El ¨²ltimo de Yalta
EL MINISTRO de Asuntos Exteriores m¨¢s duradero de los tiempos contempor¨¢neos, el sovi¨¦tico Andrei Gro¨ªniko, ha muerto cuando ya hac¨ªa algunos a?os que era s¨®lo un espectador. Jubilado del poder por una perestroika que le respetaba pero que no sab¨ªa qu¨¦ hacer con ¨¦l, hab¨ªa dirigido la diplomacia de Mosc¨² de 1957 a 1985, cuando, con la llegada al poder de Gorbachov, era relegado al cargo ceremonial de jefe del Estado. En 1988, no s¨®lo por la edad, sino para ceder esa tribuna al l¨ªder sovi¨¦tico, hab¨ªa pedido el retiro a la confortable dacha de los pensionados con honores.Gro¨ªniko era el m¨¢s notable de los supervivientes de Yalta. En 1945, en la pen¨ªnsula de Crimea, con los acuerdos que reconoc¨ªan a Mosc¨² el glacis protector de la Europa oriental, acab¨® de redondear una visi¨®n del mundo plenamente estalinista, hecha baluarte contra unos Estados Unidos que pronto poseer¨ªan el poder nuclear, y que, en el ¨¢nimo de Mosc¨², atentaban por tierra, mar y aire contra la existencia del experimento socialista.
El diplom¨¢tico sovi¨¦tico, que hab¨ªa servido en Washington, Londres y en las Naciones Unidas, fue el hombre del niet, del no atrincherado a la espera de tiempos mejores. Durante largos a?os se entreg¨® con obstinada lucidez a defender las posiciones de su pa¨ªs en el mundo de la guerra fr¨ªa, de cuya responsabilidad culpaba enteramente a Washington. As¨ª, cuando en los a?os sesenta y setenta se apuntaron las primeras l¨ªneas de distensi¨®n con Estados Unidos, estuvo siempre cauto y duro, pero no inflexible, dispuesto a explorar las grietas en el muro de la desconfianza.
Gro¨ªniko fue un supremo negociador, como siempre reconocieron sus adversarios, un tipo impenetrable que conoc¨ªa como un virtuoso los m¨¢s intrincados informes para las cumbres, pero que tambi¨¦n sab¨ªa manejar en ocasiones la iron¨ªa, indicando a su interlocutor que hab¨ªa en su persona mucho m¨¢s de lo que su profesionalidad incombustible le permit¨ªa delatar. Su tiempo pas¨®, y con ¨¦l, su utilidad pol¨ªtica, y, en estos ¨²ltimos a?os en que comienzan a temblar los monolitos erigidos en la guerra fr¨ªa, Andrei Grorniko habr¨¢ podido pensar que le toc¨® en suerte vivir demasiado pronto.
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