La¨ªn
No es frecuente que el autor de una obra intelectual cuantiosa se incline sobre s¨ª mismo y la someta a una nueva lectura con ¨¢nimo de serena revisi¨®n. Para ello hace falta alcanzar edad suficiente que permita hacer memoria de la labor rendida sin perder la esperanza de hacer obra futura; es decir, resulta preciso ser viejo pero no acabado anciano, que s¨®lo se solaza en los recuerdos, y perseguir a¨²n con ilusi¨®n esas piezas que se le escaparon durante sus largas cacer¨ªas intelectuales y a las que no pudo, en aquel instante, dedicarles adecuada atenci¨®n. ?ste es el caso de Pedro La¨ªn Entralgo, quien durante 16 mi¨¦rcoles -de enero a mayo- ha dado un curso ejemplar, bajo el ep¨ªgrafe Revisi¨®n de una vida intelectual, en el atopadizo auditorio del Banco Bilbao Vizcaya en Madrid. Sin soberbia ni falsa modestia, simplemente con sencillez -virtudes poco s¨®litas en el hombre de letras-, fue explicando a los numerosos oyentes que tuvimos la suerte de seguir sus conferencias la g¨¦nesis de sus libros, lo que de ellos -claro est¨¢, la mayor parte- se muestra ufano y lo que de ellos siente ahora como menesteroso o superado, a veces por ¨¦l mismo, en sus propias publicaciones posteriores. Nuestro mayor asombro fue ver la lozan¨ªa en el decir y en el vigor expositivo de este profesor em¨¦rito de 81 a?os, hasta el punto que muy bien podr¨ªa afirmar ¨¦l mismo lo que Picasso dec¨ªa -tambi¨¦n a sus 80 a?os- a un visitante adulador que elogiaba superenne juventud: "?Si supiera usted, amigo, cu¨¢ntos a?os hacen falta para aprender a ser joven!".Pero es claro que el La¨ªn de estos d¨ªas sabe muy bien que "ya no puede serlo todo" ni "puede comenzar a vivir de nuevo ma?ana", como ¨¦l caracterizaba a la juventud; pero, en cambio, puede comunicar a los dem¨¢s la experiencia que le ha dado su noble y fruct¨ªfera vida.No voy a contar esta vida suya porque lo ha hecho con pleno acierto uno de sus m¨¢s preclaros disc¨ªpulos, el doctor Agust¨ªn Albarrac¨ªn, en el Retrato que public¨® el C¨ªrculo de Lectores con ocasi¨®n de su octog¨¦simo aniversario. Pero s¨ª quiero se?alar los hitos fundamentales de su aventura intelectual; es decir, sus tres pasiones v¨ªscerales: la de historiador de la medicina, la de humanista y la de espa?ol cabal preocupado por Espa?a, en todas las cuales se ha sentido alteirnativamente disc¨ªpulo y maestro.
Como historiador de la medicina, puede decirse que ha sido el verdadero creador de esta disciplina en la Universidad espa?ola, no sin sentir en su mocedad la fascinaci¨®n de la fisica te¨®ricia -siempre influye en estos entusiasmos la labor de un buen profesor; en el caso, la del matem¨¢tico Sixto C¨¢mara, de la universidad de Valenciay luego su afici¨®n temprana a la psiquiatr¨ªa. "Nada se aprende en verdad", ha dicho La¨ªn, "si no es por la v¨ªa de una verdadera pasi¨®n: ese estremecimiento espiritual que en el alma del aprendiz produce, haci¨¦ndose problema, la disciplina que desea aprender". Pasi¨®n y estremecimiento, entusiasmo y sensibilidad, que La¨ªn supo transmitir despu¨¦s como maestro a sus disc¨ªpulos.Pero la psiquiatr¨ªa, que bucea en el alma humana, le llev¨® a la exigencia del conocimiento del hombre, de ¨¦ste a la necesidad de la filosofia y a la b¨²squeda del puesto del hombre en el cosmos y de lo eterno en el hombre (por emplear dos t¨ªtulos de Max Scheler), y al convencimiento de que pertenec¨ªa a un pasado que hab¨ªa de comprender y a un futuro que deb¨ªa so?ar y proyectar, justamente aqu¨ª y ahora, o m¨¢s exactamente aqu¨ª y entonces; esto es, en Espa?a y sobre el rescoldo a¨²n humeante de una de las guerras civiles m¨¢s cruentas de su tr¨¢gica historia.
A Espa?a, por acci¨®n o meditaci¨®n, dedic¨® La¨ªn no pocas horas de su vida y varios trabajos y libros. A qu¨¦ llamamos Espa?a es uno de ¨¦stos, que examin¨® con cuidado en una de sus conferencias. "Dios m¨ªo, ?qu¨¦ es Espa?a?", se interrogaba con la misma pregunta que 50 a?os antes se hiciera Ortega, pregunta por lo visto insoslayable en todo pensador hispano. "Ver las cosas", dice La¨ªn, "?no es acaso, como Husserl y Ortega nos ense?aron, completar lo que de ellas se ve con lo que de ellas no se ve?", con el recuerdo o la imaginaci¨®n. Y, siguiendo su m¨¦todo habitual, va recorriendo cuanto dijeron sobre su patria los grandes escritores y caracterizando las modulaciones que le han dado los diversos pueblos que la forman, pues "la diversidad es, sin duda, la clave central de la vida y la tierra de Espa?a". Las empresas en que se metieron los espa?oles, esos habitantes de la Pen¨ªnsula "que iniciaron, a partir de los primeros siglos de la Reconquista, un nuevo modo colectivo de vivir", no se remataron plenamente nunca. "?No dijo Nieztsche", nos recuerda, "que lo propio de Espa?a fue haber querido demasiado?". Y en ese caminar por montes y valles y mesetas ib¨¦ricas va encontrando La¨ªn muchas de nuestras deficiencias:
La pobreza secular de Espa?a, que La¨ªn palp¨® de ni?o en la
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La¨ªn
Viene de la p¨¢gina anteriorSoria de 1918, donde iniciaba sus estudios de bachillerato y en la que era costumbre extendida "dejar para el d¨ªa siguiente el pan reci¨¦n comprado porque as¨ª, estando m¨¢s duro, era menor la cantidad que se com¨ªa de ¨¦l". El disfraz de s¨ª mismo que suele ponerse el espa?ol y que apostillan estos versos de Quevedo: "Pr¨®digos de la vida, de tal suerte / que cuentan por afrenta las edades / y el no morir sin aguardar la muerte". La tendencia del espa?ol a recrearse en un pasado imaginario con merma de la invenci¨®n del porvenir: "No todos han llegado al colmo de llamar siglo futuro al ¨®rgano expresivo de una manera de ver la tradici¨®n". El contraste entre el sabio compromiso del italiano y el enfrentamiento del espa?ol, que se subraya en la c¨¦lebre redondilla de Guill¨¦n de Castro: "Procure el noble acertalla / si es honrado y principal; / pero si la acierta mal, / sostenella y no enmendalla". Y al t¨¦rmino de ese repaso, La¨ªn vuelve a la n¨¢sina inc¨®gnita: "?Qu¨¦ es Espa?a!". Mientras no se aclara nos da esta coda pat¨¦tica: "A m¨ª dadme espa?oles sin trampa ni disfraz. Los que sin mesianismo y sin aparato trabajan lo mejor que pueden en la biblioteca, el laboratorio, el taller o el pegujal. Los que saben conversar, re¨ªr o llorar con sencillez y, a trav¨¦s de sus palabras, sus risas o sus l¨¢grimas, os dejan ver, all¨¢ en lo hondo, una impagable realidad que solemos llamar una persona".
Sus profundas y extensas lecturas, su dominio de lenguas cl¨¢sicas y modernas, su curiosidad por el modo de ser de aquellos hombres, "aventureros o tranquilos", que se distinguieron a lo largo de la historia; en suma, el inmenso caudal de su saber, hacen de La¨ªn uno de los ¨²ltimos humanistas que nos quedan. Y digo ¨²ltimos porque es dificil que el crecimiento y aceleraci¨®n de las ciencias y la marcha que lleva el mundo hacia una multicultura universal hagan posible que en la mente y el coraz¨®n de un solo individuo quepan tantas cosas como cupieron en los de La¨ªn. Su saber -eso se ve claramente cuando habla- lo tiene en los dedos, sin necesitar tirar de los hilos delrecuerdo.
Especialmente emotivas me resultaron las conferencias que dedic¨® a reexaminar los libros que yo le publiqu¨¦ en las ediciones de Revista de Occidente. La espera y la esperanza fue el primero, en 1956, y Sobre la amistad, el ¨²ltimo, en 1972. Dos temas mayores para un humanista. "M¨¢s de una vez", nos dice, "he recordado la aguda reflexi¨®n de Andr¨¦ Gide ante el r¨®tulo de una sala de espera de una peque?a estaci¨®n ferroviaria del Marruecos espa?ol: 'Quelle belle langue, que celle qui confond l'attente et l'espoir!'. En realidad ambos sentimientos son distintos. Para los griegos, por ejemplo, no exist¨ªa la esperanza, que fue un descubrimiento de los cristianos. Pero tambi¨¦n sus contrarios, la angustia y la desesperaci¨®n, son parad¨®jicamente fuentes de creaci¨®n. "La definici¨®n de lo bello es f¨¢cil: es lo que desespera, dec¨ªa Valery", y " para Heidegger 'la magnanimidad es la conversi¨®n de la angustia en osad¨ªa creadora, la grandeza de quien sabe vivir y crear apoyando su pie sobre la nada".
La amistad verdadera es para La¨ªn "un cisne negro, como dijo Kant; un mirlo blanco, como solemos decir menos solemnemente los espa?oles; un cisne y un mirlo siempre amenazados por la enfermedad o por la muerte -aunque no dejen de ser inmortales la intenci¨®n y el nervio que un d¨ªa dieron vida a las amistades muertas-, gracias a los cuales posee su mejor sal la vida del hombre sobre la tierra". Pocos pero buenos amigos tuvo La¨ªn: Xavier Zubiri -adem¨¢s de amigo, su maestro esencial-, Antonio Tovar, Dionisio Ridruejo, Luis Felipe Vivanco y otros que a¨²n tiene: Paco Vega D¨ªaz, Rodrigo Ur¨ªa, Rafael Lapesa, por ejemplo. Sus maestros, es decir, los que, de palabra o en sus escritos, le descubrieron cu¨¢l era su mundo, "pertenecieron a la generaci¨®n que ahora llaman del 14. A su cabeza, Ortega, Am¨¦rico Castro, Mara?¨®n. Con ellos, Blas Cabrera y Julio Rey Pastor". Y sus disc¨ªpulos: el citado Albarrac¨ªn, Diego Gracia -que le ha sustituido en la c¨¢tedra-, L¨®pez Pi?ero y otros muchos que contin¨²an la disciplina hist¨®rica de la medicina en diversas universidades de uno y otro lado del Atl¨¢ntico.
La¨ªn hablaba de sus libros publicados, pero en su ¨²ltima disertaci¨®n ya anunci¨® la pr¨®xima aparici¨®n de uno nuevo sobre El cuerpo humano, un tema al que ven¨ªa rondando desde hac¨ªa tres a?os. ?Admirable vocaci¨®n! Nunca sinti¨® tedio, aced¨ªa o hast¨ªo. Nunca actu¨® arrastrado por un pasado imperativo, sino ilusionado por un futuro imprevisible. Vio la vida como entusiasmo y no como obligaci¨®n, y siempre arremeti¨® contra el b¨¢rbaro especialista, el rinoceronte o el falsificador.
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