El posSIDA
La amenaza del SIDA ha cambiado la est¨¦tica de los encuentros nocturnos, no entre los grupos de riesgo, evidentemente, sino entre los sencillamente amenazados. M¨¢s amenazados por la publicidad que por el propio riesgo, seg¨²n creo. Aparte de los mu?equitos del si-da-no-da, la informaci¨®n en im¨¢genes del presunto contagio se ha dirigido a j¨®venes limpios en el primer despertar, no digo que no sea el m¨¢s violento, de su sexo. El anuncio televisivo por excelencia era -es- aquel en el que un reci¨¦n peinado, con una cazadora de aviador de boutique o algo as¨ª, una sonrisa inmune a la caries, rostro cuadrangular de buen besador, era parcialmente asediado por chicas con manos de ofidio en una discoteca hecha de contraluces y suaves charcos de ne¨®n. Al final, una voz en off, o cualquier otro injerto, le avisaba del peligro y le propon¨ªa cierta protecci¨®n en la que embutirse.No recuerdo tipos tirando de la goma del antebrazo o cuarentones sin pelambrera a la nocturna b¨²squeda del placer. S¨®lo una especie de naturaleza muerta con jeringuillas, que resultaba una especie de bodeg¨®n animado. Cierto que la dureza de algunas im¨¢genes y la curiosidad que alimentan podr¨ªan ser peor que el remedio. Pero, aparte de que la est¨¦tica del medio impone la est¨¦tica de la informaci¨®n, es curioso que las im¨¢genes que est¨¢n quedando sean las de esos j¨®venes pulcros, sin pecado en el alma, cuya inocencia nunca se marchita por un poco de abandono. Una hip¨®tesis es que el SIDA no est¨¢ cambiando la realidad s¨®lo por causa del terror que produce, sino tambi¨¦n por la forma en que ha hecho p¨²blico ese terror. Por las im¨¢genes que ha ofrecido de ese miedo. Eso enlaza con los cambios de decorado y de m¨¢s cosas en los encuentros nocturnos. Un paseo por zonas bien de Madrid, por los locales donde pueden hallarse a los j¨®venes que pretend¨ªa retratar el anuncio, revela algo distinto en esos sitios. En los aleda?os de la Castellana, con Goya en un l¨ªmite y Modesto Lafuente en el otro, se muestra un surtido de esta clase de lugares. Para decirlo de una vez, la est¨¦tica de lo cl¨ªnico ha reemplazado a la est¨¦tica de la diversi¨®n y a la de aqu¨ª te pillo, aqu¨ª te mato, que es semejante o querr¨ªa serlo.
Un hospital o una cl¨ªnica se diferencian de otros espacios en que lo que all¨ª ha sido puesto no tiene su origen en manos humanas, sino en una cierta pasi¨®n por la asepsia que convierte lo privado en objeto de uso p¨²blico. Pongamos un cuarto hospitalario. Hay una cama, una mesilla, un sill¨®n de reposo y un corredor entre los muebles por donde caben los pasos de un enfermo en un posoperatorio. Cada cuarto es propio, pero cada cuarto es igual al del vecino. Lo importante no es la semejanza, sino la mano que ha dise?ado esos espacios con una pretensi¨®n de salud p¨²blica. Se sienten las pisadas de la enfermedad por encima de las de la vida. Por all¨ª anda la prevenci¨®n m¨¢s que la salud.
En los locales pos-SIDA sucede lo mismo. Hay una mesa de billar, una barra, un tresillo, un rect¨¢ngulo para las m¨¢quinas tragaperras, una escalera, lejanos cuartos para contribuir a la higiene personal. Todo, no a la distancia de la estrechez de otros tiempos en los que el roce era el aviso del contacto, y el contacto, lo ¨²nico deseable, sino a la distancia de lo intocable, de la dificultad de palparse y en el abismo de la consumici¨®n. Hay un local en Modesto Lafuente que ha puesto tres metros entre la barra y los asientos, 10 o 12, y un nivel distinto entre los asientos y la mesa de billar, 20, y otro nivel distinto entre todo eso y el tresillo de besarse, etc¨¦tera. Para que la gente se roce en un espacio como aqu¨¦l es preciso que se llene con 400 personas, cuando es de todos sabido que camareros no hay m¨¢s que para 50. Y servicios, billar, asientos o m¨¢quinas, para muchos menos. Cuando no hay m¨¢s de 20 personas, cosa que suele suceder cualquier d¨ªa entre semana, uno siente la soledad del enfermo abandonado a la visita de una enfermera trashumante o un m¨¦dico de guardia. No va a ese lugar para tropezarse, sino para escapar.
Antes era de otra manera. El achicharramiento estaba de moda, y si no sent¨ªas un codo ajeno en los ri?ones, algo no funcionaba. En los sitios de ahora, la gente se besa tambi¨¦n, pero poniendo los labios en pico, como cumpliendo un ritual que depende de la penicilina.
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