Bajo la fijeza de un ¨¢lamo
El d¨ªa se me fij¨® en un ¨¢rbol, un gran ¨¢lamo que el viento mov¨ªa con cadencia todo el tiempo que lo mir¨¦. Yo estaba almorzando en casa de un querid¨ªsimo amigo al que no hab¨ªa visto de cerca desde hac¨ªa mucho tiempo: Teodulfo Lagunero, al lado de Roc¨ªo, su apuesta mujer; su hija Paloma y Javier, su marido; Mar¨ªa Asunci¨®n Mateo, mi sobrina Teresa y Marcos Ana. D¨ªa muy nuboso, con rosales apagados al fondo, reflejados en la piscina.Mi gran amistad con Lagunero naci¨® en los a?os m¨ªos de Italia. Ven¨ªa a verme con much¨ªsima frecuencia, primero a mi casa de la V¨ªa Monserrato y luego a la de la V¨ªa Garibaldi, en el Trastevere. Desde un comienzo, Lagunero me compraba todo cuanto hac¨ªa: al lado de mis ediciones, cuanto yo pintaba o grababa. En la actualidad y en esta casa de campo donde vive cuando viene a Madrid, cuelga de sus paredes una gran mayor¨ªa de mis grabados: las 63 l¨¢minas del Lirismo del alfabeto, todas las p¨¢ginas de mi libro Oh, la 0 de Mir¨®, enmarcadas maravillosamente, grabados dedicados a Picasso, raras serigraf¨ªas de palomas y un extra?o dibujo sobre Las tapadas de Vejer. Nunca vi m¨¢s obras m¨ªas colgadas de las paredes de una casa, sin contar el kakemono, imitando los de China, que pende en el muro de la escalera, ni el Juego de la oca-toro.
Teodulfo Lagunero es un inspirado hombre de negocios, que lo mismo se compra un trozo de serran¨ªa que adquiere un pedazo de mar. Vive en diversos pa¨ªses del mapa, tanto en Espa?a como fuera de ella. Su hermano Enrique, a¨²n en la ¨¦poca del Funeral¨ªsimo Franco, cre¨® la Librer¨ªa Rafael Alberti, que fue asaltada y tiroteada varias veces, a pesar de su escaparate a prueba de balas.
A?ado que Teodulfo Lagunero, al mismo tiempo de lo que es, es un conocido hombre de izquierda, generoso, abierto, valiente. Y hablo de ¨¦l, de su apasionada compa?¨ªa en este d¨ªa, esta tarde, en que se va a marchar a ver los toros de San Isidro, mientras yo me ir¨¦ con Mar¨ªa Asunci¨®n a escuchar la ¨®pera Trist¨¢n e Iseo, ese inmenso r¨ªo de amor wagner¨ªano, cantado de manera maravillosa por Montserrat Caball¨¦ durante los tres potentes y delicados actos, pagados al final con una de las m¨¢s grandes ovaciones que habr¨¢ recibido la cantante. Al d¨ªa siguiente, yo llam¨¦ a Montserrat para saludarla en persona, no habi¨¦ndome sido posible hacerlo en el teatro. Desde el hotel me contest¨® su sobrina, aunque yo hubiera querido hablar con Montserrat. Desde aqu¨ª la saludo nuevamente y la aplaudo.
Es absolutamente imposible seguir as¨ª, pienso despu¨¦s de todo esto. Los gorriones no pueden soportar a las palomas. Y ahora son tres las que llegan, a veces juntas, para comerse el alpiste, que en principio era solamente para los pajarillos. Las palomas, adem¨¢s, como abultan mucho, est¨¢n a punto de romper los geranios, que se alzan alegremente brotando su primera flor, y como yo ahora tengo muy pocas cosas que mirar a trav¨¦s del cristal de la sala donde estoy trabajando, vivo deseando que las palomas no vuelvan. A veces, me quiero ir, volar por el aire de las calles y llegar hasta mi balc¨®n para comer un poco de alpiste. No me bastan las habas o los esp¨¢rragos trigueros que como. Quiz¨¢ s¨®lo el alpiste me viniese bien para la transformaci¨®n que estoy buscando. ?Oh, Se?or, que la pr¨®xima vez comiencen a retratarme en los peri¨®dicos con alas de jilguero! Quiero vivir una gran temporada volando, pos¨¢ndome en las ramas de los ¨¢rboles hasta llegar por los caminos a mi bah¨ªa de C¨¢diz, convirti¨¦ndome all¨ª en un camar¨®n o en una coquina, de esas que se cogen cuando se aleja el mar y aparece la barra extensa y tranquila hasta que la marca surge de nuevo.
Pero, de pronto, llaman a la puerta. Son dos altos muchachos holandeses que me traen un libro. Aunque yo estoy preparando este cap¨ªtulo de La arboleda perdida para la pr¨®xima semana, les digo que se sienten y tomen una copa de vino de El Puerto conmigo. El teatro pol¨ªtico de Rafael Alberti se llama el libro que me entregan. Tengo la impresi¨®n de que se trata de un libro importante. El que es el autor me dice, modestamente, que piensa que s¨ª. Lo ha escrito y publicado en Salamanca. El otro muchacho no despega los labios. Les digo que yo conozco Holanda, que la ¨²ltima vez que estuve all¨ª fue con Nuria Espert para dar un recital. De pronto salta el nombre de Van Gogh, que se cort¨® una oreja y se la envi¨® envuelta en un pa?uelo a su amigo Gauguin.
Ma?ana tengo que ir a la Feria del Libro para pregonar en la caseta de la editorial Hiperi¨®n mis Canciones para Altair... Y el d¨ªa 14 por la ma?ana he de ir a la Real Academia de San Fernando para recibir ante Su Majestad la reina Sofija el nombramiento acad¨¦mico de honor. A mi discurso contestar¨¢ el excelent¨ªsimo acad¨¦mico Manuel Rivera, famoso pintor.
Este cap¨ªtulo que se va terminando parece el diario de un d¨ªa, aunque est¨¦ cayendo la noche y las tres palomas juntas vuelvan para comer el alpiste, desalojando a los pobres y tiernos gorriones que no encuentran ya sitio entre los geranios a punto de perder la flor.
Me acabo de enterar de que Teodulfo Lagunero ha comprado una estrella en la V¨ªa L¨¢ctea para ir con su familia a pasar el verano.
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