La patria interior
John Ford cont¨® a Lindsay Anderson como convenci¨® a la Republic para que produjese -sin ganas, pues consideraba al proyecto una extravagancia- El hombre tranquilo. "Coincid¨ª en Dubl¨ªn con uno de los jefazos y lo llev¨¦ a una aldea del condado de GaIway. Le mostr¨¦ una casita humilde. Ah¨ª nac¨ª, dije fingiendo llorar de emoci¨®n. Trag¨® el anzuelo y comenz¨® a llorar de verdad. Me dijo: Haz la pel¨ªcula. Y a?adi¨® entre un mar de l¨¢grimas: Pero no te pases del mill¨®n y medio".La extravagancia se convirti¨® en una de las obras m¨¢s perfectas de Ford, lo que es tanto como decir del cine. Y la mentira de que Ford se sirvi¨® (a saber si el relato de esa mentira es a su vez otra mentira) para enredar al productor era derivaci¨®n de una verdad de fondo. Ford no naci¨® en Irlanda sino en Estados Unidos; no GaIway sino en Maine. Pero creci¨® en una casa de inmigrantes en la que Irlanda (convertida en vac¨ªo-faente de un fantasmal mito familiar) era recreada d¨ªa a d¨ªa y dibuj¨® en la memoria del ni?o el mapa de su patria interior.
La complejidad de este filme genial -aparentemente buc¨®lico, pero en realidad lleno de tensiones interiores casi insostenibles- procede de ah¨ª, de la reconstrucci¨®n, con tinta id¨ªlica enamorada, del vac¨ªo de esa profunda y fantasmal patria interior, en la que el amor (El hombre tranquilo es una de las historias de amor m¨¢s crispadas realizadas en cine) es m¨¢s que una convenci¨®n sentimental: es el v¨¦rtice -en el que conviven con sorprendente comodidad dolor y humor- donde convergen met¨¢foras tan desgarradas como el homicida pac¨ªfista que encarna con extraordinario vigor John Wayne (el veloz flash-back donde el tranquilo Wayne visualiza el instante en que mat¨® a un hombre, es un fogonazo de cine magn¨¦tico, que se pega a la memoria para siempre) y la brutal identificaci¨®n (que encarna con no menos fuerza Maureen O'Hara en su personaje Mary Kate) entre matrimonio, posesi¨®n, propiedad privada y violencia.
El d¨²o Wayne-O'Hara (que Ford prepar¨® en R¨ªo Grande, que McBride considera un ensayo general de El hombre tranquilo) es una representaci¨®n en palabras mayores del inagotable debate, incluso lucha, entre hombre-mujer en el escenario de esa pura tierra que nutre la idea de identidad entre familia y tribu, uno de los conceptos sustantivos de la visi¨®n fordiana de la vida. Una idea nada id¨ªlica, que el cineasta envuelve en una secuencia de transcurso suave, especie de ferocidad propuesta como caricia.
Y no es un d¨²o solitario sino apoyado en un coro donde aparecen figuras tan poderosas como la del hombrecillo-carabina Flynn, que interpreta genialmente Barry Fitzgerald; el gigante bruto de Victor McLaglen; el macizo cura pescador de Ward Bond; el viejo moribundo, que despierta de la muerte al o¨ªr el jaleo de la pelea, de Francis Ford, hermano mayor de John.
Todas ellas son figuras arquet¨ªpicas condensadas en individuos tan n¨ªtidos que se salen de la pantalla y que son parte de las im¨¢genes familiares de medio mundo, pobladores de este grande e ¨ªntimo filme-poema, uno de los m¨¢s complejos, hondos, bellos y gozosos que se recuerdan.
El hombre tranquilo se emite a las 22.20 por TVE-1.
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