La condici¨®in y la virtud
Mi idea de que toda frase hecha, todo estereotipo verbal (verbigracia: "Alguna soluci¨®n tendr¨¢ que haber", "quer¨¢moslo o no", etc¨¦tera) es siempre ¨ªndice de una actitud mental inerte, o sea, ideol¨®gica, aplicada al t¨®pico suscitado ¨²ltimamente en estas p¨¢ginas por Javier S¨¢daba, en su art¨ªculo ?Son todos lospol¨ªticos iguales? (EL PA?S, 8 de junio de 1989), me ha llevado, en un sentido lateral a toda relaci¨®n con el del art¨ªculo, a una observaci¨®n que creo que, por razones generales, no dejar¨¢ de ser de inter¨¦s para el propio autor. El efecto de sentido de aplicar el predicado "son todos iguales" a cualquier pluralidad de personas definida por cualquier condici¨®n, dedicaci¨®n, g¨¦nero, estamento, etc¨¦tera, es indefectiblemente descalificador. La frase hecha "todos los pol¨ªticos son iguales" es una aplicaci¨®n m¨¢s del estereotipo, equivalente en su efecto de sentido a "todos los abogados son iguales", "todos los hombres (varones) son iguales" y otras infinitas aplicaciones que podr¨ªamos sacar a relucir. El sentido es invariablemente depreciativo. Pero hay que distinguir dos cosas, dos momentos, en la actividad ideol¨®gica subyacente: una, la del prejuicio referido a cada sujeto sometido a juicio semejante, por ejemplo, "los pol¨ªticos", y otra, mucho m¨¢s interesante, la de que el predicado "son iguales" valga siempre, con el matiz que fuere en cada caso, por "no son buenos". Es, sin duda, tan superficial como desmentible el prejuicio ideol¨®gico contra los pol¨ªticos, los abogados, los andaluces, las mujeres o los hombres (varones), abarcados en la extensi¨®n de sus pluralidades respectivas y tiene poco inter¨¦s emplearse en refutarlo. Por el contrario, el contenido de la equivalencia entre "son todos iguales" a "no hay ninguno" comporta un mensaje ¨¦tico del mayor inter¨¦s y que ofrezco a la consideraci¨®n de mi amigo Javier S¨¢daba. La implicaci¨®n, que es f¨¢cilmente deducible, tiene un inter¨¦s, que en modo alguno me atrever¨ªa yo a impugnarla, por ideol¨®gica que sea. Esa implicaci¨®n puede formularse como sigue: "La condici¨®n de pol¨ªtico / de abogado / de andaluz / de mujer / de var¨®n es de ¨ªndole tal que impone su propia cualidad intr¨ªnseca sobre toda posible diferencia entre los individuos a que afecte". Bajo esta f¨®rmula apod¨ªctica, el principio parece casi tan rechazable como las aplicaciones enunciadas. En cambio, condicionalmente formulada, esto es, empezando: "Si la condici¨®n ... impone su propia cualidad ... entonces... etc¨¦tera", obtenemos el tal vez clarividente postulado ¨¦tico de que la virtud no puede nacer nunca de la condici¨®n, sino siempre de la individualidad. As¨ª, cuando se dice: "Los pol¨ªticos son todos iguales", se los considera a todos abandonados incondicionalmente a la inerte cualidad inherente a su propia condici¨®n (lo cual es probablemente injusto defacto y, por su naturaleza de estereotipo ideol¨®gico, falso de iure), y, por tanto, incapaces de virtud, ya que ¨¦sta no puede nacer de la simple condici¨®n. Vemos, pues, en esa actitud ideol¨®gica del t¨®pico una inerte -y perjudicial- falacia superficial y perezosa, pero a la vez, detr¨¢s de ella, un luminoso atisbo ¨¦tico del condicionamiento de la acci¨®n de la virtud por el conflicto entre la individualidad diferenciada y la condici¨®n com¨²n, o, si se prefiere, entre la individualidad gen¨¦rica y la condici¨®n especializada.
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