtico que la celebraci¨®n oficial de este bicentenario se est¨¢ haciendo bajo la misma impostura con la que los Gobiernos liberales conmemoraron el primero: considerar el Estado liberal inventado en 1795, tras el desmantelamiento de la dictadura jacobina, como una continuidad progresista del movimiento revolucionario iniciado en 1789.
En enero de 1891, la Comedia Francesa estren¨® en Par¨ªs el drama hist¨®rico Thermidor, de Victoriano Sardou, autor entonces muy famoso por los ¨¦xitos internacionales que sus obras daban a Sara Bernhardt. Los conspiradores termidorianos son presentados como los salvadores de la Rep¨²blica y de la libertad frente a la tiran¨ªa y terror de Robespierre. A la tercera representaci¨®n, la polic¨ªa tiene que cerrar el teatro ante los tumultos de los espectadores y las violentas manifestaciones callejeras. Clemenceau interpela en el Parlamento al jefe de la derecha liberal, D¨¦roul¨¨de: "Se?ores, que lo queramos o no, que nos guste o nos choque, la Revoluci¨®n Francesa es un bloque del que no se puede retirar nada porque la verdad hist¨®rica no lo permite". El artista false¨® la primera rep¨²blica, pero el pol¨ªtico radical recurri¨® a la impostura de la tercera.
El liberalismo pol¨ªtico del siglo XIX no tuvo la honestidad de aceptar la herencia de Termidor a beneficio de inventario, es decir, repudiando a la vez la dictadura jacobina y el patrimonio democr¨¢tico que la precedi¨®. Se declar¨® heredero universal de toda la revoluci¨®n, como un solo bloque hist¨®rico, para contar con un t¨ªtulo de nobleza revolucionaria y gobernar con buena conciencia progresista el activo reaccionario realmente heredado. Los liberales, como ahora los neoliberales, no reconocieron la evidencia hist¨®rica de que el Estado liberal fue una genuina y aut¨®noma reacci¨®n de miedo de las oligarqu¨ªas tras la ca¨ªda de la dictadura jacobina y la muerte en el Temple de Luis XVII que hizo imposible una vuelta a la monarqu¨ªa relativa de 1789. Para eludir el doble peligro que para ellas supon¨ªa la aspiraci¨®n popular a que se depurasen las responsabilidades de los servidores de la dictadura, con un retorno a la Constituci¨®n democr¨¢tica de 1793, y la amenaza de Luis XVIII de restaurar la monarqu¨ªa absoluta con una invasi¨®n extranjera, decidieron hacer las paces, esto es, evitar una revisi¨®n del pasado inmediato, impedir la restauraci¨®n del pasado lejano, eliminar en el futuro la participaci¨®n de las masas populares en la vida pol¨ªtica, y perpetuar de este modo el presente.
El primer impulso de los termidorianos fue continuar el robespierrismo sin Robespierre. Sorprendidos por la explosi¨®n popular de alegr¨ªa y por el deseo general de gozar las libertades, se vieron forzados a desmantelar en serie las leyes y ¨®rganos de acci¨®n de la dictadura. El continuismo pretendido por Bar¨¨re fue sustituido por el pacto de la concordia entre patriotas y mon¨¢rquicos, entre exaltados y moderados, entre revolucionarios y contrarrevolucionarios. A cambio de un reparto del poder y del olvido del pasado, Boissy d'Anglas presenta una Constituci¨®n del Estado, aprobada por consenso, que elimina toda posibilidad de alternativa para los electores y limita las funciones estatales a las de polic¨ªa, administraci¨®n de justicia, emisi¨®n de moneda, recaudaci¨®n de contribuciones y direcci¨®n de un ej¨¦rcito cada vez m¨¢s aut¨®nomo. Este Estado residual, respecto del absoluto y del democr¨¢tico, fue gobernado por el directorio de Barras como bot¨ªn de la clase pol¨ªtica autoperpetuada, sin la menor preocupaci¨®n de que respondiera a los principios racionales de la separaci¨®n de poderes -motivo por el que Siy¨¨s renunci¨® al directorio para el que hab¨ªa sido elegido- y sin el m¨¢s m¨ªnimo respeto al mercado econ¨®mico, que fue efectivamente liberalizado del control administrativo para introducir la libre competencia entre la clase financiera especuladora y la clase pol¨ªtica instalada, que conced¨ªa los suministros a la armada y concertaba los pr¨¦stamos de capital extranjero con fabulosas comisiones.
Los propios inventores de esta nueva concepci¨®n del Estado eran conscientes de que estaban rompiendo el equilibrio entre la igualdad y la libertad alcanzado en 1789. Mirabeau hab¨ªa intentado entonces limitar el derecho a la igualdad mediante una declaraci¨®n de deberes, pero la Asamblea sigui¨® la opini¨®n contraria de Barnave y aprob¨® la grandiosa Declaraci¨®n de Derechos redactada sobre el borrador del arzobispo de Burdeos. Los termidorianos introducen en 1795 una declaraci¨®n de deberes para restringir la igualdad de derechos. El diputado Lanjuinais lo explic¨® as¨ª: "En 1789, la igualdad se defini¨® negativamente con relaci¨®n a las ¨®rdenes y privilegios. Hoy se la tiene que definir positivamente: la ley es la misma para todos". Barras define lo que entend¨ªan por positivo: "La diputaci¨®n era procurada como una posici¨®n ventajosa para llegar a la fortuna m¨¢s que a la gloria. A medida que se debilitaban las ideas morales de la revoluci¨®n iban cediendo su lugar a las ideas materiales. Se dec¨ªa ya que el siglo era positivo". Trasladado este materialismo al mundo pr¨¢ctico del poder y de los salones de Par¨ªs, qued¨® convertido en el famoso lema de Barras: "La pobreza es una idiotez; la virtud, una torpeza, y todo principio, un simple expediente". Benjamin Constant, la fuente del actual neoliberalismo franc¨¦s, se da a conocer escribiendo la primera apolog¨ªa de este r¨¦gimen. Lo positivo del siglo entra en el gobierno como "vicio apoyado en el brazo del crimen", es decir, como Talleyrand en Fouch¨¦.
El liberalismo termidoriano no fue consecuencia de un movimiento expansivo de la econom¨ªa burguesa, que tard¨® medio siglo en recuperar el nivel de comercio exterior que ten¨ªa en 1789. Tampoco se debi¨® a una ordenaci¨®n ¨¦tica de su modo social de vivir, que no intent¨® hasta 35 a?os despu¨¦s, a partir de la monarqu¨ªa de Luis Felipe. Fue simplemente el fruto del pacto moderno entre el poder y las finanzas. Este pacto, revestido de concordia nacional y de consenso pol¨ªtico entre antiguos adversarios, produjo la desmoralizaci¨®n popular y la consagraci¨®n de una regla de la mec¨¢nica social: las fuerzas reaccionarias tienden a extenderse hasta el l¨ªmite m¨¢ximo de relajaci¨®n cuando cesa -y en la medida que cese- el movimiento democr¨¢tico que las comprime. Cansado de la tensi¨®n moral de la dictadura y decepcionado de las ilusiones despertadas por la recuperaci¨®n de las libertades, el pueblo abandon¨® la escena pol¨ªtica dej¨¢ndola a los que llam¨® despectivamente perpetuos porque hab¨ªan hecho de la pol¨ªtica su raz¨®n de vivir.
La extensi¨®n del actual neoliberalismo tampoco est¨¢ fundada en nuevos descubrimientos de las teor¨ªas econ¨®mica o pol¨ªtica, sino en esa misma regla de la mec¨¢nica social que dio el poder a la reacci¨®n termidoriana. Su moda fuera del mundo anglosaj¨®n no proviene de una legitimaci¨®n hist¨®rica progresista ni de una supuesta superioridad intelectual o moral, sino precisamente de la debilidad y esclerosis de la alternativa democr¨¢tica, monopolizada durante demasiado tiempo por la ideolog¨ªa marxista, que nunca pudo superar la concepci¨®n rom¨¢ntica de la clase obrera como protagonista de la historia ni la anarquizante y ut¨®pica idea de la disoluci¨®n del Estado en una sociedad sin clases. El fracaso del socialismo como realidad hist¨®rica, y como idea realizable, ha dejado a las masas democr¨¢ticas abandonadas a una sola pr¨¢ctica neoliberal de gobierno. Nuevamente el pacto del poder y las finanzas ha convertido a la clase pol¨ªtica del consenso y de la reconciliaci¨®n en un verdadero sindicato de profesionales del poder de car¨¢cter termidoriano.
Pero la idea democr¨¢tica, es decir, la libertad como fundamento de la igualdad posible, es anterior en su realizaci¨®n hist¨®rica y superior en humanidad a las ideas liberal o socialista, que convierten a la libertad en pretexto y fundamento de la desigualdad o en mec¨¢nica consecuencia de una igualdad inalcanzable.
Hay que esperar a 1995 para celebrar el bicentenario del nacimiento del Estado liberal. En 1989 debemos traer a la memoria com¨²n el ideal realizable de la democr¨¢tica Declaraci¨®n de los Derechos del Hombre y las tres revoluciones que la hicieron posible: la aristocr¨¢tica versallesca de junio, que conquist¨® la igualdad de voto en la reuni¨®n de los Estados Generales; la urbana parisiense de julio, que conquist¨® la igualdad ciudadana en la administraci¨®n municipal, y la campesina fronteriza de agosto, que conquist¨® la igualdad civil contra los privilegios de la nobleza y el clero provocando la conversi¨®n de los Estados Generales en Asamblea legislativa.
La aspiraci¨®n a la igualdad de derechos y oportunidades inici¨® en 1789 tres revoluciones democr¨¢ticas que una reacci¨®n liberal de la libertad pol¨ªtica remat¨® en 1795.
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