El fin de un tirano
EL 'AYATOL?, Ruhollah Jomeini, gu¨ªa de la revoluci¨®n isl¨¢mica iran¨ª, adusto dirigente de uno de los m¨¢s agresivos fanatismos religiosos de los ¨²ltimos tiempos, ha rendido finalmente su alma dejando tras de s¨ª muchas preguntas, y a su pa¨ªs, cuna de una de las m¨¢s viejas civilizaciones del planeta, sumido en una dur¨ªsima posguerra y aislado de la comunidad internacional. Con la muerte del anciano y despiadado imam se cumple una triste tradici¨®n: la de que los grandes d¨¦spotas de este siglo acaban sus d¨ªas en la cama. Eso s¨ª, rodeados de sondas y de artilugios, testigos de los in¨²tiles esfuerzos por prolongar, m¨¢s all¨¢ de los l¨ªmites biol¨®gicos, una vida que s¨®lo la muerte reducir¨¢ finalmente a su verdadera dimensi¨®n humana.Porque los ¨²ltimos 10 a?os de la biograf¨ªa de este cl¨¦rigo asc¨¦tico e implacable, apenas conocido en el mundo exterior hace apenas dos d¨¦cadas, dif¨ªcilmente podr¨ªan describirse seg¨²n los patrones pol¨ªticos y culturales dominantes de este final del siglo XX. Para una enorme masa de desheredados musulmanes -y no s¨®lo-, el l¨ªder religioso de los shi¨ªes representaba la venganza del mundo subdesarrollado contra el colonialismo y los pa¨ªses ricos, a los que atribuy¨® todos los males de Ir¨¢n y del mundo ¨¢rabe-isl¨¢mico. Este reclamo anticolonialista le hizo gozar de la simpat¨ªa inicial de millones de j¨®venes, que vieron en la revoluci¨®n iran¨ª el inicio de una tercera v¨ªa de cambio progresista para el Tercer Mundo. Muchos de estos devotos de los tiempos dif¨ªciles -comunistas, fedayin y muyahidin- ser¨ªan despu¨¦s las primeras v¨ªctimas de la nueva espada del islam.
Para otros -los pa¨ªses occidentales, muchos de sus vecinos y sobre todo una parte importante del pueblo iran¨ª-, la aparici¨®n en la escena internacional del ayatol¨¢ Jomeini ha constituido una incre¨ªble pesadilla. Pocos pod¨ªan pensar que el anciano dirigente religioso que descend¨ªa las escalerillas de un avi¨®n en febrero de 1979 en el aeropuerto de Tcher¨¢n, despu¨¦s de un largo exilio en Irak y Par¨ªs, iba a ser protagonista de la turbulenta historia que ha conocido Ir¨¢n desde su llegada al poder. Apenas meses despu¨¦s de aquella fecha se iniciaban los fusilamientos en masa y una de las persecuciones pol¨ªticas m¨¢s crueles de este siglo, que desgraciadamente ya ha sido testigo de muchas. Pol¨ªticos de distintas tendencias -liberales, socialdem¨®cratas, isl¨¢micos moderados-, que hab¨ªan colaborado de buena fe en la ca¨ªda del sha, jam¨¢s pod¨ªan haber imaginado que hab¨ªan colaborado a sustituir un despotismo ilustrado -el r¨¦gimen del sha Palhevi- por una tiran¨ªa fan¨¢tica y reaccionaria. Y uno a uno fueron cayendo bajo la acci¨®n de los verdugos o tuvieron que exiliarse de su pa¨ªs.
Sucede por fortuna -y ¨¦sta es otra tradici¨®n de nuestro siglo- que raramente las dictaduras sobreviven largo tiempo a sus creadores. Y as¨ª es evidente que hoy nadie tiene, ni presumiblemente tendr¨¢, el ascendiente de Jomeini ni su carisma ante las masas iran¨ªes de desheredados, los mostazzafin. Un sector del pueblo de Ir¨¢n que ha sufrido especialmente los efectos -medio mill¨®n de muertos y heridos, dos millones de desplazados, 25 a?os de ingresos petrol¨ªferos netos para la reconstrucci¨®n- de la absurda guerra de ocho a?os librada contra el vecino iraqu¨ª. Desaparecido el carisma -sostenido por 45.000 ejecuciones- del desaparecido imam, es dudoso que su sucesor o sucesores gocen de la adhesi¨®n incondicional de la que ha sido base social del r¨¦gimen.
Por ello la sucesi¨®n de Jomeini se presenta como especialmente complicada. El inmediato nombramiento del actual presidente de la rep¨²blica, Al¨ª Jamenei, como gu¨ªa de la revoluci¨®n no liquida el problema. La muerte de Jomeini se produce en el preciso momento en el que una comisi¨®n de 25 miembros, las personalidades m¨¢s notables del Ejecutivo, del Parlamento y de la judicatura, encara una transformaci¨®n sustancial, hacia el presidenciafl sino, del reparto de poderes, que hasta ahora garantizaba una suerte de sistema de contrapesos entre el Ejecutivo, encabezado por el radical Mir Hussein Mussavi, y el legislativo, presidido por Hachemi Raflanyani, nombrado por Jomeini jefe de las fuerzas armadas.
Las cosas se complican todav¨ªa m¨¢s con la reciente ca¨ªda en desgracia del ayatol¨¢ Al¨ª Montazeri, designado sucesor ¨²nico de Jomeini en 1985 y elirninado hace unos meses de la sucesi¨®n por Hachemi Rafsanyani. Gentes de la clientela pol¨ªtica de Montazeri -que cuenta con 92 parlamentarios de los 260 que componen el Majlis- hab¨ªan destapado una operaci¨®n destinada a desacreditar a Rafsanyani. El 23 de mayo, Montazeri reapareci¨® en escena tras dos meses de arresto domiciliario.
Tanto Montazeri como Rafsanyani cuentan con seguidores en la Guardia Revolucionaria, columna vertebral del r¨¦gimen, sometida ahora a una no deseada fusi¨®n con el Ej¨¦rcito para reducir su autonom¨ªa.
Ninguno de los dignatarios isl¨¢micos, salvo Montazeri, tiene rango religioso para erigirse en l¨ªder de la Rep¨²blica Isl¨¢mica, y los principales ayatol¨¢s, Marahshi Najafi y Mohamad Golpayegani, carecen de apoyos pol¨ªticos para suceder al imam. Fuera del r¨¦gimen, ninguna fuerza -comunistas, fedayin, mon¨¢rquicos o muyahidin- constituye una alternativa real. Desde una transici¨®n hacia la moderaci¨®n hasta la libanizaci¨®n del pa¨ªs, casi todas las opciones son posibles en el Ir¨¢n del posjomeinismo.
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